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MADRES

2012

Dice el refrán que “Madre hay una sola”. Por suerte para Guille no fue así.

 

Paula era una mujer de armas tomar. Sólida como una roca para tomar decisiones, nunca se arrepintió de ninguno de sus actos, dichos o manifestaciones. Su posición profesional se la había ganado con responsabilidad y trabajo duro. En el mundo de los negocios, donde los hombres mandan, Paula había sido la excepción. Era una mujer seria, calculadora a veces, pero era su fórmula más poderosa a la hora de cerrar negocios millonarios. Trabajaba en una importante empresa pesquera multinacional que se había asentado en Chile hacía años. Exportaba, importaba, negociaba con proveedores, distribuidores y clientes, dirigía a más de 100 personas y  tenía el control administrativo de gran parte de la compañía. Paula era una líder innata, y no solamente en lo laboral. Era la mayor de 5 hermanos, todos hombres. Se crió en un entorno cariñoso, pero competitivo, donde ser mujer podría haber sido una debilidad. Su madre había muerto en un accidente cuando ella sólo tenía 11 años. Pero su padre se encargó de formarla con aquel carácter donde vestiditos de encajes y muñequitas de terciopelo eran lasitudes reemplazadas con el coraje de ser la primera del curso, la primera capitana del equipo de hándbol, la primera en sacar un título, la primera en hacerse independiente, la primera en comprarse un departamento, la primera en ser siempre la primera en todo. Con los años se había convertido en un referente dentro del núcleo familiar y eso siempre le jugó a favor. Por eso quizás, su familia, tolerante, no vio su lesbianismo como un impedimento para reivindicarse como la mujer decidida que siempre fue. Era un pilar en una familia patriarcal y su condición fue siempre aceptada como una fortaleza para ser la rauda mujer y luchadora profesional que con esfuerzo consiguió ser a los 32 años.

 

Era una mujer protectora de lo suyo y tenía una forma particular de entregar cariño. A pesar de ser sensata y arisca con sus compañeros de trabajo y con sus hermanos, Paula era una mujer que se hacía entender acogiendo y responsabilizándose de la felicidad de con quiénes ella se dejaba rodear. Su vida amorosa también siempre fue empapada por esa forma tan especial de mostrarse. Le gustaban las mujeres femeninas y dependientes, se podría decir que la típica dueña de casa, formal y cariñosa, era su prototipo más sugerente. Difícil. En contextos a veces rudos, a veces trágicos, porque muchas mujeres exageran y dramatizan sus sentimientos que se mezclan en una parada brusca para encariñarse. En ambientes donde todas quieren ser autónomas de sus vidas, donde Paula era una más del referente, no lograba encontrar esa mujer que se dejara proteger. Intentó incluso darse vuelta en su propia tortilla intentando dejarse resguardar por alguna pareja, pero eso le duró poco. Su personalidad la estancaba a ser ella misma y cuando intentó ponerse una careta, terminó sufriendo sin necesidad. Las mujeres son tigresas que disimulan sus fortalezas con gracias tiernas y traidoras. Y Paula no se dejaba subrogar en esos encantos. Fiestas exclusivas, donde mujeres asumidas intentaban conquistarse entre ellas, donde muchas encontraban esa fiel y concreta amante, donde los celos son a veces desmedidos, Paula conoció a aquella pareja que crees es eterna. Carolina era una mujer sensual, joven e irregular. Cuando salió del closet se dejó embriagar por mujeres interesadas en sus garras encubiertas de candor y Paula fue la primera en caer en esas tentaciones.

 

Carolina y Paula estuvieron juntas más de 2 años. Fue la gran relación en la vida de Paula que siempre soñó tener. Vivieron juntas, viajaron, se amaban casi todas las noches, su sexo era carnal y estridente. Se deseaban constantemente y fueron 2 años de sexo enmarañado con un falso amor. Se dejaron rodear de amigas cínicas que se acercaban a Carolina con otras intensiones que superaban la amistad. Los celos de una con la otra eran sinónimo de fuertes discusiones que atormentaban siempre con un quiebre en la relación que nunca se concretaba. La coquetería innata de Carolina culminaba la paciencia de Paula. La arrogancia de Paula agobiaba la premeditada dulzura de Carolina. Y así estuvieron entre idas y vueltas, donde Paula dejaba las maletas de Carolina hechas en la puerta y a los dos días se besaban con perdones y promesas infantiles de amor eterno, con la excusa de que eran la una para la otra. La constancia de peleas absurdas por incontroles de emociones y suposiciones convenientes terminó agotándolas. Especialmente después que Carolina se atreviera a dar el siguiente paso de sus coqueterías innatas y mantuviera por meses un romance clandestino con una compañera de gimnasio. Al principio Paula ni se enteraba, esta nueva amiguita deportiva no estuvo nunca en sus registros. Sin embrago, en una tarde de computador y sintiendo que no infringía ninguna ley, revisó los mails de su pareja sin pudor y descubrió los candentes dichos entre su novia y otra chica. Esta vez Paula hizo las maletas de Carolina con su dignidad propia y sin cartas, sin discusiones y sin disculpas, Carolina desaparecía de la vida de Paula sin ningún recuerdo positivo, solamente la desilusión de una infidelidad tácita e implícita en un par de mails.

 

Con el correr de los meses, Paula se refugió en su trabajo. Los asensos en su carrera fueron inminentes a medida que la empresa crecía en Chile y fue el escudo perfecto para focalizar sus energías en su vida profesional y no dejarse abatir por una relación sin resultados. Pero el tiempo es a veces un traidor y algo en la vida de Paula comenzaba a faltar, por eso nunca consideró ir a un psicólogo como sinónimo de debilidad. Al contrario. Las primeras sesiones eran absorbidas con su pasado. Su familia no era un impedimento en nada, sin embargo reconocía la tremenda marca que Carolina había dejado inscrita en sus emociones y en la posibilidad de volver a confiar en otra mujer. Por otro lado, la figura de pareja que ella deseaba era casi una imagen diluida. Pero no era solamente eso. Había algo más en la vida de Paula que le atormentaba. Esperaba con paciencia que en las sesiones siguientes se descubriría. Pero de eso pasaron 2 años más.

 

La noche del 15 de abril era tibia en Santiago. Los cuellos descubiertos se mal interpretaban con los abrigos y chaquetones que nuevamente se comenzaban a usar aquel otoño. Paula se dejó convencer por Susana para ir a “Tulipán”, la fiesta que cada mes se repetía en una conocida discoteca de Providencia, exclusiva para chicas. Si bien siempre estaban las mismas caras, desde las señoras sedientas de sangre fresca, pasando por las más toscas de silueta masculina, hasta las risueñas y escotadas jovencitas adornadas en maquillaje, siempre existía la oportunidad que una nueva miembro del club se dejara presentar en sociedad. Hacía tiempo que Paula había dejado de creer en Cupido, sin embargo Susana era su yunta de la noche, su única gran amiga incondicional en un ambiente donde le costaba confiar en cualquier otra mujer y la convenció para reencontrarse con la parranda lésbica santiaguina. El lugar estaba lleno de perfumes y botas de tacón, de camisas a cuadros y gominas, de tetas planas y curvas pronunciadas. La música era ensordecedora, pero absorbente.  Y Paula se permitió dejar conquistar por una noche que estaba olvidando. Sobre todo cuando en una apartada esquina, donde las luces estroboscópicas no alcanzaba a iluminar bien, una aparente frágil silueta se escapaba del cargante ambiente. Mejor. Una figura así debía ser una carnada apetecida por mujeres impacientes de trofeo y Paula aprovechó su oportunidad rápidamente. La chica miraba con recelo y algo de miedo cómo los seguros movimientos de Paula se dejaban caer entremedio de colores encandilantes.  Esa forma directa y decidida de Paula no pasó inadvertida y a pesar que al principio esta chica se mostraba pávida, poco a poco comenzó a entender que los ojos de Paula eran reales y que su intensión no era ni molestarla, ni mucho menos llevarla a la cama. Su nombre era Coni. La poca luz encerrada, de a poco dejaba entrever su dócil belleza: pelo tomado, nariz respingada, sonrisa tímida que dejaba percibir sus dientes albos y un sexy lunar que coqueto se recostaba en su cuello. Paula entendió, por su experiencia febril de mujer, que esta chica era una novata y con respeto y prudencia sólo se mostró como una honesta y auténtica nueva amiga. Coni se dio licencia por primera vez de encantarse por Paula, pero no solamente por su modesta deferencia, sino por su hechizante manera en que fluían sus manos mientras movía sus labios expulsando coherentes frases sobre la realidad de las lesbianas, la dificultad de las apariencias y la complejidad de confiar en las otras.

 

Se permitieron volver a encontrarse no una, sino varias veces. Siempre en este inventado rollo de amigas. Porque había algo en los intercambios de palabras que decían algo más. Ese ir y venir de miradas amables expresaban un dejo de coquetería novata. Y que el tráfico de gestos implicaba que usar la palabra amistad no era la forma adecuada de entender que entre ellas había algo más. Paula lo había entendido hacía tiempo, pero para Coni aún era una experiencia nueva y necesitaba algo más de tiempo para preparase a dar el siguiente paso. Aún necesitaba desahogar su pasado.

 

Constanza, o la Coni, era la niña linda con la cual todos los hombres soñaban: Dulce, atractiva y genuina. Cuando aún estaba en el colegio se dejaba proteger por Nikolay, un chico húngaro que de muy pequeño se había mudado con su familia a Chile. Su educación y apertura eran muy diferentes a la encerrada mentalidad chilena y a pesar de las crueles burlas de sus compañeros de colegio, Nikolay no tuvo mayores complicaciones en asumir y revelar su homosexualidad, sobre todo a su fiel compañera de banco. Él era quién la aconsejaba y protegía de los inescrupulosos chicos que agobiaban a Coni con burdas conquistas adolecentes. Sin embargo, después del último año de colegiatura, Nikolay dejaba Chile para volver a sus raíces y comenzar su vida de adulto en la Universidad de Budapest.

Edgardo vio en Coni la oportunidad de concretar su tan anhelado deseo de ser el padre y marido de la familia perfecta. Por eso, ansioso, no dudó en esperar mucho tiempo para pedirle a Coni que se casara con él. A sus novicios 22 años, la pareja concebía su matrimonio en una clásica ceremonia en la Viña de Paine, todo financiado por sus pudientes padres. La noche de bodas sería un acontecimiento importante: En una lujosa habitación del Hotel Ritz Carlton, la pareja haría el amor por primera vez. Sin embargo, las expectativas les jugaron en contra y en un estúpido intento para perder su virginidad, ambos chicos declinaron la posibilidad luego de que Coni se escudara en el cansancio y el miedo. A Edgardo le costó varios meses conseguir la necesitada penetración para por fin ser padre. Le exigía delicadamente a su señora comenzar a formar la familia lo antes posible, pero Coni abrumada se negaba. A sus 22 años y sin aún terminar sus estudios universitarios, parecía una locura el embarazo. El sexo entre la pareja era inexperto y extraño. Lo hacían muy de vez en cuando, porque aprendieron a no disfrutarlo. Para Edgardo, la razón del sexo era la concepción. Para Coni, sin embargo, el sexo era un trámite indiferente, que silenciosamente le asqueaba. Coni no se atrevía a reconocer sus ocultas sensaciones. No podía ser que algo tan natural como el sexo le reprimiese tanto. Gracias al eterno contacto vía mail, llamadas telefónicas y cartas entre Hungría y Chile, Coni se permitía confidenciar todo con su tan querido Nikolay. La distancia sólo ayudaba a que entre ambos amigos existiera una confabulación más estrecha. Sólo en él Coni podía confiar. Así fue despejando todos sus miedos y cuestionamientos que parecían ser impertinentes, pero ante la innegable amistad y consejos de Nikolay, Coni fue descubriendo de a poco que su interés hormonal, físico y emocional estaban orientados a las mujeres. Una noche, la del 15 de abril, Coni se atrevió a salir de su encierro marital. Con coraje y gracias al empuje de Nikolay, luego que éste vía internet averiguara de la existencia de las fiestas “Tulipan”, Coni se vistió con una camisa que le descubría el cuello y se abrigó con un chaquetón otoñal.

 

Para Paula fue impactante la revelación de Coni. Después de unas cuantas citas, Coni confesaba que era una mujer casada, pero apagada por la mentira más grande de su vida. Ella sabía que debía separarse, pero no sabía cómo. Paula ya se había ganado su confianza, con seriedad respecto al asunto, esa seriedad tan característica de Paula, le ofreció a su nueva amiga la ayuda necesaria para salir del hoyo que la agobiaba. De una errónea decisión que se impuso luego de que un vehemente novio universitario haya infringido en su ingenuidad para impulsarla en un destino del cual ella nunca estuvo segura. Susana era una abogada reconocida sobre temas de divorcio y luego de los consejos de su propio psicólogo, Paula supo cómo abordar la situación.

 

No fue fácil, sobre todo porque Edgardo no podía entender que sus ilusos planes con Coni estaban en riesgo. Para él, la escasa vida sexual, era responsabilidad de la poca experiencia de Coni y no había nada malo en ello. Soberbio, le costó entender que para Coni el matrimonio no era la solución para la vida plena y que había sido muy joven e impulsiva cuando había aceptado la propuesta marital de Edgardo. Dentro de todo, Edgardo era un buen hombre y con la poca racionabilidad que le quedaba, dejó partir a Coni para rehacer su vida. El divorcio fue rápido gracias a la ayuda de Susana. Sólo llevaban un año de casados, no tenían hijos y los inmuebles que tenían seguían a nombre de los padres de Edgardo. Para ellos fue incluso arrogante aceptar la decisión de su hijo y su nuera, sin embargo la respetaron. Ya vendría otra niñita de bien para formar una familia con su hijo. Aún era joven.

 

Paula estuvo siempre al lado de Coni en todos los meses de trámites y burócratas gestiones judiciales. Sin embargo, Paula fue siempre más que eso. Era el consuelo y paño de lágrimas para Coni. Cualquier ruptura marital, del tipo que sea, en las condiciones que sean, suele ser un fracaso también personal. Su edad la delataba y su inexperiencia fue su peor enemigo para afrontar lo que se venía. Edgardo había sido su pasado y ahora le correspondía enfrentar el futuro. Ser lesbiana nunca había sido un plan, fue una revoltosa sorpresa que el destino y las hormonas le tenían preparado. Paula se convertía en el nuevo Nikolay, pero además en ella encontró el refugio para liberarse con más naturalidad y sin miedos. Y eso la fue enamorando.

 

Cuando hicieron el amor por primera vez, luego que toda la vorágine de la inestable identidad de Coni se fuera calmando, para ambas fue una revelación inaudita.  Para Paula, engancharse de una mujer casi 10 años menor era improbable. Nunca le gustaron las pendejitas, pero Coni era diferente. Sí, cándida, niña y principiante, pero por primera vez Paula se permitía encantarse por esas virtudes tan puras. Sobre todo cuando entrevió que esas bondades eran lo más cercano a la mujer de sus sueños que nunca encontró, hasta ese momento. Para Coni fue una manifestación respecto a lo que el sexo realmente es: ser humano. Se dejó llevar por su cuerpo, por su cerebro y por su corazón por primera vez. Entregó caricias y regló besos que jamás había tanteado. Y lo disfrutó. El presenciar, aquella primera vez, los destapes de placer que Coni por primera vez experimentaba, fue suficiente para que Paula tuviera la mejor relación sexual de su vida.

 

La vida para ambas ahora estaba recién comenzando. Paula había torcido aquellos cobardes miedos de su futuro sentimental. Había encontrado a la mujer de sus sueños, porque Carolina solo había servido para entender que eso era lo que Paula no quería. Coni había descubierto quién realmente era, había asumido que la felicidad no estaba al lado de un hombre, sino que al lado de una mujer, y su nombre era Paula. Y así pasaron los años. Amabas mujeres se fortalecieron en un compromiso sólido y cariñoso. Se fueron a vivir juntas cuando Coni encontró un pequeño trabajo de medio tiempo en como periodista en una revista quincenal. Cada una entregaba algo particular en la relación: Paula era la fuerte, la del trabajo, la disciplina y el cable a tierra. Coni, por su parte, era la ternura, la chispa y quién le entregaba al nuevo nido los colores necesarios para que de una simple casa, fuese un hogar.

 

Las sesiones psicológicas de Paula, sin embargo, nunca se cancelaron. En ellas Paula encontraba un refugio propio, que la separaba de sus responsabilidades de pareja, familiares y laborales. Era una necesidad, que si bien le desembolsaba mucho dinero mensual, la hacía aún más fuerte como mujer. Además, ya llevaba años tratando de descubrir qué era eso que tanto le faltaba, que incluso con Coni a su lado sentía ausente. 

Una noche de martes, mientras Coni terminaba de redactar una noticia económica para la revista y Paula leía el último libro de Karin Kallmaker, sin aviso alguno, comenzaron a hablar de su futuro. Llevaban 3 años juntas, mucho más de lo que cualquiera de las dos jamás hubiese experimentado en una relación. Había confianza y respeto, admiración y amor. Eran 2 mujeres solidificadas por su enorme cariño. Pero comenzaban a entender que les hacía falta algo más. Incluso después de asumirse lesbiana, Coni siempre había pensado que su vida sería mucho más plena cuando fuese madre por primera vez. Le emocionaba la idea de cargar en su vientre al que fuese su hijo. Ser madre le hacía ilusión desde pequeña, sin embargo en su precipitada adolescencia y matrimonio con Edgardo se había olvidado de su deseo tácito. Y lo dejó de lado, aún más, cuando asumió su homosexualidad. Sin embargo, y porque Paula había despertado en ella el amor necesario para crear una familia, Coni se había vuelto a plantear esa posibilidad. A Paula en un comienzo le pareció una idea descabellada. Jamás en su vida se había planteado una alternativa de ese calibre. Quizás porque nunca jugó a las muñecas, nunca tuvo una figura materna que la irradiara ese papel y de muy joven, al asumir su lesbianismo, había entendido que ser madre no era una posibilidad. Sus sobrinos bastaban y sobraban. Lo conversaron en repetidas oportunidades, a veces Paula se abría a la posibilidad, sin embargo le retraía estar en una sociedad tan machista y tan poco tolerante. Si es que llegasen a plantearse esa posibilidad, se cuestionaba la difícil vida que podría tener un hijo criado bajo dos madres, en una cultura chilena donde las apariencias valen más que la propia cuna.

 

Gracias a las inagotables sesiones psicológicas, Paula comenzó a revelar y entender que lo que tanto buscaba tenía un nombre y era ser madre. Le costó mucho tiempo entender que la propuesta de Coni, porque por dentro, le generaba una inminente luz que se apagaba por culpa de sus miedos. A pesar de su personalidad fuerte a las adversidades, Paula tenía un voraz miedo al fracaso. Nunca tuvo un ejemplo concreto de lo que implicaba ser madre, pero aún más pavor le generaba fracasar como tal y desilusionar no sólo a su nonato hijo, sino que además a la madre de éste: Coni. En algunas terapias Coni incluso acompañó a Paula. Y fue ahí donde descubrió que Paula no quería aceptar la propuesta de Coni, no porque no quisiese, sino porque no se atrevía. Esa tan fantástica y exitosa mujer, tenía un tremendo punto débil. Al fin revelaba una flaqueza, y eso enamoró a Coni aún más.

 

Con premeditación y mucha inteligencia, Coni comenzó a indagar en ese medio tan profundo de su pareja. Había mucho que estudiar e investigar respecto a la adopción o concepción de un hijo. Sobre la crianza de un niño bajo dos figuras maternas y sin figura paterna. Coni comenzó a entender que no sería fácil. Más allá de resolver cómo pudiese ser el embarazo, porque la adopción en Chile según Susana era un martirio para una madre soltera, el tema se complejizaba aún más, porque era complicado encontrar potenciales colegios donde además de tener una buena educación, pudiese ser aceptado por el hecho de ser criado por dos madres. Muchos de sus familiares también rechazaron la idea, y no ayudaban a que la decisión se concretara. Algunas amistades apremiaban esa posibilidad, pero tantas otras la rechazaban. Estaban confundidas y agobiadas, porque el sueño de Coni, con el correr de los meses, también se había convertido en el sueño de Paula.

 

Un sábado en el Parque Araucano un grupo de amigos se habían reunido para hacer un picnic con jugos, champaña, cupcakes y quesos varios. Ignacia y Armando eran amigos cercanos de Coni que hace muy poco se habían casado. El objetivo del picnic, organizado y planeado por ellos, era para revelarles a sus más cercanos amigos que Ignacia estaba embarazada de 3 meses y querían compartir el feliz acontecimiento con sus seres queridos. Paula y Coni los abrazaron y felicitaron con recelo cuando se enteraron de la noticia. En el interior de ambas, la idea de ser madres las venía atormentando hacía meses y de cierta mezquina manera ambas sintieron una molestosa envidia hacia Ignacia. Esa tarde en el Parque Araucano, sus sentidos estuvieron mucho más expuestos que lo normal. No dejaban de observar las sonrientes caras de Ignacia y Armando, de ver cómo varios niños jugaban unos metros más allá, de apreciar cómo una pareja paseaba en coche a su hijo recién nacido por la vereda, cómo una madre amamantaba a su pequeño sin pudor, incluso el enorme cartel por la Autopista de Kennedy que mostraba a una madre con su recién nacido promocionando leche en polvo, les atenuó la necesidad, esa tarde, de ser madres. Y tomaron la decisión. Ahora correspondía averiguar cómo lo harían y cuál sería la manera más correcta para ambas.

 

Nikolay recibió un mail en Hungría plagado de emoticones felices y corazones rojos en la pantalla. Era de Coni quién le confesaba la tremenda decisión que había tomado junto con Paula. Le explicaba que estaban analizando la mejor manera de poder concebir. Habían estado considerando una clínica en Chicago que era especialista en fecundación in vitro y sobre un banco de semen de una clínica asistida en Iowa. Explicaba que la gestión para poder acceder a esos beneficios, sin ser estadounidenses, era muy compleja y costoso. Pero Paula se había obsesionado con la idea y estaba hecha una experta respecto a todos los trámites correspondientes para poder adquirir la esperma de manera legal y adecuada y cómo ingresar a Coni a la clínica en Chicago, para poder proceder al embarazo probeta. Sin duda que sería ella la encargada de resguardar el feto en su vientre, no sólo porque era la más joven de las dos, sino porque era su sueño de toda la vida. Nikolay quedó abismado con la noticia. Por una parte le parecía extraordinario que se atrevieran a hacer algo así, sobre todo en una sociedad chilena tan cerrada que Nikolay aún resentía. Sin embargo, más perplejo quedó cuando entendió el sacrifico económico que implicaba la compra de semen en Estados Unidos. No dudó dos veces en responder el mail, ofreciendo su esperma para dar a luz al futuro hijo de ambas. Les comunicó que sólo debían viajar a Budapest y que él conocía una Clínica en Hungría, bastante más barata, donde podría Coni quedar embarazada sin tanto trámite. Paula al principio se negó a la idea, no porque no conociera a Nikolay o creyera que en Hungría no estarían tan resguardadas como en Estados Unidos, sino porque era peligroso dejarse concebir por algún conocido, o en este caso, amigo. Coni argumentaba que ella se sentiría mucho más cómoda injertando en su vientre la esperma de un amigo como Nikolay. Ella aseguraba que él no exigiría nada a cambio, porque era su incondicional amigo que sólo quería su felicidad.

Finalmente lo decidieron y compraron los pasajes con destino a Budapest. Estaban nerviosas porque sabían que una vez tomada la decisión no habría vuelta atrás, pero con la ayuda de su psicólogo, Paula se armó de valentía, dejó sus miedos y los malos consejos de su familia de lado, y se embarcó junto a Coni en este nuevo maravilloso desafío que ambas habían configurado como su destino. Las etapas eran claras y categóricas. Debían seguir una serie de cautelosos protocolos para asegurar el embarazo de Coni. Fueron complicados días en la clínica, siempre acompañadas de Nikolay. Bajo medicamentos que estimularan la inseminación Coni debería quedar embarazada sin mayores riesgos. Y así fue, cuando el Doctor Pataki, encargado del caso de Coni, aseguró que uno de sus óvulos había sido fecundado con éxito. Paula estaba emocionada al punto de llorar de la alegría, poco común en el frecuentemente rígida estampa de Paula. El viaje de regreso a Chile fue esperanzador. El simple hecho de que Coni estuviera finalmente embarazada les daba una ilusión maravillosa: iban a ser madres. En el aeropuerto las esperaba Susana. Las recibió con un generoso abrazo, estaba entusiasta y orgullosa de sus amigas, pero debió hacer relucir su rol de abogada y hacerles entender de lo importante que era, en ese caso, que la contraparte firmara un documento donde se despojara de su paternidad y se desentendiera como donante. Nikolay viajaría a Chile sólo semanas antes del nacimiento. Coni asumió el encargo de Susana para hacerle ver a su amigo sobre la relevancia del documento. Él aceptó sin tapujos, porque para Nikolay ser padre nunca fue una opción, mucho menos teniendo a su potencial hijo tan lejos.

 

Los 9 meses pasaron rápidos. El anhelo de Paula y Coni crecía a medida que aumentaba el tamaño de su barriga. Se habían propuesto a ser las mejores madres que un niño jamás pensó en tener. Decoraron una preciosa habitación adornada de peluches y móviles multicolores. Se dejaron llevar por el aliento para comprar pañales y ropita cómoda y brillante para su futuro hijo, que sin duda con tanto amor recibirían. Nunca se dejaron cautivar por la duda respecto al sexo de su futuro hijo. Planificaron con exaltación dejarse sorprender en el momento del nacimiento. Había muchos posibles nombres en muchas listas, pero no quisieron adelantarse a nada. Coni y Paula sabían que al ver a su hijo – o hija – por primera vez a los ojos, sabrían qué nombre ponerle. Con el tiempo también, los hermanos de Paula comenzaron a asimilar su futuro rol de tíos y su padre a entender que volvería a ser abuelo. Nunca se imaginó que su hija Paula le diese tal regalo. Le entusiasmaba la idea que su hija Paula fuese a dar a luz de una manera tan relevantemente extraña a través de Coni. Y eso lo hacía feliz.

 

Tenían todo preparado. La clínica estaba avisada y el bolso de mano con lo necesario para partir a la clínica estaba listo en su habitación ante cualquier emergencia. Paula se había tomado sus vacaciones anticipadamente para poder estar pendiente de Coni las 24 horas del día. No quería perderse ningún momento antes, durante y después del parto. El 15 de abril, el otoño aún no se hacía presente y el calor de aquella tarde era tibio y desprejuiciado. Ese día sería el día en que Coni y Paula, al fin, se convertirían en madres.

 

Coni tuvo un parto natural asistido solamente por anestesia localizada y las enfermeras y doctora que acompañaron a Paula como únicos testigos cuando ambas mujeres dieron a luz. Coni se esforzaba de parir a través de dolorosos empujes, mientras apretaba fuertemente la mano de Paula. Pero Paula también estaba pariendo. Ese niño que Coni venía albergando los últimos 9 meses también era suyo. Ella también llevaba algo de ambas en su interior. Si bien no era abultado y no tenía náuseas y malestares cotidianos de un embarazo, Paula llevaba consigo esa capacidad maternal de amar sin condiciones y que durante 9 meses también aprendió a experimentar. Se sentía más mujer que nunca. Y ahora debía pujar junto a Coni la hermosa criatura que ambas habían cuidado desde que regresaron de Hungría. Guille nació sin complicaciones.

 

En casa las esperaban sus amigos y familia. Llenos de flores y globos. Guille traía consigo una importante labor: sería el mesías necesario para amparar una familia que oprimió cualquier convencionalismo. Ya no importarían los desaires y las malas caras de un Chile discriminatorio. Paula y Coni serían dos madres unidas más allá del amor de pareja. Ahora las unía Guille. Y él sería el motor para domesticar los prejuicios, cualquier mal comentario, cualquier destiño de felicidad que el resto envidioso podría generar contra ellos 3. Guille les había regalado el coraje para que Paula y Coni defendieran a su crío y demostrar que dos madres son mejores que una sola.

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