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INSEPARABLES

2010

Ángela y Gabriel nacieron con algunos meses de diferencia. Sus madres – y hermanas – habían vivido el primer embarazo de cada una juntas. Desde que los primos nacieron, prácticamente se criaron juntos.

 

José Luis y Cristián tenían 3 años de diferencia, por ende la niñez de ambos comenzó con pataletas y peleas, rivalidades y combos. Claro, José Luis era bastante más agresivo que su hermano. Compartían la habitación y eso irritó siempre a José Luis, que como hermano mayor, siempre quiso ser independiente.

 

Ángela fue siempre la niña linda del curso, alta y delgada, su pelo color miel le llegaba hasta las caderas. Era de esas niñas adolescentes que lo que se ponía le quedaba bien, desde el primer vestido formal de la primera fiesta de 15, hasta la polera vieja y jeans rotos que usaba cuando con Gabriel se subían al manzano de la casa de campo que su abuela había construido en el Lago Ranco. ¡Y qué veranos eran esos!, levantarse temprano a molestar a las vacas, darle de comer a las gallinas, ayudar a la Violeta en la cocina a preparar las empanadas del almuerzo, ir al lago a chapotear por horas, hasta que llegaba la Violeta con el yogurt Colún y el pan con queso. En las noches jugar carioca, canasta o metrópoli, y ya más de grandes, póquer y black jack. Sin duda que esos veranos hicieron que Ángela y Gabriel fueran más que primos y se transformaran en verdaderos amigos.

 

Cuando llegaba marzo, cada primo tenía una rutina más distante del otro, cada uno en colegio diferente, con grupos de amigos diferentes y viviendo en barrios diferentes, se topaban en reuniones y almuerzos familiares, y una que otra buena llamaba telefónica cada vez en cuando. Los primos si bien se adoraban, cuando ya estaban saliendo del colegio comenzaron a distanciarse físicamente, sobre todo cuando Gabriel decidió estudiar Derecho en Viña del Mar, pero el cariño que los unía en ese momento – y que los unió siempre – nunca se quebrantó. Ángela entró a estudiar Diseño Gráfico en una universidad privada, y ahí conoció a Joaquín, quien se transformaría en su eterno pololo.

 

El año en que José Luis entró a IV Medio y Cristián a I Medio, sus padres decidieron, al fin, darles a cada uno su habitación. Especialmente después de casi 10 años que José Luis rogaba y rogaba por su autonomía. Si bien en apariencia los 2 hermanos era muy parecidos, en personalidad José Luis era más aguerrido, el malo del curso, el que iba a todas las fiestas y por quien las compañeritas de curso de Cristián suspiraban en el recreo. Su hermano menor, en cambio, tenía una parada más intelectual, un ratón de biblioteca, sin tener muchos amigos. Era el típico mateo que amaba las clases de música y artes plásticas, que le cargaba la bicicleta que le habían regalado y que en las noches, cuando nadie lo veía, se iba a la salita de estar a mirar películas de los años `40, esas que eran en blanco y negro.

 

Esa Navidad, cuando José Luis aún esperaba los resultados de la Prueba de Aptitud, un terrible accidente automovilístico en la Ruta 5 cambió la vida de ambos hermanos. Sus padres habían ido a La Serena al matrimonio de la hija de un pariente. Cuando regresaban, al día siguiente, la irresponsabilidad de un camionero, de esos que casi van durmiendo en el camino, que con una mala maniobra, una mala concentración y un mal freno, colapsó de frente con el Station que iba manejando la madre de los hermanos Encina, y los mató en el acto. El funeral fue triste, muy triste. José Luis y Cristián, este último aún menor de edad, se quedaban solos. La abuela de ambos los recibió en su casa, un tío se encargó de los temas de herencia y seguros, para que ambos quedaran tranquilos económicamente, pero José Luis decidió postergar su entrada ese año a la universidad y prefirió aprovechar ese período cruel, para acercarse a su hermano y hacer familia, ahora, ellos 2 solos. La sensatez de José Luis fue inminente y a partir de una situación tan atroz, salió algo bueno: José Luis y Cristián se unieron, y de hermanos, se transformaron en los mejores amigos. 

 

Ángela y Joaquín viajaron a Europa el verano en que ella pasaba a tercer año de Universidad. Él, en cambio, ya había terminado su carrera de odontología y al regreso comenzaría a trabajar en la consulta junto a su padre. La idea de que estos 2 pololos viajaran juntos solos a Europa no le pareció mucho a los padres de Ángela, por eso, pagaron los pasajes para que Gabriel los acompañara.  A Ángela le encantó la idea. El sólo hecho de pensar en recorrer Roma, Venecia y Florencia acompañado de su tan adorado primo, la ponía muy feliz, sin embargo a Joaquín la idea le pareció abominable:

 

- ¿Y por qué mierda se le ocurre a tu vieja encajarnos al imbécil de tu primo? – le alegó a su polola.

- Ay, por favor, como si Gabo fuera un cabro chico que no se va a separar de nosotros y vamos a tener que llevarlo de la mano a todas partes. Obvio que va a hacer su vida aparte y nos va a dejar solos, ¿Tú crees que ya no lo hablamos? -  defendió Ángela

- Es que el weón es fleto, de más que va a salir con tonteras raras, yo no estoy ni ahí en andar escuchado o viendo sus cochinadas – criticó un homofóbico Joaquín.

- Joaquín, ¡No  seas prehistórico!, desde cuando el Gabo anda contando lo que hace o deja de hacer. No te pases rollos – le respondió.

Lo cierto es que Joaquín y Gabriel nunca se cayeron muy bien. El primero era homofóbico y nadie lo haría cambiar de idea, menos el tan adorado primo de su polola. Por otro lado, Gabriel no hacía caso de las malas caras de Joaquín cuando estaba cerca, lo encontraba terco y manipulador, pero por respeto a su prima, le seguía el cuento y cuando Joaquín decía comentarios desubicados y bromas de “maricones” y “quemadas de arroz”, a Gabriel simplemente le caían indiferentes. Visiblemente, la idea de pasar 2 meses recorriendo Europa con un tipo como éste, a Gabriel le incomodaba, pero cuando pensaba en viajar gratis Joaquín pasaba a segundo plano y si su prima estaba cerca, mejor aún, ¡Cómo lo pasarían!. Las maletas y las cámaras estaban listas y después de año nuevo partieron al aeropuerto para tomar el vuelo Lan 702 directo a Madrid.

 

Las primeras semanas de viaje fueron tranquilas y entretenidas. Muchas veces Gabriel dejaba solos a los enamorados y se iba a recorrer por su cuenta barrios como Chuecas, Eixample, Soho y Le Marais. En las noches salían los 3 juntos a comer, pero Joaquín prefería volverse al Hotel a dormir, mientras el otro parcito no dejaba pista de baile sin pisar, lo cual claramente molestaba a Joaquín, quien ponía una cara de tres metros cuando Ángela decidía acompañar a su primo antes de volver al Hotel a las 11 de la noche. A Joaquín más que el hecho que Ángela saliera, le molestaba que saliera con Gabriel, “Quizás a dónde la lleva” pensaba, pero tampoco se atrevía a preguntar mucho ya que Ángela a la hora de defender a Gabriel era una fiera.

 

Una mañana en Paris, Joaquín insistió en pedirle a Gabriel, sin que Ángela supiera, en dejarlos solos todo el día. Así Joaquín tomó a Ángela, la llevó a recorrer los Champs Elysee, la Plaza de la Concordia y el Notre Dame, donde le pidió formalmente que se casaran, que quería hacerla feliz y que estaba tremendamente enamorado de ella. Ángela no dudó en decir que sí entre saltos y llantos de emoción, sin embargo en alguna parte de su corazón algo le decía que no era lo correcto. Lo primero que hizo Ángela, antes de llamar incluso a sus padres, fue contarle ilusionada y feliz a Gabriel, a quién no le quedó otra que forzar una sonrisa y abrazos de felicitaciones. 

 

Cuando tomaron el tren con destino a Brujas, y después de que Joaquín se quedara dormido junto a la ventana, Gabriel le comentó a su prima que pensara bien lo del matrimonio, mal que mal eran muy jóvenes y ella aún no terminaba de estudiar. Ángela, por primera vez en su vida refutó las palabras y comentarios de su tan querido primo. Por primera vez le puso una cara seria, una mueca en vez de una sonrisa y cuestionó las sugerencias de su primo:

 

- Esto lo dices por que Joaquín te cae mal, ¿no? – le dijo con un tono algo molesto

- No, claro que no…. – balbuceó Gabriel, obviamente había mucho de eso y Ángela tenía razón, pero pensó que si no le decía ahora, después de iba a arrepentir – solamente creo que aún no están preparados, que hay 200 mil tipos allá afuera por conocer –

- A ver Gabriel, yo no soy como tú, a mi no me interesa andar pinchando por ahí y por allá con el primer huevón con tula que se me cruce por delante. Puta no soy – le dijo alzando la voz.

- O sea yo soy un puto –

- Si… o sea, más o menos…o sea, sólo digo que no soy como tú –

- Mira la verdad, no estoy para andar peleando y gritando en la mitad de un tren, si te quieres casar con ese saco de huevas, cásate, yo te quiero igual –

- ¿Saco de huevas? –

- Bueno, si los dos sabemos que Joaquín es medio ahuevonado –

- A ver, quizás sea más serio que nosotros, pero es una persona increíble, que me quiere y que quiere hacer familia conmigo, ¿qué tiene eso de malo? –

- Nada, ¿Pero de dónde sacaste este discurso del amor y la familia? –

- ¡Estás celoso! Te caché –

- No seas ridícula. Celoso iba a estar fíjate, sobre todo del mamón de tu pololo –

- ¡Ya! ¡Para de hablar mal de Joaquín! Nos vamos a casar y eso está decidido, si no quieres ser parte de lo contenta que estoy, entonces eres un egoísta –

- Es que yo sé que Joaquín no es la persona que te hace tan feliz como dices –

- ¡Y qué sabes tú!, ¡si ni siquiera alguna vez en tu vida has tenido un pololo! –

La discusión duró una buena cantidad de minutos. Se dijeron cosas hirientes, desde las estupideces más grandes, pero también algunas dolorosas verdades. En esos minutos, y sin que ninguno de los 2 quisiera, 23 años de pura amistad fraternal terminaron en lágrimas por separado de ambos primos, que prefirieron continuar el viaje cada quien por su cuenta. El único que salió ganando de esta pelea fue Joaquín, quien aprovechó la situación para meterle ideas a su futura esposa de por qué la amistad con Gabriel no era buena. Acordaron solamente reunirse en Madrid justo antes de tomar el vuelo de regreso a Santiago. Ángela y Joaquín continuaron con el itinerario a Italia, pero Gabriel decidió irse a Grecia y Croacia.

 

Se encontraron en el counter del aeropuerto de Barajas después de 2 semanas. Se vieron, se saludaron correctamente con un frío beso en la mejilla y Joaquín con el apretón de manos al puro estilo ganador en una competencia deportiva. Ángela intentaba armar una conversación con preguntas protocolares y un tono de voz de disculpa y arrepentimiento, Gabriel respondía con las mismas preguntas y con la garganta apretada a punto de decir un “Perdón”, incluso ambos se dieron vuelta para mirar el par de morenos guapetones que estaban tras de ellos. Sólo quisieron abrazarse, y largarse a reír de su complicidad, pero Joaquín se había transformado en una muralla y no les quedó otra que comerse las ganas de reconciliarse y pedir asientos lo más alejados posible dentro del avión. Los 2 primos estaban en crisis y ésta no cambiaría hasta varios años después.

 

Cuando Cristián cumplió los 20 años, y antes de entrar a estudiar  definitivamente Arquitectura ambos hermanos viajaron a Europa, para celebrar el legado que sus padres les habían dejado: No hay nada más importante que la sangre y cómo esa sangre alimenta el corazón. El viaje lo pagaron con el dinero que mes a mes les entregaba un cuñado de la mamá de ambos, que se quedó a cargo de las acciones y propiedades de la familia. Para José Luis esta iba a ser su última vacación de estudiante, cuando volviera debía comenzar a estudiar para el examen de grado y recibirse a Ingeniero Civil. El viaje comenzaría en Madrid, luego San Sebastián, Normandía, Paris, Ámsterdam, Berlín, Praga y Budapest. Todo en dos meses. Los dos estaban entusiasmadísimos y no tuvieron mayores roces para definir los destinos ya que la idea era estar juntos.

 

Hace ya un tiempo Cristián comenzaba a sentir lo diferente que era, pero nunca quiso darle mayor importancia. Aún a sus 20 años creía que era antinatural y por ende era más fácil obviar esas sensaciones, que hasta antes del viaje eran absurdas. Pero no fue hasta que recorriendo un abierto y tolerante Berlín, ciudad donde se toparon en varias oportunidades con parejas gay caminando de la mano en cualquier esquina de la ciudad, que Cristián comenzó a incomodarse. Una incomodidad anormal, porque no podía quitar los ojos de encima cuando se cruzaban con dos hombres de la mano. Incomodidad extraña, porque cuando llegaba al Hotel no podía sacarse esas imágenes de la cabeza. Incomodidad quisquillosa, porque sentía unas ganas terribles de tomarle la mano a otro hombre. Incomodidad suculenta, porque iba entendiendo que no le producía tanta incomodidad la idea, mal que mal, durante el colegio se había masturbado varias veces pensando en sus compañeros de curso, cuando miraba alguna película porno sus ojos incontrolablemente se iban hacia el actor hombre y en más de una oportunidad había fantaseado con los modelos de los catálogos de calzoncillos que habían en las Grandes Tiendas. Y no le resultó nada de incómodo proponerle a su hermano “tomarse un día libre” uno del otro y hacer panoramas por separado. A José Luis le pareció muy buena la idea, mal que mal llevaban 3 semanas sin separarse más que para ir al baño. Además José Luis aprovecharía de ir al Berliner Museum y tomarse el tiempo que fuese necesario para recorrerlo.  “¿Qué harás tú?” le preguntó a su hermano y Cristián no supo qué responder, ya que no podía dejar salir de sus labios lo que tenía en mente: Ir a recorrer el barrio Schöneberg, del cual había escuchado que era la zona gay de Berlín por excelencia. Esa mañana se levantó nervioso, había estudiado bien las conexiones de metro que debía hacer para llegar a su destino y ayudado con su Lonley Planet se informó exactamente a qué bares y tiendas podría ingresar. Lo que no sabía es que ese día cambiaría su vida para siempre.

 

Cuando se bajó del metro las manos le sudaban, más aún cuando lo primero que vio fue una enorme Sexshop gay en la esquina a la salida de la estación. Se dio 5 vueltas alrededor, hasta que se atrevió a entrar. Pensó que no iba a encontrar algo tan evidentemente gay como esa tienda. Se dio unas vueltas entre películas, trajes de cuero, condones con sabores y consoladores. Veía todo, pero de reojo. Incluso ahí dentro se sentía observado por todos. Salió después de 10 minutos y siguió caminando por la calle Motzstrasse y en esas 4 cuadras ya había visto a por lo menos 30 parejas gay de la mano. No se contuvo y se sentó en el primer bar que encontró y se tomó una cerveza al seco. No había visto la banderita multicolor en la entrada. Se tomó una segunda y una tercera cerveza, y paulatinamente los acelerados pálpitos del corazón, se le fueron apaciguando. Habrá pasado media hora desde que se tomó la primera cerveza y eran recién las 12 del día de un martes. El barman tenía rasgos asiáticos, era de contextura corpulenta y plagado de tatuajes. No superaba los 30 años. Comenzó a conversarle en alemán, pero al ver que su interlocutor apenas hablaba inglés, cambió automáticamente de idioma. Se llamaba Thomas. Después de 2 horas y 4 cervezas más, aprovechando que el bar estaba vacío, Thomas se lanzó sin preguntar sobre los labios de Cristián y éste no corrió el rostro. Si no hubiese sido por la campanilla que sonó anunciando que entraba alguien, ese beso se pudo haber transformado en quizás qué cosa. Thomas le sugirió que esperara media hora más, ya que acabaría su turno y Cristián respondió ya con un inglés más fluido por causa de los 40 euros en cervezas “No problem, I will be waiting for you outside, smoking a cigarret”. Después de esa frase, Cristián asumió lo que vendría y no le importaba tener una erección de solo pensarlo. Thomas y Cristián tomaron el metro, y 3 estaciones hacia el oeste se bajaron, caminaron un par cuadras, Thomas sacó las llaves frente a una puerta de madera roja, abrió la puerta y subieron 5 pisos. Entraron a un pequeño departamento desordenado y continuaron lo que habían dejado hasta que sonó esa campanilla. Se besaron, se sacaron las camisas, se seguían besando y Cristián… Cristián vomitó.

 

Después del café que le preparó Thomas a regañadientes y Cristián ya sintiéndose un poco mejor, se disculpó, terminó de limpiar el piso, tomó su billetera y con un fuerte dolor de cabeza regresó al Hotel donde se reuniría con su hermano.  Pero entendió, incluso después de esa bochornosa escena, que debía asumir que era diferente. Y qué mejor manera de asumirlo que revelándole su homosexualidad a su mejor amigo. Pero ¿Cómo? y ¿Cuándo? No iba a ser fácil, sobre todo sin ni siquiera imaginar cuál podría ser la reacción de José Luis.

 

Pasaron los días y ya era hora de dejar Berlín y continuar hasta Praga. José Luis había notado que su hermano estaba más callado que de costumbre, y si bien ya le había preguntado si le pasaba algo los días previos, esta vez fue más categórico:

 

- Algo te pasa a ti… – le comentó.

- ¡No! ¿Por qué lo dices? – con un tono delatador.

- Porque te conozco, ¿Pasó algo en Berlín ese día que saliste solo que no me hayas contado? – infirió.

Era ahora o nunca. Le estaban tirando en bandeja la posibilidad de sacarse un peso de encima. Cristián supo que si seguía aguantando iba a explotar. Estaban lejos, solo los 2, era un viaje para unirse aún más. Intuyó que su hermano no tenía por qué reaccionar mal, al contrario, si incluso tenía un muy buen amigo que era abiertamente gay. En 10 segundos concluyó lo que no había podido en los últimos 3 días. Su hermano era su amigo, y si se querían tanto como se querían, no debía por qué cambiar en nada la relación. Sin embargo antes que Cristián pudiese explayarse y desahogarse, José Luis preguntó: ¿Eres gay? Cristián lo miró un par de segundos a los ojos, sin decir nada, luego agachó la cabeza, miró hacia el suelo un par de segundos más, le tiritó un poco el mentón y respondió:

 

- No sé. O sea, creo saber, pero no estoy seguro –

​​- ¿Por qué crees tú que yo podría ser gay? – le preguntó a José Luis mientras él miraba para cualquier parte para disimular un poco su rostro.

José Luis estaba con mil sensaciones encontradas, pero ninguna de ellas era enojo o desilusión, pero tampoco alegría o comprensión. Eran mil emociones, pero ninguna al mismo tiempo.

 

- ¿Sabes?, siempre lo sospeché – seguía sin mirarlo a la cara – lo más fuerte de todo esto, es unos meses antes de que los papás murieran, escuché a la mama hablar por teléfono con la tía Alicia. Le comentaba de que ella estaba preocupada porque del colegio la habían llamado para comentarle que quizás tu tenías esa tendencia y que quería llevarte al psicólogo. Yo preferí no creerlo y me hice el huevón. Pero después que los papás murieron y nosotros nos empezamos a acercar más, fui entendiendo que si eras o no eras, no iba a ser que fueras diferente, que daba lo mismo, porque vas a ser mi hermano igual y eso no lo va cambiar nada. Si lo descubres y lo tomas con responsabilidad, te cuidas y eres feliz, yo voy a estar allí para apoyarte en todo. Cristián, tu eres lo más importante que tengo – dio vuelta el rostro y reveló una lágrima, pero era una de las buenas.

Ese día en Praga, sentados en un banco de la Plaza Staromstske no hubieron abrazos cursis, ni destellos de amor fraternal, sólo una tranquila y necesaria conversación y una conclusión fantástica: Cristián ahora descubriría si lo que intuyeron alguna vez en su colegio, que comentaron con su madre y que por casualidad había escuchado su hermano 6 años atrás, era cierto. Pero la diferencia es que lo haría con la tranquilidad y respeto que una revelación así implica. Todo esto con el apoyo de su familia: su hermano.

 

El viaje estaba terminando y había que hacer escala en el aeropuerto de Barajas de Madrid antes de regresar a Santiago. En la sala de espera antes de subir al avión, José Luis no le pudo sacar la mirada a una chilena que estaba esperando subir al mismo vuelo. A Cristián le pasó lo mismo con el tipo que estaba al lado. Pensaron que eran pololos. A Joaquín ni lo vieron.

 

Ángela entró a la Iglesia Santa María de Las Condes del brazo de su padre. Parecía un ángel.  Joaquín junto al altar esperaba orgulloso, estoico y galán. Gabriel estaba sentado junto a sus padres y si bien había pasado poco más de un año desde que volvieron de Europa, nunca habían tenido la posibilidad de reconciliarse. De igual modo, Gabriel no pudo evitar las lágrimas cuando vio entrar a su prima por la puerta de la Iglesia.

 

Los años pasaron. Ángela se mostraba feliz. Una vez titulada encontró trabajo en una agencia de comunicaciones y ahí estuvo el resto de su vida como directora de arte y luego, directora del área de diseño. El trabajo le permitía darse el tiempo necesario para cada mañana ir a dejar a sus dos hijas al jardín infantil, luego ir a buscarlas al medio día para almorzar con ellas. Joaquín llegaba después de las 7 de la tarde, su consulta siempre estaba plagada con pacientes. Era una familia feliz, o al menos, parecían serlo. Gabriel fue sólo en una oportunidad al departamento de Ángela en San Carlos de Apoquindo, una vez que se reunieron todos los primos de la familia a cenar. Ángela seguía con la misma sonrisa, el mismo encanto, pero sólo hablaba de las niñitas, de los gastos del pediatra y de las tías del jardín. Gabriel la escuchaba y pensaba en cómo el imbécil de Joaquín había cambiado tanto a su prima en esos 6 años. Es más, y quizás con la ayuda del tiempo que lo desgasta todo, no tenía el más mínimo interés de retomar amistad con su prima, y viceversa. Había pasado mucha agua debajo del puente, pero la verdad es que ya ni siquiera valía la pena. Tenían grupos de amigos diferentes, vivían en barrios diferentes y con estilos de vidas diferentes. Gabriel una vez que se tituló de leyes comenzó a trabajar en una fundación. No ganaba mucho, pero le encantaba su trabajo. Después de algunos años pudo reunir la plata para comprarse un pequeño departamento en el Parque Forestal y ahí vivía con su perro Ñoqui. Comenzaba a tener una vida más tranquila, trataba de viajar al menos una vez al año, de vez en cuando invitaba a amigos a cenar a casa y muy rara vez iba a fiestas en Bellavista. Trataba de no acomplejarse por la soltería, aunque en el pasado sólo había tenido relaciones desastrosas: Había conocido tipos mayores, pero tenían muchas mañas, había estado con tipo menores, pero sólo pensaban en drogarse y tomar piscola, había estado con tipos de su edad, pero eran demasiado egoístas como para poder construir una relación más estable. Así y todo, a sus 30 años aún guardaba la esperanza de poder conocer a alguien, enamorarse y vivir hasta viejo con un compañero. Porque la soledad lo aterrorizaba.

 

El celular de Gabriel sonó a eso de las 4 de la mañana. Era un número desconocido, pero bastó un “Necesito verte urgente” y ninguna otra explicación de la voz de Ángela por el otro lado de la línea para que Gabriel saltara de la cama a buscar a su prima. Llegó a San Carlos de Apoquindo a las 4.30am, Ángela lo esperaba afuera en shorts y polera esa cálida madrugada de enero. Entró al auto y los ojos hinchados delataron todo. No soportaba más. Ángela ya no podía, ni quería, seguir luchando por mantener una relación rancia y carcomida por el tiempo con su marido. Su matrimonio era una agonía permanente y Gabriel era el único que le había advertido. El único que podía llegar a entenderla. Los primeros meses fueron normales, armando el departamento y planificando un posible embarazo, pero cuando Ángela tuvo a su primera hija, la relación comenzó a debilitarse. Salían muy poco, Joaquín tenía sus amigos y Ángela otros completamente diferentes. Si bien a las niñitas nunca les faltó nada, y mucho menos amor, entre la pareja se había debilitadlo todo. No salían solos, no lo pasaban bien juntos y peor aún, en 6 años de matrimonio sólo habían tenido sexo 7 veces, en 2 de las cuales Ángela había quedado embarazada.  Esa noche habían discutido, por todo y por nada, como siempre. Parecía que Joaquín sólo se preocupaba de pagar las cuentas, de ver fútbol y de su colección de cuadros y de vez en cuando estar con las niñitas, pero el resto del tiempo, en casa y fuera de ella, para él Ángela era sólo un adorno. Al principio no le dio importancia, ella tenía la cabeza entre el trabajo y las niñitas, cuando salía con sus amigas lo pasaba bien, pero comenzó a entender que a los 30 años, aun joven y guapa, tenía una vida por delante y estar así, al lado de Joaquín era insoportable. Si bien al principio todo era amor y pajaritos alrededor de la pareja, al perecer el simple hecho de ponerse una argolla con el nombre del los dos grabadas en el reverso, no era suficiente. En más de alguna oportunidad, Ángela le manifestó a Joaquín que lo sentía distante e indiferente, él se excusaba en el trabajo y el cansancio, pero que cambiaría, sin embargo esa promesa repetida nunca se cumplió y Ángela se agotó.

 

Esa noche vieron el amanecer mientras ambos se disculpaban. Y desde ese momento volvieron a ser los inseparables primos y amigos que habían sido siempre.

 

La separación de Ángela fue tediosa, no necesariamente por la burocrática instancia de divorcio según la ley, ni siquiera por la tutoría de las niñitas, sino porque Joaquín no podía entender qué había hecho mal. Sí, él reconocía sus errores, pero se encargó de enlistar todas las responsabilidades de Ángela respecto al fracaso matrimonial: que era una mala madre, que solo se preocupaba por su carrera y que quería salir de carrete como si tuviera 18 años.  Ángela hizo caso omiso y entendió que Joaquín hablaba desde la rabia y el remordimiento, a fin de cuentas, ambos sabían que el amor se había acabado y que era mejor para ellos y para las niñitas estar separados. Gabriel acompañó y aconsejó a su prima en todo este proceso. Se juntaba religiosamente todos los domingos a tomar té, Gabriel se transformó en el tío simpático para las niñitas, y no faltaba oportunidades para salir los 2 o con amigos a tomar una cerveza por ahí de vez en cuando.

 

Al año siguiente, Joaquín ya había armado su vida de soltero y Ángela estaba disfrutando a concho todo lo que no había vivido esos últimos años. Hacía deporte, trabajaba lo que había que trabajar y aprovechaba a sus hijas, también aprovechaba fin de semana por medio cuando se iban a la casa del papá. Gabriel, de su primo se había transformado en su amigo de infancia, de amigo de infancia a un primo casi desconocido y de primo casi desconocido en yunta. A veces pasaban el fin de semana entero juntos. Los dos comenzando sus treintas. Por primera vez compartían amistades, iban a asados, fines de semana en Maitencillo, hacían coincidir sus veraneos en Ranco, cumpleaños y fiestas de matrimonio. En pocas palabras, lo pasaban increíble juntos.

 

Cuando llegaron de Europa, José Luis invitó a Roberto a su casa. Quería que conociera a Cristián. Roberto era compañero de Universidad de José Luis. Cristián sólo había escuchado a Roberto de nombre. José Luis estaba nervioso por Cristián. Roberto era el amigo gay de José Luis. Cristián conoció a Roberto. Roberto conoció a Cristián. Cristián y Roberto pololearon por casi un año. Fue un pololeo bonito. Gracias a Roberto, pero sobre todo por el cariño y respeto que siempre le manifestó su hermano, para Cristián no se hizo muy difícil asumir su homosexualidad y llevarlo como algo natural. Pero todo lo bueno, por lo general, siempre termina y Roberto si bien ayudó mucho a Cristián en este proceso, al tiempo entendieron que era mejor estar separados, habían muchas cosas en las cuales no eran compatibles y Cristián se dejó cegar por las luces del mundillo gay. De a poco comenzó a conocer gente, ir a fiestas, ir a discotecas y ver que entre vanidades y ropa de marca, el mundo gay santiaguino era bastante más entretenido de lo que él alcanzó a imaginar. Roberto entendió esto y no le quedó otra que convertirse en su amigo. 

 

Ya para el año que Cristián se titulaba de arquitecto, había tenido unas cuantas relaciones sin importancia después de Roberto, todo ese “glamour” gay capitalino lo estaba comenzando a aburrir, no tenía nada que lo atara a Chile y por eso no dudó en tomar la beca que le dieron en la Universidad para ir a hacer un postgrado en urbanismo a Nueva York. Por otro lado, José Luis ya tenía su vida armada. Era un exitoso ingeniero, subgerente de una importante constructora. Su novia, Soraya, con quien se casaría poco antes de la partida a Estados Unidos de su hermano, era la clásica polola arribista que vio en José Luis una oportunidad de escalar socialmente. José Luis tenía una buena situación, un buen apellido y vivía en un buen barrio, suficiente atributos para convertirse en su mujer. Soraya era una mujer inteligente y ambiciosa, con un encanto hechizante. José Luis la quería, le tenía afecto, se llevaba bien con su hermano y era una mujer cariñosa y esforzada. Razones suficiente para pedirle matrimonio. Si bien Cristián vio que su hermano tomó la decisión desde el conformismo y no desde el amor, lo apoyó. Después de 2 años de pololeo Soraya y José Luis se casaron.

 

Una regla dice que lo que fácil llega, fácil se va, y otra dice que vemos caras y no corazones, y sin haber siquiera intentado tener hijos, la separación de José Luis con Soraya fue inminente. Alcanzaron a estar juntos poco menos de un año. Período suficiente para conocerse realmente, viviendo juntos, y no se soportaron. José Luis entendió que Soraya era pura apariencia, si bien se lo imaginaba y nunca quiso darle mayor importancia, al vivir con ella el día a día, entendió que no aguantaría mucho tiempo más con ella. Soraya por su cuenta entendió que debía seguir trabajando y que las mesadas que ella comenzó a pedir para poder dedicarse a la casa y al supermercado no iban a llegar únicamente del bolsillo de José Luis. El matrimonio entonces no era la solución para ella. A los meses de la separación, José Luis agarró una maleta y se fue una temporada a visitar a su hermano en Nueva York.

 

Cristián lo esperaba en el aeropuerto de La Guardia. Estaba nervioso y feliz ya que había pasado un año que no veía a su hermano y si bien nunca se lo confesó, lo extrañaba muchísimo. José Luis también estaba nervioso y feliz, necesitaba el abrazo de su hermano porque a pesar que la separación con Soraya no había sido complicada, asumir un fracaso matrimonial para nadie nunca ha sido fácil y en esos momentos necesitaba el apoyo y consuelo de Cristián.  Durante ese Enero y rodeados bajo un impresionante Nueva York nevado como escenario, los hermanos se aprovecharon al máximo, tal cual lo habían hecho años atrás en Europa. José Luis confesó, después de los primeros días, que le angustiaba volver a Santiago porque se sentía solo. Soraya mal que mal era una compañía, tenía sus amigos, pero no eran tan cercanos como para no sentirse encerrado en sí mismo. José Luis era una persona fuerte, pero hasta los más fuertes tienen su telón de Aquiles y el de José Luis era la soledad. “Cuando me vaya, te voy a echar mucho de menos” le dijo. Cristián se sintió identificado con su hermano. Nueva York era una ciudad alucinante, pero muy mezquina, le había costado mucho conocer gente, vivía en un pequeño departamento compartido en Harlem, todo era extremadamente caro, extrañaba Chile, extrañaba su casa y extrañaba a su hermano. Al terminar su visita y antes de que José Luis tomara el taxi con destino a La Guardia, el abrazo de despedida fue apretado y nostálgico, se volverían a separar justo cuando más se necesitaban el uno al otro.

 

Por fin se había cumplido el período que le dieron a Cristián por la beca y era hora de regresar a Santiago. Le habían ofrecido un trabajo en Manhattan, pero Cristián aún sentía el abrazo que le había entregado a José Luis y decidió regresar a Chile. José Luis en ese período había entrado en una etapa de depresión y había que regresar a acompañar a su hermano. El psiquiatra que atendía a José Luis explicaba que se había detonado por un tardío entendimiento y reacción, el dolor que había sufrido años atrás con la muerte de sus padres, y como había asumido el rol de hermano mayor y amigo, se contuvo para poder apoyar a Cristián y lo guardó por años, hasta que de regreso de Nueva York y al no encontrarse con nadie en el aeropuerto, comenzaron en él a indagar sensaciones de abandono y dejadez que se manifestaban en insomnio, irritabilidad y tristeza.  Si no fuera por el cariño que siempre le tuvieron en la Constructora donde trabajaba fácilmente lo pudieron haber despedido. Pero cuando Cristián le confirmó su regreso, el estado anímico de José Luis poco a poco comenzó a mejorar. Cristián decidió vivir con su hermano llegando a Santiago. Se necesitaban y ahora el hermano menor tomó el rol de hermano mayor, cuidando y estando cerca de José Luis alejando así de él la sensación de vacío y soledad que estaba viviendo los últimos meses.

 

“¡Se casa la Carmencha!” Expresaron los hermanos Encina desde su casa cuando llegó el parte de la hija de unos amigos muy queridos de sus padres. Lo mismo gritó Ángela cuando llegó el suyo a su departamento, su gran amiga del colegio al fin se casaba.

 

La verdad José Luis no tenía muchas ganas de ir al matrimonio, estaba desencantado de todas esas formalidades y rituales, pero Cristián lo convenció, mal que mal era el primer evento social desde que llegaba de Nueva York y habrían muchas caras que quería volver a ver. Cristián prefirió ir solo, pero José Luis invitó a Martita, una colega que trabajaba con él en la constructora. Martita era una mujer apagada y sin gracia, pero había sido la única que mostró real preocupación durante el mal período que había vivido José Luis el último tiempo, y por último la tendría a su lado sentada durante toda la noche, ya que obviamente Cristián sacaría a bailar a todas las viejas aseñoradas amigas de su madre. La Martita llegó temprano el sábado al departamento de los hermanos, se tomaron un Pisco Sour y salieron a la iglesia donde se celebraría la ceremonia religiosa de Carmencha. En el Parque Forestal, Ángela y Gabriel se habían juntado más temprano y con unas copas de champaña en la mano se ayudaron mutuamente con los looks que ambos llevarían a la fiesta. La misa fue larguísima y Gabriel no aguantó mucho, así que en los últimos minutos de la ceremonia, optó por ir a fumarse un cigarro afuera. José Luis, tampoco muy amigo de la iglesia católica, hizo exactamente lo mismo. Saludó de reojo a Gabriel y se prendió su cigarro.

 

La fiesta fue en La Casona de Las Condes. En el camino de ida, Gabriel le preguntó a su prima si sabía de algún amigo gay de Carmencha, Ángela no tenía idea, pero Gabriel no pudo aguantar comentar sobre el tipo guapísimo que estaba fumándose un cigarro con él afuera, Gabriel estaba casi seguro que este guapo y misterioso personaje era de “su club”. El lugar se veía increíble, con luz tenue y todo en color blanco y negro y un dejo de amarillo ámbar: las mesas, la decoración, incluso los garzones. La mesa de Ángela y acompañante era la Nº 15; la de José Luis y acompañante también. Cuando Gabriel vio sentarse junto a Ángela a José Luis se puso tremendamente nervioso, volviendo a repetir un gesto de reojo para saludarse. “Ese es” le sopló a Ángela mientras se sentaba. “¡Bien mino!” dijo Ángela en tono silencioso. En la mesa, nadie se conocía con nadie, era una junta de personas muy extraña, pero ni a Ángela ni a Gabriel les importaba, estaban al lado del hombre más atractivo de la noche y Ángela estaba atenta a presenciar los despliegues de conquista que pudiese hacer su primo. Gabriel observó que la acompañante de este personaje era bastante fea y que ninguno llevaba anillo, primera pista para confirmar las sospechas de que José Luis pudiese ser gay. Al ver que Gabriel no abría la boca más que para tomar sorbos de vino, Ángela rompió el hielo y le preguntó directamente a José Luis de donde conocía a los novios:

 

- Sus papás eran amigos de los míos, la conozco desde chico – respondió José Luis de manera parca y sin querer conversar mucho. Martita miraba para cualquier lado con cara de lata

- Mira tú, ¿ah?, yo a la Carmencha la conozco desde chicas, estábamos juntas en el colegio, hasta que me quedé repitiendo, jajaja – dijo Ángela sin que nadie le preguntara – pero igual hemos sido re amigas este último tiempo, sobre todo desde que me separé – continuó haciéndose dueña de la mesa.

- ¿Y desde cuando estas separada? – preguntó José Luis poniendo por primera vez un grado de interés a su interlocutora

- Hace como un año ya, pero súper bien – dijo heroica – de hecho ahora quise venir con mi primo, salimos siempre juntos, somos inseparables, jajaja –

- Como yo con mi hermano – y José Luis al fin sacó una sonrisa

 

Ángela presentó a José Luis con Gabriel, “El del religioso vicio” recordó José Luis esbozando una sonrisa. Gabriel se puso extremadamente nervioso, sentía que por fin se estaban fijando en él, Ángela por su cuenta se sentía un verdadero Cupido. Pero todo quedó hasta ahí cuando José Luis reveló que también era separado. Ahora los roles se cambiaron, Ángela se puso nerviosamente coqueta y Gabriel tomo el arco y la flecha asumiendo su nuevo rol con algo de desilusión. Martita pasó a completo segundo plano  cuando ella misma reveló que con José Luis solo eran compañeros de trabajo y que lo estaba pasando pésimo en el matrimonio. Cuando sonó la música después del Vals,  Gabriel insistió en que fueran los 4 a bailar, pero la cara amarga de Martita dio a entrever que no era una posibilidad, hasta que Gabriel la tomó de las manos y mintiéndole con un “¡Cómo nos vas a bailar si estas tan guapa!” se la llevó a la pista de baile mientras sonaba un reggaetón y todas las mesas quedaban vacías. Ángela y José Luis bailaban de manera casi incómoda, ambos trataban de conversar y sonreír al miso tiempo que Gabriel hacía volar a Martita mientras se movían al son reggeatonero. Cuando podía miraba a su prima con un movimiento de cejas para darle coraje y se sacara la tontera y nerviosismo de encima. Un whisky la soltaría un poco, y aprovechando de dejarlos solos, se ofreció ir a bar a buscar un trago para todos.

 

- Es bien simpático tu primo – dijo José Luis acercando su rostro a la oreja de Ángela.

- Si, es el mejor – lo dijo casi con un suspiro mientras lo veía alejarse hacia la barra con una Martita agotada de tanto movimiento corporal.

- ¡Qué raro que no tenga polola! – comentó José Luis

- ¿Polola? – y no aguantó las carcajadas - ¿de dónde sacaste que Gabo podría tener polola? – siguió riéndose – Y yo que pensaba que al primo se le cachaba lo gay – terminando con una sonrisa.

- ¿Es gay? – exclamó José Luis abriendo los ojos y sonriendo - ¿Y soltero, no?

- ¡Ah no! – le replicó Ángela – No me vengas que eres homofóbico patético como mi ex marido – le dijo entre broma y en serio- No, para nada, si mi hermano también es gay – le dijo con ilusión – Viene llegando de Nueva York y no conoce mucha gente –

- ¿Me estas hueviando? – comentó Ángela incrédula – Presentémoslos poh. Si se parece a ti, le va a encantar al Gabo – le aseguró y coqueteó.

- Lo voy a buscar y vuelvo, dame unos minutos –

- ¿Esta acá? – no alcanzó a terminar la pregunta cuando José Luis se alejaba entre medio de ajetreados bailarines.

Gabriel volvía con 3 vasos de whisky con hielo y sin Martita, quien prefirió quedarse sentada un rato. ¡Mejor!. Ángela aprovechó de tomarse un buen sorbo de su vaso para contarte a su primo lo que estaba por pasar, con lo cual Gabriel se tomó 3 sorbos seguidos más. Aprovecharon que los hermanos no volvían para hacerse los interesantes y bailar como si nada fuera a pasar. Pero no lo consiguieron y al entender que parecían 2 ridículos, terminaron de vaciar cada uno su vaso, más el vaso de José Luis. Ya habían sonado 2 canciones desde que José Luis había ido a buscar a su hermano y las conclusiones de la demora – y de la presentación formal de primo con hermano – era que lo habían mostrado de lejos y Gabriel no había sido del gusto del hermano de José Luis, de quién aún no sabían siquiera el nombre. 2 canciones más y ahora Ángela comenzó a enrollarse de que José Luis le había tomado el pelo con la situación y que efectivamente era un patético homofóbico. Tanta ingesta de líquido había influenciado los esfínteres de Gabriel y como los “hermanitos” no aparecían mejor iba al baño, quizás qué cara tenía que el personaje éste lo había desechado solo con mirarlo desde lejos, aprovecharía de inspeccionarse frente a un espejo. Cuando volvió vio a 2 tipos, casi iguales bailando con su prima, uno era José Luis y el otro, supuso, era el hermano en su versión mil veces mejorada.  Un apretón de manos entre Gabriel y Cristián fue suficiente para que de ambos saliera su mejor sonrisa y unos cuantos segundos de mirarse fijamente a los ojos cuando cada uno pronunciaba su introductorio nombre.

 

Eran las 6 de la mañana, los novios y casi todos los invitados habían concluido la fiesta. Una mesa al fondo, la Nº 15, estaba en cambio llena de risas y varios vasos vacíos. Martita había tomado un taxi varias horas antes.  Ángela invitó a todos a su departamento, total las niñitas estaba con su padre. Llegaron, abrieron una botella de whisky, sacaron los cigarros extras que habían comprado, se sentaron en la terraza y sin querer José Luis le tomó la mano a Ángela y Gabriel apoyó su mano sobre la pierna de Cristián. Ni se inmutaron, parecía normal y necesario hacerlo, como si cada nueva pareja se hubiese conocido desde hace años.  No se dieron ni cuenta, a las 10 de la mañana, cuando las despedidas fueron con abrazos e intercambios de teléfono.

 

El verano en el Lago Ranco había sido caluroso y sereno. Ángela se había levantado más temprano para ir comprar pan a Futrono. La hija de la Violeta había dejado la mesa para el desayuno lista. Despertó a su marido para decirle que el huevito revuelto estaba listo y para que llamara a Cristián y Gabriel que estaban en la casa de al lado y los invitara a desayunar. Habían pasado 15 años desde que los 4 se conocieron en el matrimonio de la Carmencha. 5 años desde que José Luis le había pedido a Ángela que se casaran. 15 años desde que Gabriel con Cristián de pololos se habían transformado en una pareja sólida y feliz. Y habían pasado 4 años desde que ambas parejas se habían construido 2 casas en el sur, muy cerca del campo donde Ángela y Gabriel se habían criado de niños. 46 años en que la amistad de dos primos se había transformado en indestructible, 47 años en que dos hermanos se habían convertido en indivisibles y 15 años en que 2 parejas se habían hecho inseparables.    

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