

LA DECISIÓN (IN) CORRECTA
2012
¿Que si la decisión fue la correcta?, ¿Que si fue difícil dejar atrás todo ese tiempo juntos?, ¿Que si Pablo regresaría a Barcelona, o quizás Jaume viajaría a Santiago?, ¿Si se volverían a enamorar de otra persona?, ¡MIERDA! No sé. Son tantas preguntas y el destino es siempre tan incierto, que las dudas no se pueden esclarecer hasta que el tiempo pase y la mente se ventile. Y quizás cuánto tiempo necesitase pasar hasta que Pablo lograra entender si lo que hizo fue lo correcto o no.
SANTIAGO
Habían pasado 2 sicólogos, una relación sin sentido, un trabajo sin expectativas y una vida sin sorpresas, sin grandes dolores, pero tampoco sin grandes alegrías, para que Pablo comprendiera que si no lo hacía en ese momento, no lo haría nunca. Barcelona fue siempre su fantasía. Habían pasado muchos años donde él en secreto imaginaba su vida fuera de Chile. En secreto, porque él se mostraba un tipo feliz, que lo tenía todo. Pero claro, la fachada típica de un tipo que nunca tuvo mayores problemas en su vida fue jugándole en contra. Nunca supo si la alarmante llegada de la treintena de edad era sinónimo de esos sentimientos sobre una vida que se le escapaba de las manos y que no había hecho absolutamente nada para hacer, decir y ser lo que él quería o lo que él soñaba. Y un travieso revoloteo de sensaciones le hacía inspirar y creer que España, Catalunya, Barcelona, sería la solución a un signo de interrogación incrustado en su frente.
Pablo era los ojos de su madre. Siempre mantuvieron una relación muy cercana y muchas de las decisiones y acciones de Pablo debían estar valoradas por Josefina. Una mujer delicada y dulce. Muy sabia, porque la vida le había sonreído a ella de una manera muy diferente a la de su hijo. Creció rodeada de un cariño paterno descuidado y de una madre severa que jamás dejó a Josefina cumplir sus verdaderos sueños, porque en los años 70, una jovencita debía casarse, tener hijos y con eso ser feliz. El marido de Josefina sólo le dejó a Pablo como único regalo. Madre y padre a la vez, Josefina crio con mucho esfuerzo a su hijo y se preocupó siempre que jamás le faltase nada. Fueron años duros cuando Pablo recién nació, nadie le había enseñados a cumplir ambos roles, pero su amor ilimitado y entereza, lograron que para Pablo la vida fuese cómoda y estable. El padre de Pablo nunca volvió a aparecer en sus vidas, mejor así, porque no lo necesitaron. Por esa razón fue que a Pablo se le hizo aún más difícil tomar la decisión de dejar a su país, a sus amigos… y a su madre. Pero ella, generosa, fue la primera en alentarlo a cumplir sus sueños. Y si su destino, si su futuro, el que él quisiese construir estaba en la península ibérica, Josefina no dudó en alentar a su hijo para que así fuese. Él debía conseguir todo lo que ella jamás pudo. Nunca se permitió desearle a Pablo lo que sus padres injustamente inculcaron en ella. Josefina le prometió a su hijo que ella siempre iba a estar bien y que no debía preocuparse jamás por ella.
¡Vamos!, que entrar a un país desconocido no es sencillo. Hay que tener dinero, contactos, o mejor aún, una razón concreta – y legal – para llegar a hacer cualquier cosa. La primera y más racional respuesta fue estudiar, no era muy joven para retomar estudios, ni tampoco tan mayor para que sonara como una idea descabellada. Un postgrado en algo, en lo que sea. Que se relacionara con su actual profesión y que le permitiera acceder a un eventual trabajo en España. Una alternativa que le permitiera estar la mayor cantidad de tiempo posible y así contar con varias opciones. Visa de estudiante, que se pudiese convertir en visa de trabajo sin mayores trámites. Cualquier postgrado.
Los días de la partida se acercaban. Renunció a su efímero trabajo y se sacó un peso de encima. Comenzaron las despedidas. Pablo era un tipo querido entre sus amigos y familiares, pero no fue capaz de derramar una mínima lágrima, la ansiedad y felicidad de esta tan esperada nueva etapa eran superiores. Y no le dio remordimiento ver que efectivamente había mucha gente que lo quería y que sentía su partida. Pablo era buen amigo, buen compañero, buen consejero. Su forma simple de ver las cosas y sus oídos atentos a escuchar cualquier pena ajena lo habían convertido en una persona agradable y querida. Para muchos su partida podía ser una ausencia irremplazable. Pero el egoísmo de Pablo hizo cegarlo de tanto cariño. ¿Malo o bueno?, ambas o ninguna, en todo caso, en ese momento para él tal cuestionamiento no era relevante. La noche antes de la partida, Josefina con emoción de orgullo le regaló a su hijo las alas para volar y hacer lo que su corazón le dictase. Si las alas lo llevaban a Barcelona y eso le hacía feliz, era lo único que importaba. Y si en algún minuto lo hacían regresar, ella estaría ahí para recibirlo. Y con esas alas, Pablo partió tranquilo.
BARCELONA
¡Alucinante!. Después de 5 meses viviendo en Barcelona eso era lo primero que a Pablo se le venía a la cabeza cuando le preguntaban por su nueva vida catalana. Su gente, desde la más cosmopolita hasta los catalanes de tomo y lomo. Los barrios: las tiendas independientes del Borne, las calles laberínticas del Gótico, la noche del Eixample y Gracia, los museos del Montjuic, los bares del Raval. Los pasajes low cost para viajar a cualquier otra ciudad europea. Las bicicletas en cada esquina y la vida que haces sobre ellas porque nada queda muy lejos. Las ramblas con y sin turistas. Las playas de mar calmo, donde el nudismo es parte del paisaje, y las más salvajes, atiborradas de señoras y jovencitas bronceadas de años. Todo. Barcelona lo tenía todo, y mucho más. Pablo estaba extasiado con su nueva vida. La vida que generosamente Barcelona le estaba regalando. La ciudad no permitía miedos, no permitía retraimientos, en un lugar donde el único freno que puedes tener eres tú mismo, porque los metros cuadrados son respetados, las opiniones sociales son toleradas, independiente cuál sea, las ilusiones son valoradas y la importancia del ser es más relevante que las del tener o hacer. Ok, 5 meses quizás es poco tiempo aún para aterrizar a la nueva y real experiencia, pero tiempo suficiente para entender que aquí las cosas funcionaban diferentes, ni mejor ni peor que en Santiago, simplemente diferentes. Pero ese diferente a Pablo le acomodaba y se acobijaba para poder disfrutar su vida como nunca antes lo había hecho. En 5 meses había vivido situaciones liadas y complejas; pero también espontáneas y entusiastas, donde cada día se enfrentaba a una decisión completamente diferente a la anterior. Donde lo complicado de ser afuerino, era recompensado con la autenticidad y el atrevimiento a ser uno mismo. Pablo estaba viviendo lo que nunca experimentó en 30 años y que siempre añoró: ser él, sin complejos y sin tapujos.
El 19 de Febrero es un día en el cual, a pesar del frío, la gente celebra. El Carnaval es una fiesta a mediados de mes donde todos se disfrazan y circulan por las calles alegres al son la fiesta. El encanto de las Fiestas de Carnaval es que todos celebran con todos, la fiesta amista y los disfraces unen. Es una gran oportunidad para conocer gente nueva y diferente. Pablo disfrazado de un ángel – sin muchos recursos – comenzó a deambular con un vaso plástico de vodka naranja que vendían casi en cada esquina, con la intensión de celebrar tal cual lo hacía el resto. Cerca de la Avenida Diagonal, aún por el barrio de Gracia, un grupo de chicos, todos disfrazados de sacerdotes, obispos y otras caricaturas eclesiásticas se acercaron a Pablo. Su “look” de ángel sin aureola les hizo gracia para invitarlo una cerveza. Fue ahí donde conoció a Jaume. Conversaron 20 minutos de todo y de nada, y Jaume, entre el alcohol y el desenfreno lo besó sin previo aviso justo antes de despedirse y entregarle su número de teléfono. Pudo haber sido un beso transitorio como tantos otros, pudo haber sido un número de teléfono sin uso, como muchos guardados en su lista de contactos, pero hubo algo en esos ojos escondidos con las luces de la noche y esa sonrisa enmascarada en un disfraz clérigo, que obligaron a Pablo enviarle un mensaje de texto a Jaume apenas desapareció entre los otros disfraces de Carnaval. “¡Nunca me había besado un cura!” escribió.
Dicen que los primeros besos son los mejores. Pero en el caso de Pablo y Jaume, el segundo, el tercero y todos los que vinieron lo fueron aún más. Después de una semana de mensajes que iban y venían entre sus teléfonos celulares, finalmente se volvieron a ver un viernes a eso de las 4 de la tarde. Esta vez sin disfraces y a la luz del día. Ambos nerviosos y torpes por esta primera cita. Hablaron de sus vidas, de Chile, de Catalunya, de sus presentes, nada del pasado, nada del futuro, sólo del hoy. Sus vidas familiares eran muy parecidas y sus valores estaban bastante alineados. Jaume tenía 42 años, casi 12 años mayor que Pablo, pero su actitud, su presencia y su belleza descomplicada lo hacían parecer de treintypocos. En todo caso, la edad era sólo un número sin importancia. En sólo un par de horas, y luego de que un par de cafés se transformaran en un par de cervezas, ambos chicos volvieron a despedirse con otro beso y con muchas siguientes citas.
Para el cumpleaños de Pablo, Jaume lo pasó a buscar temprano en la mañana a su casa para llevarlo en su moto al Tibidabo. Y en la colina más alta, cerca de la Iglesia del Sagrado Corazón, Jaume se dio cuenta que Pablo podía cambiarle la forma de verse a sí mismo, comprender que soñar es una virtud, no un obstáculo que te cohíbe del futuro. Esa tarde, con Barcelona a los pies y unas cuantas botellas de cava, ambos chicos abrieron sus corazones como hacía mucho ninguno experimentaba, era lo natural, lo obvio. Hablaron de ellos mismos por primera vez. De sus miedos, de sus deseos y de cómo, si es que existiese la posibilidad, podrían juntarse en un destino conciliador en el que ambos se atreviesen a regalarse mutuamente. La sinceridad y transparencia de Jaume inundaron las fibras de Pablo y la humildad y calidez de Pablo eran un flechazo para Jaume. La situación, pero por sobre todo la compañía mutua que habían venido experimentando hace ya un par de semanas, los forzó a que las miradas de complicidad se transformaran en miradas de intimidad, y que los roces juguetones, fueran roces de versos propios. Jaume era un tipo muy centrado, con una clásica vida: profesionalmente exitoso, pero no realizado, su madre era su real motivación para seguir adelante. Una mujer esforzada que la vida le había jugado en contra durante la época franquista. Que había luchado mucho para sacar a su hijo adelante, hoy todo un profesional, pero que la edad y la vejez estaba carcomiendo sus talentos y el alzhéimer la estaba lentamente afectando su memoria, y por ende su individualidad e independencia. Jaume hacía un par de años había tomado las riendas de su madre, y como tantos, se entregó de la misma manera que ella lo hizo cuando él era pequeño, adolecente y adulto. No vivía con ella ni mucho menos, pero sí la llamaba y la visitaba todos los días. Los roles entre ellos se revirtieron de una manera sana y cariñosa. Guardando las distancias, Pablo se sentía identificado. Entre él y Josefina también había una relación particularmente estrecha y eso también lo notó Jaume. Ambos chicos estaban dispuestos a seguir conociéndose, disfrutando las virtudes e incluso las debilidades que cada uno tenía, porque, digámoslo, nadie es perfecto. Jaume era un tipo indeciso y apocado, siempre se decía a sí mismo que era un tipo “normal”, pero a los ojos de Pablo, Jaume era muchísimo más que eso, aunque le costara creérselo. Detrás de esos enromes ojos azules, se escondía un tipo ofuscado por su pasado. Amores antiguos habían corrompido en él una sensación de uso y vacío al mismo tiempo, que habían lamido su dulzura con la infidelidad desmedida, la lujuria injusta y la necesidad tan típica gay de sentirse atractivo para todos los otros maricas de la noche. Jaume se había transformado en un tipo inseguro y desconfiado, pero Pablo estaba rompiendo todos esos esquemas mal hechos. Jaume lo percibió y por primera vez sonrió a la posibilidad de dejarse querer y querer con reciprocidad. Esa noche, Jaume y Pablo hicieron el amor por primera vez, las anteriores habían sido sólo de buen sexo.
PARIS
Concluyeron volar a Paris, no porque fuese la ciudad más romántica del mundo, tampoco porque fuese un destino desconocido para alguno de los dos. Decidieron Paris solamente porque un amigo de Jaume tenía un departamento vacío que podrían usar gratuitamente, al lado de la Torre Eiffel. Serían 7 días de caminar y perderse por Montmartre, Montparnasse y el Barrio Latino, entre otros, sin mapas y sin guías. Ambos ya habían visitado la ciudad y entre los 2 se apañarían para redescubrirla juntos. Jaume era un fotógrafo aficionado y obsesionado por los grafitis, las murallas urbanas y el arte del spray y esta sería una razón más para reconocer la ciudad con otra mirada. Una tarde recostados sobre el césped de los Jardines de Luxemburgo, con una botella de Champagne, 2 copas de vinilo y cientos de otras personas que ni se sentían, Jaume y Pablo se adueñaron del mundo. Tomados de las manos y mirando hacia el cielo se dijeron que se amaban sin palabras. Pablo sabía que Jaume era la persona con la que quería estar, y era el momento de potenciar su futuro en España. Había encontrado lo que buscaba: Una vida. Una razón llena de virtudes suficientes para encontrarse a sí mismo y entender que a pesar del amor infinito que sentía a su país, lo que él siempre soñó durante 30 años hoy era una realidad. Jaume era la respuesta a esos días y noches llenos de dudas existenciales que a todos nos incomodan porque nos hacen dudar de hacia dónde vamos. Por suerte ahora tenía claro hacia dónde ir, y lo mejor de todo, era que ya estaba ahí. Ahora con Jaume a su lado, era aún más fácil entender que la felicidad era la sensación más célebre y más tangible de todas.
Paris es Paris. Inspira a hacer y sentir que el amor lo es todo. ¡Y vaya que sí lo es! Jaume y Pablo caminaban de la mano por el Sena, alucinados por el espectáculo de una noche serena. Nunca he entendido por qué la gente no le saca más partido a la costanera casi oculta que orilla el río. Mejor para ellos. Las 2 únicas personas con la mejor vitrina para deslumbrarse por el juego de luces que la Torre Eiffel regala cada noche. Y en ese rincón oscuro, sólo iluminados por la luna y destellos en movimiento provenientes desde el otro lado del Sena, se comprometieron a acompañarse, ayudarse y amarse pase lo que pase. Y así sería, porque el destino había juntado sus caminos en uno solo y querían, por sobre todas las cosas, seguirlo juntos. Fue su promesa.
Claro que se vendrían problemas, mal que mal, Pablo seguía siendo un extranjero con una visa de estudiante que no le servía de mucho. El postgrado estaba por finalizar. Una vez de regreso su objetivo era reinventar los papeles de estadía y plantearse una nueva vida profesional en Barcelona. Jaume sería su gasolina.
BARCELONA
Si en los primeros 5 meses Pablo respondía “alucinante” cuando le preguntaban sobre su vida en Catalunya, ahora su respuesta era “¡WOW!”. Barcelona tenía otro color ahora que estaba con Jaume. Las calles eran mucho más enérgicas, las noches estaban repletas de rincones por conocer, la Sagrada Familia parecía iluminarse por sí sola cuando la rodeaba en su bicicleteo matutino, la playa y el mar eran mucho más profundos. Había encontrado un trabajo como colaborador en una empresa de tecnología, tenía un horario flexible y una paga suficiente como para cubrir gastos básicos, pero lo mejor era que la empresa estaba tramitando los papeles para que Pablo pudiese concretar la visa de trabajo que le daría los cimientos necesarios para acceder eventualmente a la residencia.
Para Jaume la ciudad también había cambiado sus tonos naturales. Era una ciudad más verde, más roja, más viva. Sonreía por sonreír. Compartían con los amigos de Jaume, con los amigos de Pablo, pasaban tardes completas de tranquilidad en casa de Jaume, uno leyendo el diario, el otro con algún libro, se preparaban la comida y la película que descargaban de internet, se abrazaban, conversaban, chistes internos por montones, se mezclaban canciones, planificaban nuevos viajes. Un sinfín de cosas hechas juntos y tantas otras por hacer, un sinfín de lugares y vivencias por experimentar, comidas que probar, cines que disfrutar, mares que nadar, sonidos que escuchar. Sí, suena como la historia perfecta entre dos chicos perfectos, en la ciudad perfecta sumergidos en la relación perfecta. Pero nada es perfecto y algo de imperfecto estaba por pasar.
Estaban cenando en la terraza de un restaurante en la calle Enric Granados con 2 amigos más de Pablo. Su teléfono en silencio. Por suerte Jaume lo tenía encendido y Josefina no dudó en llamarlo a él después de una decena de intentos para comunicarse con su hijo. Cuando Jaume le entregó la llamada de su madre a Pablo, él supo que debía ser algo importante. Se alejó de la mesa. Al escuchar la palabra cáncer desde el otro lado del mundo, su mente se bloqueó y la lluvia comenzó a caer. Jaume al ver de lejos la cara de espanto de su novio, se acercó y tomó el celular para reconfirmar la grave noticia. Dejaron el restaurante, ambos amigos de Pablo algo descolocados por la apresurada partida, pero no dijeron nada porque entendieron el rostro de ambos. A Josefina le diagnosticaron un cáncer óseo.
El cáncer es una enfermedad traidora y dolorosa. Que cuando la escuchas por un teléfono a la distancia te penetra sin premeditar en consecuencias, porque el miedo y la ignorancia te atormentan. Pero Josefina fue siempre una mujer fuerte, acostumbrada a las adversidades. Esta no iba a ser una muralla, y si lo era, pues la derribaría tal cual la vida le enseñó. Si bien es cierto, su hijo era un pilar de energía y un motor constante para seguir avanzando en todo, el simple hecho que su hijo fuese feliz, como lo estaba siendo, era la mejor radioterapia que Josefina pudiese necesitar y colmada de benevolencia y altruismo, le exigió a su hijo que siguiera construyendo su vida tal cual. Los pronósticos eran favorables y en un par de meses, y con el tratamiento indicado, Josefina saldría estoica de la enfermedad. Se venían tiempos difíciles porque el cáncer te apuñala desde dentro y sus remedios más efectivos para atacarlos son los más dañinos para el exterior de una persona, y Josefina no sería la excepción. El amor materno es un misterio grandioso. Y Josefina era una madre ejemplar. Después de horas de conversar, después de noches sin dormir, después de cientos de lágrimas, Pablo se atrevió a ser egoísta. Decidió mantener su vida en Barcelona. Por Jaume, porque era el sinónimo de lo que Pablo entendía por felicidad. Por su madre, porque eso era lo que ella quería para su hijo. Por él mismo, porque sabía que su vida ahora estaba ahí, porque quería que su vida estuviese ahí y porque Jaume estaba ahí. Si bien es cierto, en el exterior dudaba constantemente de qué era lo que él debía hacer, en lo más profundo sabía que estaba haciendo lo correcto.
FORMENTERA
Jaume cada año se daba un capricho. Y este sería el primer año, en mucho tiempo, que compartiría este capricho con alguien más. Formentera era un destino paradisíaco del cual pocos sabían. Al sur de Ibiza se encuentra esta pequeña isla, pero saturada de playas turquesas, de arrecifes dorados y acantilados de ensueño. Cada arista de la isla esconde un paisaje formidable que respira calma, sol y viento. Jaume se dio el gusto de invitar a Pablo un fin de semana. Primero porque era el lugar favorito en el mundo de Jaume y segundo porque los últimos meses habían sido complejos para Pablo. El nuevo trabajo era exigente y el hecho de ser extranjero a veces le jugaba en contra. Tuvo que aprender nuevos códigos en poco tiempo, entender que los españoles hacen negocios de diferente manera y que los procesos son otros. Y eso lo tenía agotado. La salud de su madre estaba estable, pero no mejoraba, las dudas de si regresar o no lo atormentaban, incluso con el repetitivo discurso de Josefina de que no era necesario. Sin duda que el cáncer había tocado a Pablo de una manera casi propia y la constante preocupación por la salud de su madre era fatigoso. Ese fin de semana serviría para desconectarse, para dejar los teléfonos apagados y disfrutar de Formentera.
Jaume compartió con Pablo un secreto imborrable. Lo llevó a eso de las 8 de la tarde a una playa perdida entre unas rocas rojizas. No había nadie a kilómetros de distancia. Solamente el sol, a esa hora en que ya lo puedes ver directamente y no te encandila, era testigo de las dos únicas personas en la isla. Se desnudaron, el agua estaba calma y tibia, se hundieron al son de las olas, se besaron, se amaron y se dejaron acariciar por el resplandor de naranjos intensos y de azules transformados en rosa. Ese segundo, en que el sol se ahoga en la lejanía del mar, regalando la última brisa de calor, fue el éxtasis más pleno.
Nadie, nunca nadie, fue capaz de entender el vínculo que en casi un año juntos, Pablo y Jaume habían construido. ¿Saben lo que significa admirar a alguien?, ¿Admirar sus gestos, sus formas y sus fondos, cada detalle de sus movimientos?, ¿Admirar sus dichos y sus hechos, sus posturas, su génesis, sus fundamentos, sus libertades y sus dependencias? Todo lo que Jaume representaba era admirable. Eso es admirar. Eso. Nada más. Porque Pablo veía en Jaume todo lo que para él implicaba lo bueno y lo malo, cuando lo malo también es bueno. Ese nivel de amor no existe ni siquiera en los cuentos. Formentera fue sólo un escenario donde Pablo reconoció y asumió que él admiraba a su novio, que lo respetaba y que sólo podría inspirarle lo mejor porque Jaume le infundía solamente eso. Ese tipo de amor es aquel que nadie entendía, pero ¡qué importaba! Lo importante era que sólo ellos lo comprendieran. Jamás en millones de años, una pareja se había amado tanto como ellos. Sí, llevaban poco tiempo juntos, pero suficiente para entender que estaban hechos el uno para el otro. Que se potenciaban todo lo bueno. En que cada uno era capaz de enseñarle al otro las cosas desde una nueva perspectiva, y eso los conquistaba aún más, cada día, cada nuevo aprendizaje. Eran un complemento infalible y por eso, qué importaba si nadie más concebía que dos personas en tan poco tiempo pudiesen necesitarse tanto. Qué importaba si nadie más los entendía, mejor así, quizás, porque la relación que tenían era sólo de ellos. Muchos les decían a los cara lo buena pareja que hacían, pero ni esa gente podía entender lo que pasaba por sus almas cada vez que veían la sonrisa del otro, cómo se les erizaba la piel cada vez que el otro susurraba cualquier cosa, cómo el corazón les palpitaba aceleradamente por el simple hecho de tener al otro cerca, cómo la sangre circulaba con mayor fluidez porque el otro inhalaba su nombre. Nunca nadie pudo comprender que esos dos chicos podían quererse tanto desde la admiración, desde el respeto y desde lo humano.
BARCELONA
No pasaron ni 24 horas cuando Pablo se enterara que su madre había caído en la clínica por un resfrío mal cuidado que se transformó en pulmonía. Los medicamentos de Josefina eran tan potentes, que las defensas de su cuerpo se habían debilitado a tal punto que quienes circulaban cerca de ella debían usar mascarilla. Esta vez Pablo no fue tan fuerte, ni tan ingrato. Habló con sus jefes y solicitó unos días libres, explicó la situación, lo entendieron y compró pasajes a Santiago. Esa noche, cuando le comunicó a Jaume que debía ir a Chile un par de semanas, Jaume sólo concibió abrazarlo. Un abrazo lleno de energía, de positivismo y fuerza. Era todo lo que Pablo necesitaba. Iban a ser días complicados. Sobre todo para Jaume. Después de dejarlo en el aeropuerto, Jaume entendió que cuando Pablo regresara las cosas podrían cambiar. Si su madre no se veía o mostraba recuperada, Pablo quizás decidiría regresar y eso le atormentaba. Le atormentaba no sólo por el hecho de separarse, sino que se separarían bajo qué condiciones y por cuánto tiempo. Jaume no podría ir a Chile, mal que mal los separaba una suma importante de dinero. Ir a Santiago no es lo mismo que ir a Madrid, o Londres o Berlín. Pablo había sido todo lo que nadie fue en 42 años. Había sido una luz, una luz ardiente, que lo motivaba a ser feliz, a entender desde su núcleo más vital, más íntimo, que la vida es un buen lugar para estar, que uno puede confiar y creer que se puede construir de a dos, que se puede amar, pero más aún, que se puede ser amado de vuelta. Y le aterraba imaginar que su vida podría continuar sin Pablo. Esos días apenas durmió. Se apoyó en amigos y familia, pero se sentía desentendido. “Cásate con él”, “Múdate a Chile”, “¡No exageres!”, “Su madre se va a recuperar, ¡ya verás!” e incluso “Hay más hombres, Barcelona está llena de ellos”, fueron algunos de los consejos que trataron de darle. Puras bobadas a su entender. Es que nadie los comprendía.
SANTIAGO
Había pasado más de un año desde que Pablo se había ido de Chile. Una frágil figura, pero siempre sonriente lo esperaba con los brazos abiertos y lágrimas optimistas recostada sobre la cama. La ciudad no cambiaba, pero su madre sí. Le costaba reconocerla, sus manos estaban débiles y pequeñas, las piernas apenas las podía mover, la cabeza maquillada con una peluca y los labios secos que apenas le permitían salivar. Era como si Josefina hubiese envejecido 20 años. Pero Pablo era la vitamina que ella necesitaba, y al enterarse que su hijo venía, su cuerpo se revitalizó y los exámenes comenzaron a reconciliarse con Josefina. Así al menos lo explicó la oncóloga que la llevaba. A solas con Pablo tuvieron una larga conversación. La medicina a veces no tiene respuestas cuando las fuerzas casi sobrehumanas luchan contra un cáncer de estas magnitudes. La doctora fue tajante en anunciar que el cáncer óseo, si bien es tratable, no es uno sencillo. Su tratamiento tiene muchos efectos, sobre todo en la movilidad y funcionamiento de los músculos y huesos. Su recuperación es lenta y requiere de muchos procesos e intervenciones que detectan un sinnúmero de consecuencias que debilitan al enfermo, lo sacuden y lo atenúan al punto que si no es cuidado con suma cautela y prudencia, el afectado puede recaer en otras enfermedades que por muy simple que puedan mostrarse, complican de mayor grado a un afectado con células cancerígenas. Después de tal diagnóstico, a Pablo le revolotearon cientos de sentimientos de culpa por vivir su vida tan lejos de su madre.
Si bien es cierto, a Josefina nunca le faltó el apoyo de sus amigos y parientes lejanos que nunca la dejaron sola estos meses, sin duda que la presencia de Pablo era la mejor compañía. Nunca se lo hizo ver, ya que cada 5 minutos Josefina le preguntaba por Jaume, por su trabajo, por Barcelona. Le recalcaba lo feliz que la hacía saber que ya era un hombre maduro, que estaba tomando las decisiones correctas para ser feliz y se regocijaba al ver a un Pablo enamorado. Enamorado de otro hombre, enamorado de su vida y enamorado de sí mismo. No hay nada más importante que la autorrealización y Pablo era un fiel reflejo de que podemos conseguir lo que queremos. Josefina se sentía una mujer afortunada de tener un hijo así. Por lo mismo su insistencia de que ella iba – siempre – a estar bien. Tal cual se lo dijera hace un año atrás.
2 semanas es mucho tiempo a veces, tanto tiempo que Pablo sin querer dejó su corazón de lado y actuó con la razón sumergiéndose en su madre. Por un par de días prefirió no pensar en Jaume. Se ofuscó y se vio obligado a tomar una decisión quizás irreversible. Josefina trataba de ocultar sus dolores con pequeñas mejorías y diálogos sobre su pronta recuperación y que no lo precisaba cerca, que ella tenía toda la energía necesaria, que aún era joven y que podría combatir lo que venía sin su hijo cerca. Ella estaba convencida que se iba a recuperar, que lucharía, que tenía fuerza. Y que su mayor fuerza era saber que su hijo estaba bien, sano, pero sobre todo, feliz. Pero no. No era suficiente. Pablo lamentaba el sufrimiento de Josefina. Sentía, y sabía que su misión era estar cerca de su madre, cuidarla y acompañarla. Tal cual Jaume hacía con la suya en Barcelona. Eso es algo que aprendió de él.
Antes de volver a Barcelona, Pablo le confirmó a su madre que él regresaría, porque de lo contrario no se perdonaría nunca estar lejos si a Josefina le pasaba algo grave. Él merecía estar cerca y acompañarla en todos los próximos pasos. Si era el hombre maduro del cual Josefina se enorgullecía, esta era la oportunidad para serlo realmente. Razones suficientes para regresar nuevamente a Chile, pensó.
Si el viaje de ida a Santiago fue largo, el de regreso lo fue aún más. Y no porque fueran más horas de vuelo. Estaba nervioso y ansioso por ver a Jaume. Lo extrañaba y necesitaba sus brazos y sus palabras de consuelo, pero al mismo tiempo, le asustaba enfrentarse a él, verlo a la cara y anunciarle la decisión. No pudo pensar más allá de ese momento, eso ya era suficiente. Cómo lo resolverían era algo que su mente aún no estaba preparada para analizar. Así como el simple hecho de ver a su madre lo instó a tomar esta decisión, el simple hecho de ver a Jaume puede instarlo a cambiarla. Y eso lo agobiaba.
BARCELONA
Ahí estaba Jaume. Con una enorme sonrisa y ojos entusiastas fuera del portal de salida del aeropuerto. El abrazo fue como si no se hubieran visto por varios meses. Tomaron un taxi, no les paraba la lengua, Jaume insistía en saber sobre Josefina, a lo que Pablo sólo se limitaba a responder que estaba todo bien, tranquilo y que ya conversarían con más calma, que ahora necesitaba comer algo y recuperar horas de sueño. Excusas para evitar tener que comunicarle la decisión.
La reacción de Jaume fue de calma, pero una tristeza profunda le invadió cada vértebra, cada neurona y cada pálpito. Por dentro estaba deshecho y Pablo cobardemente prefirió no verlo. Coincidieron que hasta la fecha de partida debían intentar estar positivos y aprovechar cada segundo. Pablo regresaría a Chile por un tiempo indefinido, hasta que su madre estuviera 100% recuperada, y de eso podían pasar años. No hablaron del futuro, sólo del presente. En ese minuto era lo mejor, porque sus mentes y corazones estaban repletos de pena y no lograban computar el dolor que implicaba una separación forzada por las circunstancias. El entorno en la casa de Jaume era agobiante, hubo muchos minutos de silencio, de entendimiento, de angustia y desvelo. Los abrazos y besos que intentaron darse eran en vano, porque el daño ya estaba hecho. Decidieron tomar la moto e ir a emborracharse a cualquier bar. Pablo abrazó desde la cintura con extrema fuerza a Jaume para calmar las lágrimas, y Jaume se acogía en el viento que chocaba contra su cuerpo, como una forma de cabalgar la pena. Anduvieron por 30 minutos, recorrieron sin rumbo definido todo ese Barcelona que tantos buenos momentos les regaló. La sinfonía de las calles les hacía bien, irrumpía la incomodidad de saber que venían días difíciles, porque ambos sabían que necesitaban una respuesta de cómo las cosas iban a cambiar entre ellos una vez que Pablo tomara el vuelo de regreso sin el pasaje de vuelta. Llegaron al Bar Piscis en el Raval. La dueña era almodovariana: sesenta y algo de años, su melena rubia semirizada y totalmente falsa le llegaba hasta la cintura, su cara regordeta y sus dientes disparejos la hacían graciosamente bella, su vestimenta de lentejuelas y barniz era un espectáculo por sí mismo, las uñas pinatadas de mil colores, la sonrisa hospitalaria y un excesivo par de tetas falsas. Era la Dolly Parton catalana. El bar estaba vacío. Los recibió y sin preguntarles absolutamente nada, les sirvió directamente 2 chupitos amarillentos de licor de hierbas. Era como si extrañamente ella supiera por lo que pasaban y los estuviera esperando. Era como si Dolly supiera de antemano que necesitaban un trago para pasar un mal sabor. Por cuenta de la casa, al revés de cómo se suele hacer, se tomaron de un sorbo el licor y comenzaron a hablar. De fondo sonaba Manel. Su música alegre ayudó a calmar los nervios. Dos Gin Tonics. Luces tenues. Olor a añejo. Había mucho que decir. Mucho que confesar. Se desahogaron. Pablo hizo ver a Jaume de lo mucho que su madre lo necesitaba y que él debía estar a su lado. De lo mucho que lo necesitaba a él también, pero que lamentablemente debía dejar su vida de lado para mejorar la vida de Josefina. Le explicó con detalles la enfermedad y lo que se venía para ella. Jaume comprendió y empatizó. Se harían falta, pero al mismo tiempo se agradecían. Uno por ayudarle a cambiar su visión de las relaciones, de las personas en general y de que se puede volver a confiar. El otro por enseñarle que la felicidad se consigue con detalles, con caricias y con esa compañía necesaria para comprender que con otro la vida puede ser más acogedora. Pero todo ese aprendizaje ¿Ahora qué? ¿Era posible volver a comenzar de nuevo? ¿Pero por qué?, si ellos ya sabían que no podría haber nadie más que los hiciera sentir de esa y muchas otras maneras. Siempre he escuchado que todos estamos destinados a estar con una sola persona que calce a la perfección con nuestros propios engranajes, puede estar en cualquier parte del mundo, pero es una sola. Nunca creí en eso, hasta que Jaume y Pablo se conocieron. Dolly observaba desde la barra y atenta al recambio de vasos como estos 2 chicos se abrazaban, se lloraban, se amaban. Parecía ser la única persona que entendía ese amor tan profundo y tan legal. Jaume nunca fue un tipo egoísta, si bien sus miedos se habían concretado con la decisión de Pablo, jamás se atrevió a persuadirlo para que la cambiara. Ambos priorizaron a sus madres, hoy debían estar por ellas, y si el destino los volvía reunir, pues, bendito sea el destino. Jaume sólo quería que Pablo estuviese tranquilo y que la carga emocional que llevaba la pudiese superar de la mejor manera posible. Que focalizara sus energías en su madre. Y que eso era lo correcto. Eso es amor, el no egoísmo es el amor. Cuando no te importa estar mal tú mismo con tal de que el otro esté mejor. Eso es amor, del bueno, del sabio, del que te enriquece hasta las lágrimas. El que no te pide nada a cambio, solo que estés lo mejor posible. Eso es amor. No hay otro. Se fueron del bar más tranquilos y algo borrachos. Ya todo estaba dicho. Antes de salir del umbral de la puerta Dolly les gritó: “¿Cuántas horas y cuantos Gin Tonic se necesitan para cambiar el mundo? Hijos míos, no lo sé. Solo sé que esta noche el amor entre ustedes lo puede cambiar todo.”
Los días pasaban más rápido de lo que ambos pudieron haber querido. Pablo se vio obligado a renunciar a su trabajo y se dio el lujo de estar unas semanas más en Barcelona junto a Jaume, por el simple hecho de estarlo. Aprovechó la ciudad. Todos los días recorría sus distintos rincones. Caminatas largas por la Barceloneta, paseos turísticos al parque Güell, vitrinajes por el Paseo de Gracia y la Rambla Catalunya y sentarse en la Plaza el Sol a leer un libro para observar de reojo el circular a la gente. Una tarde por el barrio del Eixample Derecho, mientras se deleitaba con sus fachadas modernistas, Pablo entendió que Barcelona era su ciudad. Sí, llevaba poco más de un año viviendo en ella, pero su fauna, su loca tranquilidad y su belleza innata lo habían seducido. Las vidas de millones de catalanes rutinarios y turistas impresionados, las posibilidades de poder hacer un café sin trámites, la libertad de caminar, tomar la bici o cualquier bus o metro para dirigirte a rincones únicos lo tenía obsesionado. Fue un shock de realidad, que pensó había olvidado cuando ya se había convertido en un dueño más de la ciudad. Y Jaume, qué mejor razón para enamorase de esta ciudad que Jaume. Fue muy doloroso asumir que dejaría Barcelona. Ya dejar a Jaume lo era, pero cuando entendió que Barcelona era su sitio, y lo abandonaba quizás hasta siempre o hasta nunca, lo enmarañó. Dudaba. Dejar todo lo que siempre quiso. Su madre era una razón de peso, pero ¿Era suficiente? Desde la racionalidad era lo lógico, pero desde la emoción parecía no serlo tanto. Muchos mails y llamadas desde Chile le confirmaban que sí era lo correcto, incluso su cerebro. Pero su corazón aún no lo comprendía bien. Esa maldita incertidumbre entre lo que debemos hacer y lo que queremos hacer lo tenía revuelto y los malditos signos de interrogación que llevaba aun viviendo en Chile se le estaban volviendo a incrustar. Estaba dividido entre los dos grandes amores que una persona puede experimentar en vida: el amor de pareja y el amor a una madre. Estaba viviendo el más grande dolor no resuelto de la humanidad. Dolor frente a la imposibilidad propia de hacer algo para que el otro deje de estar enfermo ¿Pues qué significa estar enfermo? Al final, las enfermedades físicas y emocionales son las mismas. Dejaba de lado su presente lleno de buenos y amorosos momentos para sumergirse en la incertidumbre de no saber si despiertas mañana y tu madre seguirá físicamente a tu lado. Lo único que concluyó esa tarde fue que antes de partir, quería volver a hacer un nuevo viaje con Jaume.
MARRAKECH
Los zocos, los imponentes riads y la adrenalínica y bulliciosa plaza Djemaa el-Fna fueron un alborotado lugar para comenzar a despedirse. Era el escenario perfecto, porque sus sentidos estaban tan inmiscuidos en los olores, colores y sabores de la ciudad marroquí, que la disfrutaron al máximo, sin sollozos, sin adioses, sin arrepentimientos. Marrakech les dio ese respiro alegre y sustancial para poder pasar un fin de semana como la pareja que siempre fueron: 2 grandes amigos, confidentes y amantes, para quienes hacer el amor era una turbulencia de encantos y placeres genéticos. No había nadie mejor en el mundo para compartir esa ciudad.
Por la zona del Palmeraie, casi a las afueras de la ciudad y tocando el desierto marroquí, una centena de palmeras rodean un ecosistema casi único, un oasis de paz y tranquilidad, donde los dromedarios son parte del paisaje. Esa tarde habían escuchado entre los bahja que las noches marroquís son un espectáculo sorprendente, cuando el cielo negro es un puzle de estrellas y constelaciones que se dejan acariciar. En Marruecos es casi imposible comprar alcohol, y precavidos, se llevaron una botella de vodka desde Barcelona. Compraron té de menta listo, esperaron a que se enfriara y le pusieron el licor para amenizarlo. Este era el prefacio para una noche muy especial. Por primera vez en mucho tiempo, miles de risas y anécdotas reemplazaron la amargura de la separación. Se permitieron olvidar que el futuro se acercaba y que la decisión de Pablo se iba a concretar. Se contaron historias de niños y de adolescentes: sus primeros besos y sus intentos heterosexuales. Se burlaron de sí mismos, de sus defectos, de sus complejos y de sus muletillas. Marrakech y esa noche sellaron una relación única, colmada de los exquisitos momentos, de besos eternos y de un lenguaje propio. Que insisto nadie nunca pudo comprender, excepto Jaume y Pablo. Y para ellos dos era suficiente. No sabían qué iba a pasar en un par de meses. No sabían si el amor entre ellos iba a seguir manteniéndose tan fuerte, incluso con el maldito trecho. O si se extinguiría a medida que la vida sigue. Es que la distancia te cohíbe, te separa y te quiebra. Dos continentes es mucho tiempo. Pero esa noche marroquí les dejó ese sabor dulce a menta que ambos necesitaban para cerrar los ojos y dejarse llevar con la situación y de entenderla de la mejor manera posible.
CUALQUIER LUGAR
Muchos quieren entender que si el amor entre dos personas es tan fuerte, los miles de kilómetros, las nuevas tecnologías que te permiten estar más cerca de los que están más lejos y todos los recuerdos construidos no deberían ser sinónimo de separación y distanciamiento. Para ambos chicos hoy comenzaba una nueva vida, sin uno del otro. Y eso no los dejaría dormir en paz por un buen tiempo, o quizás nunca, o quizás siempre. No sé. Pablo debía reconstruir su vida porque así él lo decidió. Se le podría hacer más llevadero porque volvía a sus orígenes. Quizás Josefina sería más cura para él, que Pablo para su madre incluso. No sé. Jaume se quedaba en su ciudad, que ahora sólo le recordaba a Pablo. Se le podría hacer más llevadero cambiándose a otro departamento y así recomenzar. Sus orígenes lo ayudarían. No sé. Existían probabilidades de volver a estar juntos en el futuro, como existía la posibilidad que ese futuro no llegara nunca. Intentarían estar en contacto sin sufrimientos, sin lealtades baratas, sin ataduras punzantes. Eso debía ser lo correcto por hacer, o no. Pues no lo sé.
Solo sé que la vida nunca será una balanza aunque tratemos. Nunca lograremos ese equilibrio entre lo que deseamos y añoramos con lo que somos y debemos ser. Sí, suena más trágico de lo que realmente es. Pero es cierto que la felicidad es inalcanzable, no porque no lo sea, sino porque cada vez que la tenemos rozando los dactilares, creemos que se puede aún más. Jaume y Pablo habían llegado al punto que su felicidad había logrado estar repleta y no querían más. Era incluso más de lo que alguna vez soñaron alcanzar. La decisión de Pablo era la correcta, pero ¿Correcta para quién? Nunca lo entendieron y llegaría el punto en que se cansarían de intentar entenderlo. Lo único correcto era lo que habían vivido juntos. Si Pablo debía estar con Jaume, la vida misma le entregaría esa posibilidad. Espero que esta historia continúe.