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CUATRO CABALLEROS

2020

Mango era el antro de moda en la ciudad. Un lugar pequeño, encerrado y disuelto de noche, licor y drogas. Era el lugar perfecto de sábado nocturno, de deseos y jarana. Mujeres y hombres de todas las edades se apilaban a hacer fila desde la medianoche. A las 2 de la mañana, aforo completo. Música, luces estroboscópicas y un pequeño pasillo oscuro para hacer y deshacer. En el medio de la pista de baile estaba Alfonso. Con una botella de cerveza en la mano bailaba sólo con los ojos cerrados. Parecía drogado sin estarlo. Quizás esa música palpitante era la única droga que necesitaba. Quizás no. Pero seguro que su metro noventa lo hacía destacar de entre la multitud. Sus rasgos delicados de nariz respingada, orejas puntudas y labios rosados se mezclaban con su barba pelirroja y abultada. Alfonso se sabía guapo. Le gustaba percibir que tanto chicos como chicas lo miraran entrecortados. Le subía el ego. Aunque se hacía el interesante y le gustaba ligar por ahí o por allá de tanto en cuando, esa noche en principio, quería una noche de sí mismo.

Julián había llegado con una amiga. Pero la amiga hacía rato que estaba en aquel pasillo oscuro haciendo lo que fue a hacer. Pero a Julián no le importaba moverse sólo por Mango. Era un asiduo y se sentía dueño del local. Saludaba a alguna cara familiar, bailaba un rato, se iba a la barra a pedir una copa, al baño a hacer una raya y volvía a la pista a seguir enchufando saludos a rostros amigos de la noche. Pero cuando vio de una punta a otra a Alfonso se quedó medio minuto contemplando ese personaje extasiado e imponente que se movía al unísono del house. Julián hacía tiempo, mucho tiempo quizás, que no se sentía atraído tan de golpe por otro chico. Un flechazo subidón le recorrió el cuerpo. Se puso en duda, y eso que a Julián lo que le sobra es personalidad y confianza. Pero es un sabiondo de las artes del galanteo. Si bien no las practicaba hacía tiempo, puso su mejor sonrisa, cogió con fuerza el vaso de vodka, tomó un sorbo y se acercó al centro de la pista de baile. Se puso frente a Alfonso a esperar que abriera los ojos por única vez y no importaba si debía plantarse ahí toda la noche. Hasta que Alfonso los abrió. Lo observó, y le regaló una sonrisa minúscula. Suficiente para que Julián se acercara a su lóbulo derecho y le susurrara “Guapo”. Alfonso bebió un sobro largo de cerveza, amplió milimétricamente su sonrisa y le respondió un simple “¡Y tú!”. Se sonrojaron, aunque las luces no lo permitieron notar. Se avergonzaron, aunque sus cuerpos no les permitieron exteriorizar. Se sonrieron, aunque sus labios no se permitieron gesticular. Se besaron. Fue lo único que se permitieron. Esos besos sin palabras, sin proverbios, sin memorias, sin preguntas. Sin siquiera un nombre. Sólo se besaron. Un minuto después separaron sus lenguas. Se miraron con seriedad. Se investigaron medio segundo y se volvieron a besar. Esta vez los minutos se alargaron. Tanto, que dos horas después salían de la mano por la puerta de Mango. Alfonso le preguntó dónde vivía. Julián cogió su móvil y le anotó una dirección. Cada uno cogió su moto y se encontrarían 20 minutos después, justo debajo del portón del edificio de Julián.

El teléfono de Alfonso comenzó a vibrar y a regañadientes abrió el ojo derecho. Julián dormía al lado. Su espalda descubierta brillaba con la primera luz del sol que se entrecortaba desde la cortina. Alfonso cogió el teléfono y antes de atinar que eran ya las 8.45 de la mañana, leyó un mensaje que decía “Te amo” con un corazón rojo en vez de punto final. Alfonso releyó el mensaje unas 5 veces. Se sentó sin importar mover las sábanas que lograron solamente que Julián se despertase. Vuelve a leer el mensaje una vez más. ¿Para qué?, pues para que la culpa le invadiera la columna vertebral. Para que se le apretara el hocico e intentar escupir todos los besos que le regaló a un desconocido Julián. Julián lo observó con extrañeza. Esa expresión incierta no había sido parte del paisaje sexual que observó horas antes mientras Alfonso se lo follaba sin pretensiones y mucho menos, con culpa. Alfonso optó por comenzar a vestirse sin muchos trámites, antes de dar los buenos días.

- ¿Ya te vas? – pregunta Julián sabiendo que es evidente.

- Sí. Se me ha hecho tarde – responde Alfonso buscando su camiseta.

- Anoche me lo pasé de puta madre – le dice con picardía.

- Si, estuvo bien – sin tanta picardía y más seriedad. Ese “Sí” que podría ser un “No”.

Alfonso en ese momento se cruza con una foto blanco y negro colgada en la pared. Era Julián abrazado a otro chico bastante más guapo. Se voltea a mirar a Julián que sigue entremedio de las sábanas semi erecto.

- ¿Es tu pareja? – le pregunta indiscreto.

- Sí – responde Julián aún con esa picardía - ¿Te apetece vernos el próximo fin de semana en Mango? – continúa sin dejar que Alfonso hable mucho más.

 

Alfonso se quedó observando unos segundos aquella fotografía. Se puso la camiseta. Se sentó en la cama para terminar de ponerse los zapatos y a su lado un impaciente Julián por una respuesta. Alfonso lo miró a los ojos y por primera vez en horas le sonríe nuevamente con milimétrica seguridad y le regaló un sí.

 

Felipe estaba con su bata tirado en el sofá y el móvil con 20% de batería. No dejaba de mover el dedo que sobre la pantalla recorría inquieto un perfil tras otro de su aplicación. Estaba ansioso. Su cara lo delataba, aunque nadie lo veía. Se frenó sobre un perfil que se hacía llamar “Potro”. Lo cliqueó. Lo leyó. Vio la foto que inundaba la pantalla de su móvil. Un pecho corpulento y peludo. Decía que era activo, que medía 1.83m, que buscaba un encuentro casual y ahora. Felipe puso en duda su astucia a través de la pantalla. Era quisquilloso y no le escribía a cualquiera. La verdad, no le escribía a nadie nunca. Es más, la aplicación la tenía descargada solo desde hace un par de horas, por el simple gusto de voyerizar lo que no se atrevía hacer en su día a día normal. No quería, o no podía, o no debía. Pero esa noche estaba solo en casa con un par de cervezas. Había escuchado de la boca de sus amigos de todo lo que se consigue, y lo que no, en una aplicación. De todo el morbo que hay ahí promovido. Y que él hacía tiempo tenía ganas secretas de sondear. Esa noche podía ser la noche. Nadie tenía por qué enterarse. Le dio un par de vueltas. Intentó buscar otros perfiles, pero siempre regresaba a “Potro”. Se abrió otra lata de cerveza. Se envalentonó y le envió por el interno un emoticón. No pasaron ni 5 segundos, cuando recibió otro de respuesta. El perfil de “Potro” era bastante similar al de “Mago34”. Por el otro lado de la pantalla “Potro” hacía rato que le había echado un ojo a “Mago34”: pecho agrandado y velludo, pezones oscuros, brazos corpulentos, 1.85m, pero que no decía lo que buscaba, ni tampoco su rol, ni mucho menos para cuándo. De emoticones pasaron a saludos, y de saludos a erotizarse el uno al otro sin tapujos.

POTRO: “Y ¿Te gusta que te metan el dedito?”

MAGO34: “Eso me calienta”

POTRO: “Se me puso muy dura”

MAGO34: “¿La tienes grande?”

POTRO: “Sí, 22cms.”

MAGO34: “Joder!”

POTRO: “Ven a mi casa”

MAGO34: “OK, dame dirección y estoy ahí en media hora”

Felipe anotó la dirección en un papel. No en su celular. Se lo guardó en el bolsillo, se miró las entrepiernas y sonrió furtivamente.

Felipe llegó a aquella dirección ansioso, pero también con algo de preocupación. Es que lo prohibido y lo que no debemos hacer, es finalmente lo más atractivo que tiene la vida. Tenemos ese lado oscuro que por apariencias no nos atrevemos a revelar. Pero esa noche Felipe se atrevió a sacar ese lado perverso que hacía tiempo le carcomía la piel y los deseos. Tantas historias de sexo y aplicaciones indiscretas con las cuales se engolosinaban sus amigos solteros, lo tenían hipnotizado. Y su cerebro quería juguetear como si tuviera 20 otra vez. La puerta de entrada estaba semi abierta. Frente a ella estaba el “Potro”. Y ese nickname le hacía justicia, porque un predominante y grueso miembro le colgaba entre las piernas. Felipe se embobó, y solo atinó a quitarse sin prudencia toda la ropa que llevaba puesta y meterse esa verga aún lacia a la boca para agrandarla dentro de la garganta. No pasaron más de 10 minutos, cuando ambos hombres se desprendían de orgasmos despampanantes y desmedidos sobre la alfombra. Sonrieron cómplices. Se rieron cómplices. Porque quizás, aunque corto en tiempo, esos 10 minutos fueron larguísimos en placer. Claramente ambos hacía tiempo que se sentían atraídos por sexo desconocido y silencioso. De ese que te desgasta las venas por experimentar, pero que no puedes hacerlo. Por las razones que sean. 

- ¿Cómo me dijiste que te llamabas? – le pregunta Felipe aún entre sonrisas post orgasmo.

- Nunca te lo dije… Me llamo Carlos –

- ¿Y hace cuánto que tienes pareja, Carlos? – pregunta Felipe como si no hubiese nada mejor que preguntar.

- 3 años y pico – responde con plena naturalidad.

- ¿Relación abierta? – pregunta Felipe con curiosidad.

- No que yo sepa - Carlos se da vuelta mirando de cara a Felipe - Mira, es fácil. A veces me meto a ese sitio para buscar sexo casual. No busco romance. Eso ya lo tengo. Sé que mi pareja también lo hace, pero no lo discutimos. No lo decimos. Es mejor hacerse el tonto y ya, ¿entiendes? –

- Le mientes – le responde con un tono casi confrontacional.

- Omito. Que no es lo mismo – le dice Carlos con claridad.

- ¿Cómo sabes que él hace lo mismo? –

- Bueno, hay que tener dos dedos de frente solamente. Esta noche, por ejemplo, fue a un club que se llama Mango. ¿Te suena? –

- Sí. Uno muy turbio en el centro –

- Me dice que va porque le gusta la música. Y yo hago que le creo. Pero sé que va a buscar follamigos. No soy un imbécil. No nací ayer. Y como yo hago lo mismo, pues no pregunto más y así él no me pregunta qué me quedo haciendo en casa un sábado por la noche -

- Yo no sé si podría abrir la relación. Me da miedo que mi pareja se enganche de alguien más –

- Es una posibilidad… Pero, ¿Tú follas con muchos tipos sin que tu pareja se entere? –

- Tú has sido el primero – responde Felipe, incluso con algo de vergüenza.

- ¿Y acaso tú no te podrías enganchar de otra persona? ¿De mí, por ejemplo? – le responde Carlos con aires de grandeza. Felipe se sonroja y le devuelve una mirada coquetona - ¿Te gustaría repetir?... A mí sí – finaliza Carlos con ojos de deseo cautivante. Con ojos irresistibles, y una verga que vuelve a crecer sin aviso.

 

Estaba amaneciendo cuando Felipe regresa a su casa sin culpas por aquella noche donde el remordimiento debía ser una consecuencia. Pero no. Se había envalentonado a hacer lo que hacía meses deseaba hacer. Y seamos honestos, cuando lo hacemos, la culpa suele pasar a segundo plano, porque las mariposas que sentimos en el estómago cuando nos dejamos seducir por un nuevo hombre por primera vez, son mucho más relevantes para las hormonas, que la culpa para el corazón. Así y todo, Felipe fue capaz de calcular coger su móvil con apenas un 2% de batería y enviar un mensaje de texto que dijera un “Te Amo” y un corazón rojo en vez de un punto final.

No pasaron ni 5 horas y Felipe se sentía con más energía que nunca. Después de una noche de tanto sexo clandestino, su cuerpo en vez de sentir cansancio, se permitió, después de una ducha para terminar de eliminar cualquier rastro de huellas ajenas, a salir a pasear por la ciudad y una sonrisa corporal despampanante. Periódico en mano, vitrineó entre las decenas de cafeterías nuevas en el barrio industrial de la ciudad que se había puesto de moda para la nueva temporada. Se encuentra con uno particularmente atractivo, y no por su carta ni por su decoración. Un chico de tamaño mediano, pero corpulento, con camiseta negra de brazos fornidos que le apretaban al punto de casi reventar, entra y sale del local a la terraza con bandejas de cafés y croissants. Felipe se sienta en la única mesa libre que quedaba en la terraza. Además del paisaje viril que lo cautivaba, el sol era una buena escusa para comenzar su lectura matutina.  En cuestión de minutos se acercó el chico de los brazos abultados y una sonrisa juguetona que maravillaba, para nombrarle un sinfín de tipos de cafés. Felipe lo frenó en seco y le propuso sorprenderle con lo que él recomendara. Es que Felipe se sentía un metrosexual de primera luego de haber poseído en una noche desenfrenada a un potro. Y es que aquel jueguito del ligoteo encubierto le tenía carcomido el cerebro y el ego. De una aplicación quiso pasar raudamente al otro extremo. El mesero sonrojado entró nuevamente a la cafetería sin dejar de mirar a su nuevo cliente favorito, para salir de ella 3 minutos después con una pomposa taza de cristal llena de nata y chips de chocolate. A esas alturas, Felipe se sentía un superhéroe de poderes sobrenaturales, capaz de hechizar con incitaciones estoicas.

- ¿Cuánto te debo? – pregunta Felipe galante.

- Nada. Es una invitación – responde el mesero devolviéndole el hechizo.

- ¿De quién? – responde Felipe atónito, olvidando sus super poderes.

- Mía… No te lo tomes a mal – le responde con cautela mirando alrededor - No debería hacer esto con los clientes, pero te he visto la sonrisa, y pues nada, se me ocurrió compensarte. Tácticas de fidelización de clientes. ¿Sabes? – responde con una seducción deslumbrante

Felipe se quedó atónito. Supuestamente era él que lideraba el baile ligón, y no el mesero de brazos recios. Esa sensación de mariposas en el estómago se le estaba comenzando a precipitar. No se podía quedar atrás.

- Pues nada, me has fidelizado… ¿A qué hora sales? Te podría invitar un trago – le propone con seguridad.

- ¿Me quieres fidelizar de algo? – le responde el mesero con esa misma seguridad vanidosa.

- No es lo que te imaginas. Soy un tipo serio. Me caíste bien, eso es todo y creí que… -

- ¿Te parece en el bar de la calle 54 a las 6? – lo interrumpe.

- OK. Te espero ahí. Yo invito –

- Tú invitas – dice el mesero juguetón y se da media vuelta.

- ¡Espera!, ¿Cómo te llamas? – pregunta Felipe.

- Julián –

La noche de domingo comienza temprano. Y era la excusa perfecta para que a las 6 de la tarde, tanto Felipe como Julián llegaran puntuales a la cita. ¿Nervios? Si. ¿Ansiedad? Por supuesto. ¿Deseo de seguir jugando a los egos y a las mariposas estomacales? Seguro que sí. Justo antes de entrar al bar, Felipe recibe un mensaje de texto en su móvil. “Recuerda que mañana tenemos desayuno en la casa de mis padres. ¿Me pasas a recoger a eso de las 7? Te amo” y un corazón rojo en vez de punto final. Felipe prefirió creerse que no vio aquel mensaje. No era el momento de leerlo.

Julián y Felipe se sentaron en la barra, pidieron una cerveza cada uno y el barman les puso unas almendras. Al principio, y quizás por esos nervios, solo se dedicaron a mascar almendras. Luego comenzaron a hablar de lo que había pasado esa mañana, y a confesar las razones de por qué tanta coquetería. Se habían encontrado irresistiblemente guapos el uno al otro. Y el pudor se les subió a la cabeza. Esa ansiedad a seguir descubriéndose, los obligó a preguntarse por sus siluetas presuntuosas, por saber quiénes eran, qué hacían y qué pretendían con esa copa de cerveza y almendras de 6 de la tarde. Y así continuó ese bendito juego de mariposas revoltosas y egos insaciables. Julián trabajaba en aquella cafetería hacía un par de meses. Era un artista de poca monta que necesitaba juntar dinero extra para llegar a fin de mes. Su especialidad era la ilustración infantil. De vez en cuando lo llamaban de alguna editorial para colorear personajes y caricaturas de cuentos para niños, y eso le entusiasmaba. Felipe se dejaba cautivar al escuchar a Julián hablar desde la pasión y el amor por su trabajo y fue ahí cuando vio una nueva oportunidad de conquista. Felipe era pediatra y tenía una consulta para atender a sus pacientes. Hacía tiempo que creía que de alguna manera debía decorar su despacho para hacer un ambiente más acogedor para los niños que lo visitaban.

- Yo encantado, pero ¿No tendrías que ver antes el tipo de trabajo que hago? En una de esas no te gustan mis ilustraciones –

- Pues muéstramelas… cuando puedas – le responde Felipe bebiéndose el último sorbo de cerveza.

- Ahora mismo si te va bien. Vivo cerca – le dice Julián mirándolo a los ojos.

Felipe no lo piensa dos veces. Saca la cartera de su bolsillo y paga por aquellas dos cortejadas cervezas. Eran solo las 7 de la tarde. Suben con rapidez por una estrecha escalera hasta el departamento de Julián. Felipe no dejaba de mirarle el culo. Entran agitados y sin decir una sola palabra se besan con desesperación y flagelo. Se quitan las camisas, se besan sin disimulo la boca, las mejillas, las orejas, el cuello. Se desean como si la noche anterior no hubiese sido suficiente para ninguno. Se estamparon contra la cama desordenada de Julián, y una pequeña luz entrecortada se dejaba entrar desde el exterior entremedio de las cortinas para develar la espalda brillante de Julián. Se desprendieron de cualquier pudor que pudo haber estado atosigando en aquel bar y follaron como si se hubiesen conocido de toda la vida. Quizás había algo ahí. Algo que hacía que sus cuerpos, de una extraña manera, ya se hubiesen tocado antes sin haberse conocido. Había olores y salivas familiares. Era extrañamente natural tocarse y explorarse. Pero no había que preocuparse de eso ahora. Mucho menos de las ilustraciones que Julián debía mostrarle a Felipe. Lo único importante era otra sesión de sexo desconocido y vanidades rimbombantes en menos de 24 horas.

Una vez calmadas las necesidades biológicas, se sentaron desnudos sobre esa cama usada y se sonrieron sin culpa alguna.

- ¿Tienes pareja? – pregunta Felipe queriendo ser entrometido.

- ¿Por qué preguntas? – le responde Julián sin sentirse incómodo.

- Porque un tipo tan guapo como tú debe estar pillado por alguien igual de guapo - Julián sonríe mientras le besa el hombro

- ¿La verdad? Sí, estoy en una relación. Hace más o menos 3 años. Es una relación abierta-

- ¿Y cómo se llega al acuerdo de abrirla? – pregunta Felipe cada vez más entrometido.

- Pues a veces es más bien un acuerdo táctico. Con mi pareja nos conocemos bien y sabemos cómo somos, qué nos gusta y cómo actuamos. La infidelidad está sobrevalorada. Todos lo hacen. Nadie lo dice. Es un tabú. Un placer culpable. Pero yo no me culpo, porque creo que es ser honesto con el animal que todos los humanos llevamos dentro. Que necesitamos ser validados sexualmente por alguien más a la persona que te viene amando hace algunos años. Y estoy seguro que me pareja piensa igual - 

- ¿Y cómo lo sabes, si nunca lo han hablado? –

- Porque sé que se ha descargado alguna aplicación. No tiene password en el móvil. Y yo no soy un idiota. Cuando vi que me metía los cuernos en esos sitios, pues no le dije nada y comencé a salir a clubes por mi cuenta y a “fidelizar” clientes en la cafetería - Se ríen –

- No me va el sexo virtual. Lo prefiero de carne y hueso – dice Julián mientras le acaricia la verga a Felipe.

- ¿Y no te da miedo que te descubra? – dejándose acariciar.

- Si me descubre, lo enfrento. Pero sé hacer las cosas bien. Le digo que voy a bailar a Mango porque me gusta la música y ya está -

Felipe se queda en silencio. Algo le sonaba demasiado familiar, pero parecía no entender qué. O quizás, no quería entender. Y porque el destino a veces es maldadoso, justo esa tarde Julián había descolgado de la pared el cuadro con la fotografía en blanco y negro.

- Pues nada, ha sido un gusto, pero ya me debo ir. Tengo que levantarme temprano – y en un gesto casi incorrecto, se levanta dejando la mano de Julián con ganas de seguir acariciando.

Al salir del departamento de Julián, aún con un rostro desfigurado de incomprensión, porque una historia se le repetía sin unificar personas, Felipe coge su teléfono y escribe: “Si guapo, mañana te paso a buscar temprano. Que duermas bien. Te amo”. Y un corazón rojo en vez de punto final.

Para Alfonso los domingos al medio día son sinónimos de gimnasio. Sobre todo, después de aquella noche de Mango y de sexo indebido. Si bien no se sentía culposo, se sentía extraño después de haber ligado y dormido con un desconocido. Reflexionaba mientras trotaba y el sudor comenzaba a desprenderse de su rostro para humedecer su barba desordenada, que lo que había pasado la noche anterior no volvería a repetirse, aunque haya prometido estar en Mango el fin de semana siguiente. En ese momento, una imponente figura de pectorales predominantes y vellos oscuros que se asoman por detrás de una camiseta musculosa, se apropia de la trotadora de junto. Alfonso observa disimuladamente a su nuevo compañero. El short, incluso sin ser ajustado, deja entrever un bulto glorioso que se movía al son del trote. Poco a poco el disimulo de su mirada comienza a desparecer y la vista la comienza a fijar en aquel rostro que por alguna razón se le hace conocido. El chico de al lado comienza a sentir cómo esos dos ojos azules se le calvan en el cuerpo y sonríe, mal que mal, Alfonso era un chico que no pasaba desapercibido. Ni por su altura, ni por sus facciones. Alfonso llegó al punto de no poder controlar su lengua y una vez que las miradas se cruzaron por primera vez, lo saludó.

- ¿Qué tal? – dice Alfonso sin pensar.

- Hola – responde el otro chico amistosamente.

- Perdón, pero ¿nos conocemos? Tu cara me es muy familiar – pregunta dudosamente Alfonso. Estaba seguro que ese rostro lo había visto en alguna parte.

- Pues no lo creo. Me acordaría si te conociera de alguna otra parte –

- ¿Ah sí? ¿Y por qué te acordarías tan bien? – dice extrañado.

- Porque eres guapísimo – dice aquel chico de los vellos juguetones con una sonrisa.

 

Alfonso no reacciona a nada más que a sentirse profundamente incómodo. Y profundamente estúpido. Prefiere sonreír insulsamente, recortar su mirada hacia cualquier parte, apagar la maquina trotadora y continuar su rutina de ejercicio en otra parte.

Tuvo que pasar una hora. Tuvieron que pasar las miradas esquivas de Alfonso en aquel gimnasio a un chico que lo intentaba perseguir de manera sutil y disimulada, para que se volvieran a topar cara a cara. Esta vez en el camarín. Alfonso terminaba de ponerse las zapatillas, cuando este chico adulador se acerca sin tapujos a intentar continuar la conversación que se había entorpecido en las trotadoras. 

- ¡Ey! Perdona, no quise incomodarte ahí dentro – le dijo.

- No me incomodaste, sólo me puse nervioso. No estoy acostumbrado a recibir piropos de un desconocido – le responde Alfonso algo incómodo.

- Me llamo Carlos. Un placer… - dice obviando la incomodidad de Alfonso y con absoluta confianza le extiende la mano para saludarlo. Alfonso devuelve el saludo.

- Soy Alfonso –

- Ahora no somos desconocidos, ¿no? – le dice apretándole con más fuerza la mano. Alfonso sonríe.

- Pues no, para nada… Un gusto Carlos – Alfonso ya un poco más tranquilo y relajado.

- Entonces ahora que nos conocemos ¿puedo decirte que eres guapo? – le dice Carlos sin soltarle la mano.

- Pues creo que sí – se ríe algo nervioso, algo coqueto, pero sin soltarle la mano - Perdón si me puse borde antes. No estoy acostumbrado a que extraños me digan esas cosas –

- Pues deberías. Y ahora que no somos desconocidos, ¿Te puedo invitar un café? –

Alfonso por fin se atrevió a soltar una sonrisa más calmada. Y ahora era él quien apretaba con más fuerza la mano de Carlos. Acordaron verse en 20 minutos más en la cafetería de enfrente y, ahí recién, se soltaron las manos. Ese medio día se pasó volando. Conversaron de todo y de nada, como si fueran dos amigos. La única diferencia que los alejaba de una amistad era que la gramática de sonrisas traviesas y miradas agudas eran parte absoluta de la conversación. Carlos le explicaba lo que significaba ser coaching empresarial y de los beneficios de poder armarse sus propios horarios y así tener más tiempo libre. Alfonso se quejaba de la monotonía de trabajar en una oficina con horario establecido.

- ¡Claro! Hay que ponerles sabor a las cosas, romper las reglas de vez en cuando. Hacer lo que quieres y no lo que debes, ¿me entiendes? – dice Carlos sugerente.

- Si… si te entiendo – Alfonso se queda observando a Carlos. Sonriendo y con cierta duda de lo siguiente que necesita decir - Oye, no quiero ser insistente… pero estoy seguro que te he visto en alguna parte, sólo que no sé de dónde – le insiste.

- Bueno, a ver, a ese gym voy poco, ¿pero quizás me habías visto ahí alguna vez? –

- No, no… no es del gym. Pues bueno, no importa… quizás te estoy confundiendo con alguien más –

- O quizás era la frasecita cursi para meterme conversación - Ambos se ríen.

- No. No soy muy bueno ligando. A menos que esté borracho en una discoteca, no ligo con nadie – argumentó Alfonso.

- ¿Tienes pareja? – pregunta Carlos de forma directa.

- ¿Y esa pregunta? – dice Alfonso con algo de incomodidad.

- No sé… se me ocurrió preguntarte – Y ambos se quedan un rato en silencio por unos segundos. Carlos continua - Mira, si te saco el peso de encima… Yo sí tengo pareja, hace 3 años ya – lanza una suerte de salvavidas para recuperar la conversación.

- ¿E invitas un café a desconocidos del gimnasio? – dice Alfonso en tono de broma.

- No siempre, sólo a los guapos que corren por la trotadora. Además, tú y yo ya no somos desconocidos – le responde con la sonrisa clavada en el rostro de Alfonso.

- Pues sí, tengo pareja – continúa Alfonso - Y lo quiero mucho – aclara - Pero a veces siento que necesito alguna aventurilla para no sentir que me pongo viejo y que sigo siendo atractivo para otros, ¿me entiendes? –

- Claro que te entiendo. El tabú de la infidelidad. ¡El pecado mortal que destruye la humanidad! Somos tan exagerados con este tema. ¡Que levante la primera piedra el o la que no le haya puesto los cuernos a su pareja! Nadie se libra… ¡Ni por mis padres pongo las manos al fuego! Así que no te sientas tan culpable por querer sentirte atractivo, porque lo eres – le dice sin dejar de sonreír. Sin dejar de mirarlo a los ojos. Alfonso se queda en silencio. Lo que acaba de escuchar le hace sentido. Carlos prosigue - Si quieres una aventura conmigo. Te espero en mi casa esta noche – le propone sin disimulos.

- ¿Y tu pareja? – pregunta Alfonso tentado.

- No vivo con él – concluye Carlos.

Ya eran las 5 de la tarde de ese domingo. Alfonso reposaba desnudo y satisfecho sobre aquel fornido cuerpo llamado Carlos. Su barba aún tenía olor a sexo y sus ojos estaban totalmente adjudicados a la ilusión de haberse entregado por segunda vez, con un segundo hombre, que no era su pareja. Carlos por su parte, le acariciaba esa espalda fascinantemente pecosa. Se calaban dos cuerpos cómplices después de haber echo algo que ambos querían, pero que ambos sabían lo incorrecto que pudo haber sido. Y por lo mismo, la conversación que quedó pendiente en ese café, continuó después del sexo.

- ¿Y esta es la primera vez que le pones los cuernos a tu pareja? – pregunta Carlos. Alfonso se queda en silencio unos segundos. Duda si confesarse.

- Pues no. Hace poco estuve con un chico. Pero fue la primera vez… y ahora la segunda… Y no sé qué pasará después – revela resignado.

- ¿Te sientes culpable? –

- No estoy seguro de lo que siento respecto a esto. Sólo lo hago y no mido consecuencias– comenta Alfonso con aires resolutivos.

- ¿Y por qué crees que tu pareja no te pone los cuernos a ti? –

- Estoy seguro que no. Lo conozco bien. Sé cuándo me miente –

- Pero quizás él no miente. Él solo omite –

Alfonso se queda en silencio mirando al reloj de pared que está colgado en frente. Eran las 6 de la tarde. Y aunque debió haber pensado antes en su novio, fue en ese momento que recuerda que mañana se verá con sus padres por la mañana. Deja las caricias de Carlos de lado, se levanta y coge el teléfono que estaba dentro del bolsillo de su pantalón. Escribe un mensaje que termina con un corazón rojo en vez de con un punto final, y lo envía. Se da media vuelta, recoge su ropa repartida por sobre toda la alfombra y le explica a Carlos que mañana tiene un desayuno familiar y que debe irse. Carlos le pregunta si lo volverá a ver justo antes de que Alfonso abriese la puerta de salida. Lo observa con cara de interrogante, levanta los hombros y se va.

El lunes comenzó temprano para Felipe. A las 7 de la mañana estaba con su coche aparcado frente a la salida del edificio de Alfonso. Se sentía extraño. Satisfecho, por una parte, mal que mal tuvo el fin de semana que hacía tiempo deseaba tener. Inseguro por otro, sería la primera vez que le vería la cara a su pareja después de aquello. Pero por sobre todo se sentía neutral, porque ni lo uno ni lo otro le estaba insistiendo en la necesidad de confesarle a Alfonso sobre ese fin de semana.

A las 7.10 de la mañana, Alfonso se miraba en el espejo del ascensor mientras se cuestionaba cada uno de sus romances fortuitos justo antes de encontrarse con Felipe. No se sentía sucio, tampoco tranquilo. Se sentía neutral. Y creía no tener la necesidad de decirle nada a Felipe sobre su fin de semana.

Uno dijo que había estado trabajando en unos informes y presupuestos para la oficina. Y el otro que había tenido un par de niños en emergencia que atender. La coartada perfecta. Uno le creyó ciegamente al otro. Y el otro nunca puso en duda las palabras que acababa de escuchar. Pero algo que no hicieron, sin premeditar, ni siquiera distinguir que era fuera de lo común, es que después de tantos mensajes de texto con un corazón rojo en vez de punto final, no hubo ningún beso, ninguna mala caricia, y mucho menos una mirada cómplice y necesitada después de un fin de semana entero sin haberse visto las caras. Y así estuvieron durante todo el desayuno con los padres de Alfonso. Hablaron de problemas familiares ajenos, de situaciones políticas desinteresadas y de las rutinas de fin de semana de hijo y yerno. Y aún así, las miradas entre Alfonso y Felipe no fueron capaces de cruzarse. Supuestamente no sentían remordimiento. Supuestamente tampoco se sentían orgullosos. Es lo que tiene la neutralidad en estos casos. Hace que las miradas se pierdan entre tostadas y conversaciones insulsas, que dos enamorados huyan de cualquier sentimiento, porque es más fácil no sentir absolutamente nada, mucho menos cuando se están en frente, después de años estándolo.

Después de aquel desabrido desayuno familiar, ambos chicos se suben al coche de Felipe. A las 9 Alfonso debía estar en la oficina y por supuesto Felipe lo llevaría. Él no tenía pacientes hasta las 10 de la mañana. Había tiempo, incluso para hablar. Pero en ese trayecto lo que único que hubo fue silencio y miradas disparejas y remotas. El trayecto desde la casa de los padres de Alfonso a su oficina no era corto. Y los minutos que se transforman se convertían poco a poco en un enemigo para ambos. Ese remordimiento y esa satisfacción que creían no sentir se hacía latente. Mal que mal, junto a un engañado, estaba otro. Esa neutralidad de la cual se pudieron haber jactado, se difuminaba en cada semáforo y en cada bocinazo de aquel paisaje de tráfico mañanero. La neutralidad se les escapaba del cerebro y de las manos. Se comenzaban a sentir sucios y también desinhibidos. Sentían que las palabras secretas iban a explotar en cualquier próximo semáforo. No querían hacerlo, pero el sudor comenzaba a carcomerse sus intestinos. Y es que esa puta neutralidad les duró poco. Fue Alfonso el primero en desahogar sus tabúes.

- ¿Puedes parar aquí un rato? Hay algo que quiero decirte –

- ¿Qué pasa? - 

- Estaciónate aquí, por favor - Felipe estaciona el coche frente a una gasolinera.

- He estado pensando mucho este fin de semana. Sobre nosotros. Sobre lo que tenemos. Que estamos bien juntos. Yo te amo, y lo sabes – Alfonso enmudece por unos segundos. Mira hacia la nada. Duda si vomitar las siguientes palabras, pero lo hace sin pensar en consecuencias. Segundos es poco tiempo para decidir tanto - Estuve con otro tipo – sentencia.

- ¿Cómo que estuviste con otro tipo? -

- Eso. Como suena. Te puse los cuernos -

Felipe se queda en silencio. No reacciona, sólo baja la mirada y juega con las llaves del auto. ¿Se siente aliviado? ¿Se siente confundido? ¿Se siente culpable? Y sí. Lo siente todo. Esos segundos de mierda. De silencio desarmado. De incertidumbre y angustia involuntaria que no ayudan para nada, porque no saben qué sentir a ciencia cierta. Alfonso ruega por alguna palabra, por alguna reacción de rabia e impotencia por parte de Felipe. Pero nada de eso. Y por primera vez en días se miran fijamente sin parpadear.

- Está bien. Lo entiendo – dice Felipe resignando y compuesto.

- ¿Qué entiendes? – Alfonso sorprendido le responde. Él esperaba un insulto.

- Que hayas querido estar con alguien más. Eres joven. Somos jóvenes. Nos queremos, pero necesitamos sentirnos atractivos por otras personas también, ¿no? - Alfonso queda impactado escuchando el discurso de Felipe - Esto de la infidelidad es un obstáculo incómodo que nos reprime. Y yo no quiero que te reprimas de nada. Yo tampoco quiero reprimirme de nada. Tenemos 34 años y no queremos sentirnos unos viejos aburridos que no hacen nada más que trabajar, follar de vez en cuando e ir al cine. Eso es una clásica pareja. Y yo creo que tú no quieres ser una clásica pareja…

- ¿Me pusiste los cuernos tú también? – Lo interrumpe Alfonso.

- Sí – afirma Felipe bajando la mirada.

- ¿Cuándo? –

- Este fin de semana. Lo siento. Soy un cerdo –

Ninguno era un cerdo. Y ambos también lo eran. ¿Quién es el culpable?, todos y ninguno. La situación era una loca e incómoda, pero liberadora y remisible. No había nada sanado, nada conjurado, nada amonestado. Tampoco sacaban nada con mandarse a la mierda, porque no había nada ahí que los convierta en victima o victimario. Los dos estaban confesando que sentían lo mismo, para bien o para mal. El arrepentimiento que había inundado sus corrientes sanguíneos se esfumó como por arte de magia. Y del arrepentimiento intentaron pasar a la comprensión. Y fue en ese momento que por primera vez fueron cómplices. Una pareja suele jactarse de complicidad en muchos sentidos, pero muy rara vez de esa manera. No sabían si esto los uniría o no. No sabían si esa infidelidad resignada sería parte de sus vidas. Había mucho que conversar, o no, quizás las palabras en esta situación sobraban, sino más bien los actos de cada uno serían los responsables de buscar una manera de convivir con culpa, placer, encanto y vergüenza. Todo unido por un Felipe y un Alfonso que aún confiaban en sus sentimientos por el otro. Estaban en igualdad de condiciones. Era un empate. Casualmente esa situación era una en la cual ninguno se imaginó estar mientras meditaban sobre los hechos puntuales de aquel fin de semana, por lo tanto, el juego cambiaba y volvían ambos al mismo punto de partida. El alivio era una carta que les anunciaba que podían interactuar con un poco más de soltura, a pesar de la confusión de emociones y condiciones. Decidieron no evaluar la situación. No entraron en detalles de qué, cómo y con quién. Sólo en el por qué. El acto era el que era y para ambos los detalles eran innecesarios. Ese lunes comenzó como cualquier otro, pero con una gran diferencia: ahora habría un antes y un después en la relación de Felipe y Alfonso. No un quiebre, porque no podría haber desconfianza y alegatos indisciplinados de actos que ambos habían infringido de igual a igual. Y, de manera muy sabia, sin pretender ser sabios, decidieron continuar y revaluar las reglas de la relación. Dos horas después Felipe estaba en una reunión de trabajo y Alfonso atendiendo un paciente. Y la vida continuó compleja y sin complicaciones al mismo tiempo para cada uno por separado, y para ambos en conjunto. Y la neutralidad volvió a ser parte de ambos, pero de una forma muy diferente.

Sin embargo, y porque el destino es una mierda fascinante, el fin de semana siguiente en un sencillo restaurante de comida italiana, un vuelco totalmente inesperado en esta nueva historia de Alfonso y Felipe pondría todo de cabeza. Mientras almorzaban su pasta carbonara, dos siluetas familiares entraron de la mano a aquel mismo restaurante. Fue Alfonso quien reaccionó primero. Se atragantó, literalmente, al ver que Julián y Carlos pedían una mesa libre al camarero. Su garganta se atoró y comenzó a toser desmedidamente. Su cuello se bloqueó con un trozo de comida y la respiración quedó inhibida. Se ahogaba. Se atragantaba y el aire no fluía por las vías correspondientes hacia sus pulmones. Y el escándalo se hizo evidente a tal punto que hizo que todos los comensales de aquel restaurante se dieran vuelta por tal espectáculo. En ese instante, Carlos, impulsivo, corrió al rescate de Alfonso para aplicar la maniobra Heimlich. Lo cogió con fuerza desde la cintura y apretó su estómago varias veces hasta que Alfonso pudo liberarse de aquel trozo de comida atrapado en sus tráqueas. Felipe no fue capaz de darle si quiera unas palmaditas a su novio quien se sentó aliviado en la silla aún tosiendo, cuando averiguó que quien habían salvado a su novio no era más ni menos que Carlos. Y Carlos reaccionó al averiguar a quién había salvado, y a quién estaba su lado. Y Julián reaccionó al ver a aquellas 3 personas en una misma escena. Y finalmente, un adolorido Alfonso también reaccionó cuando se enteró que quién lo había salvado era Carlos. Y todos se enteraron de que la situación no era incómoda. No. Porque no hay una palabra mayor para describir ese contexto irrespetuoso e irreverente por decir lo menos.

Querido lector: te advierto. Ten paciencia. Lee detenidamente todo lo que viene. Reléelo un par de veces si lo ves necesario. Porque ahora una conversación confusa, densa y excesiva está a punto de comenzar entre Alfonso, Felipe, Julián y Carlos. No te asustes. Y tómatelo con humor.

- ¿Estás bien, Alfonso? – pregunta Carlos.

- Si, mejor – responde aún con algo de tos, mientras observa cómo estos 3 hombres se miran entre ellos con incredibilidad – Gracias – dice resignado.

Julián sigue de pie frente a la mesa. Y se miran con Felipe atónitos.

- ¿Se conocen? – dicen Felipe y Julián al unísono.

- ¿Tú lo conoces a él? – le pregunta Carlos a Julián apuntando a Felipe.

- Sí – responde Felipe.

Silencio. Absoluto silencio. Ni un plato, ningún tenedor, ninguna copa se movían en ese restaurante.

- A ver, a ver, a ver – prosigue Felipe - ¿Qué está pasando aquí? ¿Quién se conoce con quién? No estoy entendiendo nada – desespera confundido.

- No es tan difícil de entender. Parece que todos nos conocemos – resuelve Julián con una sonrisa absuelta.

- ¿Pero cómo? ¿De dónde? – replica incrédulo Felipe.

- Felipe, él es del que te hablé el otro día… Y él también… - responde enfadado Alfonso.

- ¿Con ellos dos? ¿Fueron 2? Y, ¿Ellos? – pregunta Felipe suspicazmente a Alfonso.

- ¿Julián? ¿Y tú? ¿Con ellos? ¿Un trío? – pregunta Carlos a su novio.

- No, trío no – contraargumenta Felipe.

- ¿Me pusiste el gorro con estos dos? – continúa Carlos mirando a Julián con rabia.

- ¡Tú me pusiste el gorro con estos dos! – le bronca Julián a su novio.

- ¿Me pusiste el gorro con dos? ¡Me dijiste que fue uno solo! – también le bronca Felipe al suyo.

- Pues al parecer tú le dijiste lo mismo – resuelve Julián contra Felipe.

- ¿Tú con él?, ¿Y con él? – receloso le dice Carlos a Julián apuntando a Alfonso y Felipe simultáneamente.

- ¡Y tú también!  – se defiende Julián.

- Esto es una locura. No puede ser, estoy… - dice Felipe intentando victimizarse haciendo un gesto que bordeaba lo dramático.

- No hagas tanto show… Estas para adentro igual que todos nosotros – mira Alfonso al resto frunciendo el ceño, haciendo caso omiso a los gestos ridículos de su novio.

- O sea, yo siempre sospeché que me estabas cagando – asume Carlos mirando fijamente a Julián.

- ¡Pero si tú me estabas cagando a mí! ¿Que querías que hiciera? ¿Acaso me tenía que quedar mirando al techo mientras tu chateabas con este tipo? ¡No pues, ni muerto! – se escuda Julián ante la acusación de Carlos.

- ¿Éste es el tipo de Mango? – pregunta Felipe a Alfonso señalando a Julián.

- Si… ¿y éste es el del chat? – pregunta Alfonso a Felipe señalando a Carlos.

- ¿Y el otro de dónde? – le pregunta Julián a Carlos señalando a Alfonso.

- Del gimnasio – asume Carlos mirando a Alfonso.

- Y nosotros de la cafetería – reconoce Julián mirando a Felipe.

- Me fidelizó – sonríe Felipe recordando aquel ligoteo de cafetería.

- ¿Fidelizó? ¿Atención al cliente? ¡Que mierda! – escupe Carlos mirando a Julián.

- Lo invité un café y luego él me invitó una cerveza – se defiendo Julián mirando a Felipe con algo de rabia y pudor.

- Esperen. O sea, a ver si entiendo. Mientras tú estabas coqueteando con éste en tu cafetería… - prosigue Carlos.

- Tú te estabas montando a éste otro en el gimnasio – lo interrumpe Julián.

- ¿O sea que el sábado pasado estabas con éste? – le recrimina Felipe a su novio.

- ¡Y tú con este otro! – se defiende Alfonso.

- ¿Y el sábado chateabas con éste? – pregunta celoso Julián a Carlos.

- Y tu agarrando con éste en Mango – afirma Carlos mirando a Alfonso.

- Swingers… esto es un swinger sin más – verbaliza para sí mismo Alfonso atónitamente.

- No, no es swinger. Eso se planifica cuando las parejas se conocen previamente – alega Carlos.

- Bueno, al parecer aquí todos nos conocemos con todos, ¿no? El mismo fin de semana. Diferentes días – intenta Julián entender y asumir el enredo dentro de tal mezcla de acusaciones intrincadas.

- ¡No puedo creer que me hayas puesto los cuernos! – Carlos arrebate aún sorprendido de los actos de Julián.

- ¡Y tú se lo pusiste a él conmigo… y ¡con él! – vuelve a chillar Felipe mirando al trío de gorreados en frente suyo.

- ¡Freak! ¡Todo esto es demasiado freak! – comenta Alfonso detenido en su propia moral.

- ¿Nos podemos calmar un poco? Tengo hambre. Juntemos las mesas y comamos algo – Julián vuelve a su rol de intento de conciliador.

- ¿Quieres hacerte amiguitos a estos dos? – le acusa Carlos a Julián. Aquel último comentario lo encontró fuera de lugar.

- ¿A ustedes les incomoda si comemos todos juntos e intentamos hablar civilizadamente de lo que pasó? – pregunta Julián a Alfonso y Felipe ignorando a Carlos.

En eso los 4 caballeros se dieron cuanta que todos los clientes y meceros del restaurante los estaban escuchando perplejos y atentos. Parecia una obra de Picasso. Julián bajó la mirada al entender la escenita que se estaban montado en aquel restaurante. A Felipe se le subieron los humos al cuerpo. Alfonso se avergonzó y Carlos intentó disimular tanta rabia. Se miran mutuamente y sin decir palabra alguna, de manera táctica, por primera vez acuerdan en algo. Y era que los cuatro caballeros debían retirarse de aquel lugar lo más dignamente posible. Felipe tomó del brazo a Alfonso y lo llevó hasta la barra para pagar la cuenta. Carlos salió del restaurante cabizbajo poniéndose sobre el rostro sus gafas de sol y Julián se quedó observando unos segundos cómo todos lo seguían observado estupefactos. Sólo se dignó, antes de salir por aquella puerta, de decirles a todos: Bonito espectáculo, ¿no? ¡Aquí no hay nada más que mirar! Ahora sigan con su lindo almuerzo. ¡Buenas tardes! Y buen provecho.

Del enredo se intenta pasar al entendimiento. O al menos eso es lo que estos 4 caballeros intentaron hacer una vez se alejaron de aquel teatro montado en el restaurante. Es cierto que lo que tocaba era que cada pareja se fuera a su casa a resolver sus problemas puertas adentro, y no frente a otros dos desconocidos de noches anteriores. Pero había algo entre miradas de desconfianza, desilusión e impotencia que los obligó a seguir descifrando este rompecabezas, que para cada uno de ellos seguía siendo uno incompleto. El lugar para continuar debía ser uno imparcial, ni la casa de uno ni la del otro. Un lugar de silencio y apartado de cualquier otro ser humano, por si había que gritar más de la cuenta o ventilar trapos al aire que no debían ser escuchados por terceros (o bueno, quintos en este caso). Había un pequeño parque desértico un par de cuadras. Había sol. Había calor. Pero el calor no venía del sol. Las temperaturas de estos cuatro caballeros habían llegado un punto de ebullición. Y la olla debía destaparse. En ese parque.

Querido lector: tenles paciencia otra vez. Ya hemos visto lo intensos que son Alfonso, Felipe, Julián y Carlos.  Si te confundes de un diálogo a otro, vuelve a leerlos. Tomate tu tiempo. No hay prisas.  

- Entonces, para entender bien. El fin de semana pasado, ustedes dos se conocieron en Mango. Yo te conocí a ti por el chat y pasamos la noche juntos. Y al día siguiente, nos cruzamos, ustedes dos en la cafetería y nosotros en el gimnasio – comienza Carlos hablando, sentados los 4 en un semi circulo sobre el césped. Carlos solo intenta coger todos los antecedentes para situar la conversación.

- Swingers – interrumpe molesto Alfonso.

- Y dale. Swingers no – aclara Carlos.

- ¿Entonces qué mierda es? – responde alterado Alfonso.

- Todo esto es muy freak. No sé qué decir – declara Julián mientras juega con el césped.

- Bueno, haz un chiste pues. Como le hiciste a todos los imbéciles en ese restaurante. Escucharon toda la historia. ¡Les hicimos la tarde! ¡Qué vergüenza! – riñe Alfonso contra Julián.

- No estamos para chistes – dice Felipe muy serio.

- A ver chicos, estamos para explicarnos toda esta desafortunada coincidencia – dice Carlos intentando ser conciliador.

- Heavy coincidencia – dice Julián al grupo. Todos callan por unos segundos, pero Julián resignado decide decir lo que siente sin evaluar posibles consecuencias - Pero no me siento culpable – termina.

- Claro que no. Aquí no hay culpables, porque todos somos igual de culpables – acuerda Alfonso.

- ¡Es que la coincidencia es para no creerla! – dice Felipe aún sorprendido con toda la situación.

- Pues bien, habrá que creerla porque es lo que nos pasó a todos el fin de semana pasado – explica Alfonso.

- ¿Y hace cuánto tiempo que me venías poniendo el gorro? – le pregunta Carlos a su novio.

- No te hagas el sorprendido. ¡Hace tiempo que te obsesionaste con esa aplicación picante y quizás hace cuánto tiempo te venías metiendo con tipos como éste! – se defiende Julián.

- Bueno, bueno, ese tema mejor lo hablan cuando estén solos… Ahora, ¿qué hacemos con todo lo que ha pasado? – dice Felipe. No le interesan los problemas ajenos.

- ¿Que qué vamos a hacer? Nada pues. Reírnos y seguir con nuestras vidas. ¿Qué más? – no es una broma por parte de Alfonso, lo dice como si no hubiera mucho más que hacer.

- ¿Reírnos? ¿Te parece gracioso todo esto? – le responde con enojo Felipe.

- Un drama no es, ¿no? – Alfonso insiste con bajar el perfil de la conversación.

- Pues yo lo veo bastante complejo. Aquí hay muchas confianzas que se han perdido. Y desilusiones. Y mucha mentira junta – argumenta Carlos mirando fijamente a Julián.

- Pero los 4 hemos sido igual de mentirosos y sínicos – dice Julián intentando igualar su condición con la del resto.

- Felipe, nosotros ya hablamos de esto. Confianza hay – le dice Alfonso a su novio. Con un tonito de arrogancia, casi haciendo ver que ellos lo han manejado mejor que la otra pareja.

- Es diferente ahora. Le he puesto cara a tu amante, y peor, han sido dos – argumenta Felipe con gravedad.

- ¡Los mismos que tú! Tú tampoco me habías dicho que habían sido dos en un mismo fin de semana, para más remate – informa Alfonso quitándole la victimización a su novio.

- Eso mejor lo hablan ustedes en privado – les dice Julián.

- Pero es que mucha privacidad en todo esto no hay – explica Carlos.

- Claro que la hay. Alfonso es mi pareja y hay cosas que nos competen solo a nosotros, así como hay parte de esta historia que les compete solamente a ustedes dos. Lo que tenemos que hablar aquí, ya está dicho, ¿no? Ahora cada quién verá cómo sigue su relación. Nosotros no nos podemos hacer cargo de sus conflictos y ustedes no se pueden hacer cargo del nuestro – le responde con indignación Felipe a Carlos.

- ¿Tenemos un conflicto aquí? – otra vez pregunta Alfonso con cierta ironía.

- Pues claro. Hay mentiras – Felipe le contesta a su novio.

- Las mismas mentiras que todos hemos hecho el fin de semana pasado – intenta aclarar Julián con algo de resignación y hasta tolerancia.

- No hemos mentido, hemos omitido – lanza Carlos sin mirara a nadie en particular.

- Omitir, mentir… susceptibilidades lingüísticas – dice Julián con su ironía.

- Julián, ¿Te gustó follar con éste? ¿Y con éste otro? – le pregunta serio Carlos a Julián.

- ¡Buena pregunta!, ¿Alfonso? – Felipe le clava la mirada a su novio con esta pregunta. Parece que la intimidad que exigía Felipe se había disuelto como por arte de magia.

- ¿Pero qué putas preguntas son esas? – intenta defenderse Alfonso.

- Si. Me gustó – dice Julián pensativo, interrumpiendo a Alfonso. Los 4 caballeros se quedan en silencio por un par de segundos. Julián sigue - Pero no es que contigo me guste menos. Fue diferente, fue distinto. Porque nadie folla igual a otro. Y eso fue lo que me gustó – le dice Julián a Carlos.

Silencio. Todos se quedan mirando a Julián.

- No me queden mirando con esas caras de incomprensión – prosigue Julián. Él está seguro que no ha dicho nada impropio, Y sabe que su argumento es válido - Sé que todos ustedes opinan lo mismo. No seamos cínicos. Admitan que tengo razón -  

- Felipe, es como lo que hablamos. No es mejor, ni peor. Es diferente. Es sólo sexo. No es amor – dice Alfonso mirando a su novio.

- ¿Amor? ¿Qué tiene que ver el amor con todo esto? – le responde Felipe.

- Que cuando tú follas con conmigo, hacemos el amor. Cuando él folla con él, hacen el amor. Pero cuando estuve con él el sábado pasado, y con éste otro el domingo, fue solo sexo. Sólo eso. ¿Entiendes? – argumenta Alfonso. Comienza a encontrarle sentido a todo.

- ¡Exacto! – refuerza Julián.

- Swingers. Los swingers tienen solo sexo – Alfonso sigue son su teoría.

- Para con lo de swingers, ¿quieres? – dice Felipe con algo de impaciencia.

- Pero, ¿sabes? Algo de razón tiene. Ahora es diferente. Salieron todos los trapos al aire, nos pusimos los cuernos entre las dos parejas. Sin saberlo, Ok, pero ahora sí lo sabemos. Y aquí estamos. 2 horas sentados en el parque dándonos vueltas en el mismo asunto – dice Julián con tono resiliente.

- Y no hubo amor el fin de semana pasado, solo sexo desconocido. Que ahora es conocido. Swingers, sin más – prosigue Alfonso apoyándose de las palabras de Julián.

- ¿Y te sientes cómodo haciendo swingers? – le pregunta Felipe.

- Guapo mío, no tenía idea que me podría sentir de alguna u otra manera cuando hicimos el amor por primera vez. No tenía idea lo que sentiría cuando te puse el gorro la primera vez, y tampoco la segunda. No sé cómo me sentiría si te lo hubiese puesto una tercera vez. Jamás hablamos de abrir la relación – responde con gestos de ternura Alfonso.

- Nosotros tampoco – interrumpe Julián mirando a Carlos.

- Y aquí estamos. Abrimos nuestras relaciones sin consultarlo con el otro. Follamos con una pareja por separado, sin saber que entre ellos eran pareja. Créeme que no sé qué sentir con este tema – termina de explicar Alfonso.

- Pero es verdad, aquí seguimos. No nos hemos agarrado a puñetazos. No hemos terminado nuestras relaciones por esta situación. Veo que ustedes dos habían hablado del tema antes. Nosotros no. Y tenemos que hablarlo Julián – le dice Carlos a Julián.

- ¿Y qué quieres hablar? Yo hice lo mismo que tú, con exactamente las mismas personas. No me siento culpable. Lo disfruté. Tu tampoco te sientes culpable porque lo disfrutaste. Ellos no se sienten culpables y lo disfrutaron. Tú quieres seguir conmigo. Yo quiero seguir contigo. Ellos quieren seguir juntos, ¿no es así? – explica Julián a Carlos apuntando a Felipe y Alfonso, ambos asienten con la cabeza simultáneamente. - ¿Qué más hay que discutir? – termina Julián.

Los 4 caballeros se quedan en silencio.

- ¿Alguien quiere un trago? Yo sí – dice Alfonso para romper ese hielo reflexivo.

- Yo también – responde Julián.

Carlos queda extrañado mirando la proposición de Alfonso. Alfonso le guiña el ojo a Felipe, haciéndole ver que todo estará bien. Julián hace lo mismo con su pareja.

- Yo igual – dice Carlos con una disimulada sonrisa.

- Vamos al bar de la calle 54 – dice con resignación Felipe.  

Lo que haya pasado esa tarde en el bar de la Calle 54 no tiene importancia. O quizás sí. Pero la realidad es que mucho más no pasó. Los 4 caballeros simularon ser amigos entre copas. Era lo fácil y seguro de hacer. Lo dicho ya estaba dicho. Aunque sin duda, quedaron conversaciones más intimas en el tintero. Pero como alguien dijo, esas mejor tenerlas en privado. A puertas cerradas. La abnegación, e incluso el humor, fueron la nota de esa tarde de sábado. Hasta sinuosos coqueteos hubo entre esas 4 miradas. Aunque cada uno de estos 4 caballeros haya preferido mitigar la confusión y el – mal – entendimiento de todo, prefirieron ser ingenuos y creer que cada pareja seguiría construyendo, desde ese día, en adelante. Y que las bizarras coincidencias del pasado, eran solo eso: coincidencias. El trasfondo y las consecuencias que estaban por venir, no eran caso de análisis. Al menos no en ese momento de conformismo. De no pretender entender lo que ya estaba explicado, porque finalmente cada uno entendió lo que quiso entender. Cada uno pretendió creer lo que más le convenía creer. Al menos esa tarde de sábado. Pero seguro que cada uno por separado sentía exactamente lo mismo: Confusión. Liberalidad. Resignación. ¿O impotencia tal vez? Mañana sería un nuevo día.

Ese nuevo día se transformó en meses. Meses de discusiones y reconciliaciones. Y de vuelta a discutir. Alfonso con Felipe. Julián con Carlos. Pero es cierto que nunca más hubo una reunión de 4 caballeros. Alfonso comenzó a visitar Mango más seguido de lo que estaba acostumbrado. Felipe no borró la aplicación de su móvil. Carlos nunca volvió a ir a ese gimnasio. Y Julián siguió trabajando en aquel café de mesero. Tampoco hizo las ilustraciones infantiles para la consulta de Felipe.

Una noche de Mango, Alfonso estaba bailando al son del house con una botella de cerveza en la mano y los ojos cerrados. Parecía drogado, sin haberse metido ninguna pastilla o raya en el cuerpo. Su presencia abstemia no pasaba desapercibida entre hombres y mujeres dentro de aquel antro. Y eso a Alfonso le gustaba. En un segundo siente una mirada que se le estaca por delante. Abre los ojos. Es Julián. Sonriente. Se acerca al lóbulo derecho de Alfonso y le propone un beso. Desde los labios rosados de Alfonso apenas reaparece una minúscula sonrisa. Pero no es de flirteo, sino que de todo lo contrario. Se da media vuelta y abandona Mango.

Al otro lado de la ciudad, Felipe se abotona la camisa mientras busca algún mensaje en su móvil que termine con un corazón rojo en vez de un punto. Pero no, la pantalla está vacía. El potro sigue buscando en su aplicación una próxima víctima. Ni se despide de Felipe cuando éste abandona la habitación.

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