

3
2008
A Mateo le bastaron solo 3 minutos para sentir un cosquilleo insólito en el estómago cuando vio entrar en el Starbucks a Emilio. Venía con 2 paquetes de cigarros en la mano, uno para él y otro para Vicente quien estaba sentado junto a Mateo tomando un Frapuccino aquella calurosa tarde de febrero.
Vicente graciosamente simpáticolo tenía todo. Era exitoso, guapo, adinerado y apetecido por las páginas sociales limeñas. Sabía cómo moverse socialmente, tenía labia y, carismaa y una sonrisa seductora. Su bagaje le había construido la imagen y experiencia necesaria para saber quiénes debían ser sus amigos y con quiénes codearse. Pero Mateo era diferente. Sí, de la alta sociedad, de familia pudiente y de apellido rimbombante, pero auténtico, no como las caricaturas fingidas con aires de grandeza de las cuales Vicente ya estaba acostumbrado. Sin necesidades de adular y de manera espontánea ambos chicos comenzaron a desarrollar una amistad por medio de amigas en común que los presentaron. Bastaron unos besos locos para entender que amantes no serían, sin embargo hubo una vibra entretenida y entre risas y cocktails, Vicente y Mateo comenzaron a desarrollar un tipo de amistad que Vicente no había experimentado en mucho tiempo. Donde lo que él hiciera y lo que él proyectaba era secundario., Y eso a Vicente le gustaba. Lo hacía sentir especial. Vicente comenzaba a aferrarse en Mateo para poder reírse de sí mismo y permitirse soltarse de la compostura cotidiana que su entorno le exigía tener.
Emilio se presentó sin introducciones. Con un fuerte apretón de manos y una intensa mirada penetrante a los ojos de Mateo. Vicente y Emilio se habían conocido hace un par de semanas en la inauguración de la última exposición de Fernando Bryce en el Museo de Arte de Lima. Tenían mucho en común: eran los dos profesionales independientes que ya llevaban sus negocios hace bastantes años. Vicente era diseñador de vestuario, que en los 90 había sido una revelación dentro de la industria de la moda peruana y hoy era favorito entre las socialités limeñas. Emilio tenía su propia agencia de diseño web, había sido precursor en Perú y por eso tenía varios clientes importantes, que se expandían incluso a Colombia y Bolivia. Los dos eran abiertos en su sexualidad, tenían amistades en el mundo del espectáculo y la política peruana, eran invitados a lanzamientos y eventos culturales, cubiertos por las páginas sociales de la Revista Cosas y El Comercio. Si bien es cierto, el uno ya sabía de la existencia del otro, nunca los habían presentado formalmente y esa noche en el MALI sabían perfectamente quiénes eran. Ambos altos, guapos e inteligentes, cumplían con todos los requisitos para ser la nueva pareja de moda. Sabían lo que podrían representar juntos. Y por eso se dieron licencia para comenzar a explorar una relación a largo plazo en poco tiempo. Era lo que cada uno quería proyectar.
A medida que la relación entre Emilio y Vicente prendía, la amistad con Mateo crecía. Se veían a menudo y compartían amistades en común. Se llamaban periódicamente para saber del día a día del otro. Se mostraban ese cariño fraterno que parecía unirlos en una amistad sólida y comprometida. Muchas veces Emilio participaba con ellos de comidas en restaurantes e invitaciones a festejos importantes. Emilio y Mateo se llevaban bien, aunque Mateo no podía evitar que las manos le sudaran y tartamudear cuando conversaba con Emilio.
No pasaron más de dos meses para que Emilio y Vicente decidieran vivir juntos en un lujoso departamento en la calle Santo Toribio, frente al Club de Golf. Era lo que correspondía.
Luego de muchas inauguraciones del nuevo hogar de la popular pareja, invitaron a sus amigos más cercanos para dejarse llevar por el alcohol y el humo marihuanero permitiéndose ser adolescentes jugando al clásico “Verdad y Consecuencia”. La dinámica debía ser básicamente hacer preguntas dirigidas en voz alta a alguno del grupo, quien debía responder con otra pregunta similar a la persona que consideraba aludida con su respuesta. Las preguntas eran de tono divertido y travieso: “¿Quién tiene la verga más grande?” o “¿Quién ha tenido sexo con más de una persona en la misma fiesta”, todo entre risas y buen rollo. Después que a Julián, un muy buen amigo de Vicente, le preguntaran “¿Quién podría ser el que le pusiera los cuernos a su pareja en un viaje de negocios?”, inmediatamente miró y sin tapujos acusó a Vicente con la siguiente pregunta. Todos rieron nerviosamente, sin embargo Vicente lo tomó con gracia, justificándose que él no hacía viajes de negocios porque todas sus clientas eran de Lima. Seguido, Vicente le preguntó directamente a su pareja “¿Con quién de los que están aquí tendrías un polvo si yo no fuera tu novio?”. Silencio. Emilio era atractivo y entre los presentes era la pareja de Vicente y el amigo de ninguno. Mateo no era el único que dejaba que sus hormonas revolotearan cuando Emilio estaba cerca, y lo más probable es que todos silenciosamente hubiesen querido escuchar sus nombres salir de la boca de Emilio. Después de 3 minutos, donde sólo se escuchaban caladas de marihuana o sorbetes de vino, Emilio respondió “Mateo”. El resto de la noche, Vicente no pudo quitarle los ojos de encima a Mateo, era como si lo hubiese insultado sin decir una palabra y se sentía tremendamente ofendido. La respuesta en ese estúpido juego quinceañero lo había sobrepasado.
A la mañana siguiente, antes del matutino trote que ambos realizaban juntos cada domingo, Vicente no pudo evitar hacer el comentario:
- Así que Mateo, ¿ah? – lo interrumpió de la nada.
- ¿Mateo qué? – respondió Emilio sin entender el comentario de Vicente.
- Que te hubieses metido con él – le dijo con un tono de sin importancia, pero con un dejo de celos por detrás. Emilio seguía sin entender y lo quedó mirando con cara de pregunta – Anoche. Anoche que dijiste que te meterías con él, si yo no estuviese contigo – continuó al ver que su novio se hacía el tonto.
- Por favor Vice, ¿No me digas que esa tontera te puso idiota? – le dijo entre risas sin nervios – ¡No seas ridículo! Era una respuesta sin sentido a una pregunta sin sentido. Sólo seguí el juego. Mateo es guapo, pero ¡ya está!, nada más. No es necesario ni ponerse celosillo, ni hacer escándalos – le dijo aún riéndose. Pero al notar que Vicente no cambia la cara, se acercó, lo abrazó en un gesto tierno por la cintura y lo miró a la cara – Yo sólo te quiero a ti, tontín. ¿No ves acaso que me tienes loquito? Tú eres el más guapo de todo Perú y del Universo – le dijo con una vocecilla juguetona – No hay nadie más con quien quisiera estar que no seas tú – Y lo besó en la frente, en las mejillas y en los labios.
El éxito nunca ha sido sinónimo de seguridad. Vicente era un tipo triunfante, tenía dinero, una posición social y una situación económica envidiable. Podría tener a cualquiera, cuando quisiera, porque muchos lo admiraban y deseaban. A pesar de todo eso, era tremendamente inseguro. Sobre todo con sus relaciones personales y de pareja. Posesivo, sólo quería que quién estuviese a su lado, sólo tuviese ojos para mirarlo a él. Celoso, no dejaba que nadie siquiera mirara lo que a él le pertenecía. Desconfiado, porque creía que sus novios serían capaces de dejarlo por cualquier otro. Y Emilio no era la excepción, al contario. Ya llevaban 7 meses de relación. Emilio era la pareja perfecta, para sus ojos y para los ojos del resto. Y con mayor razón sentía la necesidad de adjudicárselo, custodiarlo y mantener aquella relación intachable. Sabía que debía controlarse, porque ante cualquier reacción estúpida, podría poner en riesgo el vínculo que estaba construyendo junto a Emilio.
Las semanas siguientes permitieron que Vicente se fuera tranquilizando. El traspié por el tema de Mateo poco a poco se iba quedando en el olvido. Nunca sintió la necesidad de conversarlo con su amigo, racionalmente sabía que Mateo no tenía nada que ver con la respuesta de Emilio, que con el tiempo comenzó a ser absurda y por lo tanto sin importancia. Tampoco estaba dispuesto a alejarse de la amistad de Mateo, mal que mal era la persona que le permitía ser él mismo, lo escuchaba, lo acompañaba y le hacía sentir genuino. Era una amistad auténtica que le hacía sentir bien consigo mismo, sin necesidades de fotógrafos, páginas sociales y frases correctas. Con Mateo, Vicente podía sentirse cómodo con su forma más básica y su esencia más torpe. Mateo por su parte no le exigía a Vicente ser alguien más. Tenía una sencillez relajada y sin complejos. Vivía tranquilo y si bien también participaba de los eventos sociales a los que Vicente estaba acostumbrado, su ritmo era mucho más sigiloso y así lo prefería. En el inconsciente la amistad con Vicente, le permitía estar cerca de Emilio, y eso le gustaba sin culpas porque aún no lo descifraba.
Hacía mucho tiempo que Mateo no tenía pareja. Sus 34 años estaban bien cuidados, era economista en una importante Consultora Financiera de Lima y había estudiado en Estados Unidos un MBA. No necesitaba tener pareja, no porque no quisiera, sino porque creía que las relaciones gay en Perú en general eran falsas y decoradas por cómo el resto debía verte. Su amigo Vicente era fiel reflejo de aquella teoría. La única relación importante había vivido fue en el extranjero, pero una vez de regreso en Lima, se focalizó en su carrera y sólo se permitía conocer pretendientes inestables para satisfacer su ego de vez en cuando. Muchas veces sólo buscaba sexo anónimo para complementar el ego con testosterona. La sauna de la Avenida Aviación era una suerte de refugio que visitaba al menos una vez al mes. Entre el vapor y la oscuridad lograba desear y ser deseado sin complicaciones y eso era suficiente. Emilio, sin embargo, le ponía la piel de gallina como hacía mucho tiempo no experimentaba, pero omitía esos sentimientos que consideraba clandestinos: Porque no quería engancharse de nadie, y porque Emilio estaba con Vicente. Razones suficiente para evitar que sus emociones se revelaran y se acusaran para malos entendidos con su amigo. Vicente, a pesar de su vida expuesta y altanera, era una persona que lo hacía reír, que lo mantenía activo en el entorno que sin querer había construido desde pequeño, donde las clases altas, los barrios y los apellidos son importantes. Donde la imagen lo es todo. Donde las apariencias a veces engañan, pero te dan poder. Mateo se crio en ambientes así, por eso nunca le complicó. Y dentro de todo ese contexto y a pesar que Vicente era un adicto social, le caía bien, le tenía cariño, pero por sobre todo podía confiar en él. Virtud difícil de encontrar en ese medio.
Un frío sábado de septiembre, y luego de haber cenado con sus padres y otros parientes, las hormonas le tocaron el timbre. No era muy tarde y no había nada mejor que hacer. Pudo haber tomado el teléfono y llamar a uno de sus tantos amantes anónimos, pero circulaba por San Borja, la Avenida Aviación estaba sólo cruzando un par de calles, eran las 2 de la mañana y la hora era la perfecta para encontrarse con una cantidad importante de comensales en el sauna que hace tiempo no visitaba.
Pagó los $30 soles, entró al camarín y se amarró por la cintura la diminuta toalla que le cubría lo justo y necesario. Se escondió en la oscuridad del lugar. Con la poca luz se veían sólo siluetas desaliñadas y congestionadas que tocaban lo que se les cruzara por delante. La rutina de Mateo era siempre la misma: La primera media hora se deshacía en una cabina de vapor, básicamente para ver si aparecía alguien relativamente guapo, de lo contrario, se aventuraba a caminar por los pasillos sin luz que dominaban el lugar. Una sombra más alta y fornida que el promedio intrigó los pocos sentidos expuestos de Mateo. Se acercó velozmente antes que otra carne lo apresara. Lo tocó, sus cuerpos estaba húmedos y la reciprocidad de las manos era inmutable. Se besaron sin lenguas, se atrevieron a manosearse por debajo de las toallas, expusieron sus miembros para facilitar la exploración. No se intercambiaban palabra alguna porque no era necesario. Los vellos de sus cuerpos se erizaron en un vaivén libidinoso y las expresiones de calentura comenzaron a invadirse en una necesidad plena de erecciones. No pasaron muchos minutos antes de un tercer compañero se les acercaran para participar en el encuentro. Ninguno de los dos chicos lo permitió, se querían solamente el uno al otro, sin compartirse. Se tomaron de las manos y se permitieron entrar a una minúscula garita para continuar sin interrupciones. La cara de Mateo se delató cuando la poca luz del camarote reveló que Emilio estaba fogosamente arrodillado a sus pies. Se sentaron sobre el colchón, la puerta aún se mantenía cerrada y ahora la luz parecía encandilar a 2 culpables de un crimen. Se taparon sus partes ya lacias con la toalla y se quedaron callados e incómodos mirando fijamente a la pared desgastada.
- Esto mejor lo dejamos como un secreto – sugirió seriamente Emilio.
- ¿Vienes muy seguido para acá? Y no me respondas que no, porque no te voy a creer – preguntó Mateo con un tono superado por la incomodidad.
- Venía antes de conocer a Vicente. Volví a venir hace un par de semanas, y ahora he vuelto por segunda vez – le dijo resignado. No sacaba nada con mentir. No pensaba en las consecuencias.
- Tú sabes cómo es Vicente con estas cosas, se podría deshacer con algo así –
- Por lo mismo, te ruego que esto lo mantengamos entre los 2 –
- Necesito un trago –
- Te acompaño – impuso Emilio.
Se sentaron en un pequeño bar del centro de Lima aún abierto. Se pidieron dos cervezas, pero ninguno se animaba a comenzar a hablar. Emilio sabía que si no manejaba la situación con precaución podría generar un escándalo de proporciones. Vicente se destrozaría si se enteraba que Emilio lo engañaba con sexo casual y desconocidos vaporosos. Mateo sabía y conocía bien que en las saunas no se buscan novios, ni siquiera amantes. Simplemente sexo casual, rápido y sin trámites. Sin intenciones de nombres, citas o conversaciones posteriores. Solo cueros. De a poco Emilio comenzó a desahogarse. Si bien la situación era bizarra, Emilio vio en ese mal fortuito encuentro la posibilidad de sacar, con el amigo de su novio, todo lo que hacía meses venía postergando y guardando.
- En el sexo tenemos muchos problemas. No lo disfruto. Y creo que él tampoco. Prefería pensar que era tiempo, que aún nos faltaba conocernos mejor en ese ámbito, que lograríamos llegar a un punto de equilibro donde ambos sintamos el mismo placer, pero no llegamos y comencé a desesperarme – Tomó un sobro de cerveza. Pausa - Sé que yo quiero a Vicente - continuó - Quizás no con la misma intensidad que él me quiere a mí. De verdad que le tengo un cariño mucho más grande de lo que había sentido hacia cualquier otro novio. Sé que es un tipo increíble, es bueno, inteligente, popular. Sé lo que vale. Y por eso lo quiero – explicó complicado – Hemos tratado de conversar nuestro tema, le he propuesto cosas, pero tú lo conoces bien, él no da el brazo a torcer ¡Jamás aceptaría tener una relación abierta! – dijo acelerando el tono – Yo no creo que la infidelidad sexual sea tan grave como la pintan, pero también sé que cuesta tolerarla. Sobre todo Vicente. Yo lo respeto y lo entiendo. De verdad que sí. Traté de serle fiel como él quiere, pero caigo en la debilidad y la sauna es ideal, porque no hay caras. Al menos no las caras que conocemos, hasta que apareciste tú esta noche – y miró a Mateo por primera vez a los ojos – No quiero hacerle un daño innecesario, porque no se lo merece. No dejaré que esto sea un impedimento para estar juntos. Es mi secreto, todos tenemos uno ¿No? Sé que eres su amigo y que lo correcto sería que le contaras o que yo le dijera primero, pero ¿tú quieres ver a tu amigo mal? – le preguntó persuasivo, y sin dejar responderle continuó – Sé que no, y esto que hago, muy de vez en cuando, no altera absolutamente nada lo que siento por él, ¿Comprendes? –
Mateo lo comprendió. Siempre pensó igual que Emilio, por eso no se había permitido tener pareja, porque sabía que la mentalidad a veces cerrada del Perú, no le admitiría tener una relación así: sin infidelidades ocultas, sin culpas, sin pudores. En que el sexo no fuera una exclusividad, sino todo lo contrario. Quizás fue lo densa de la situación o quizás fue que Mateo entendía a Emilio, pero prometió guardar silencio. Porque no quería causarle daño a Vicente, pero también porque Emilio lo hechizaba con sus encantos. Y esa noche después de despedirse, al fin, Mateo comprendió que la atracción que sentía hacia Emilio era legible, evidente y real. “Todos tenemos un secreto” había dicho Emilio, pues bien, el secreto de Mateo era que estaba profundamente atraído por la pareja de su amigo. Mucho más ahora que había encontrado otro que pensara igual que él. Que pensara que lo prohibido no tenía por qué ser castigado, que se podía, porque ahora había encontrado a otro que creía lo mismo que él.
Pasó una semana antes que Mateo se comunicara con Vicente. Aún lo del sábado pasado estaba muy por encima y prefería evitar a su amigo porque se sentía desleal. No dejaba de pensar que el no actuar lo hacía poca cosa y que la amistad de Vicente y era algo real y concreto. Pero por otro lado, los sentimientos que sentía hacia Emilio, ahora que los reconocía, se hacían mucho más fuertes y mucho más presentes. Vicente lo llamó ese fin de semana, no necesariamente para saber de él, sino para invitarlo a la casa de Julián porque celebrarían el cumpleaños de otro amigo.
- ¿Vas con Emilio? – preguntó.
- Yo creo que sí – respondió con voz cotidiana.
- Ah, OK, pues mira, no sé, parece que tengo una comida familiar – inventó Mateo.
- Ah, no pues, no seas latero ¡Vamos!, si va a estar entretenido. A ver si aparece un pendejito rico, de esos que te gustan a ti – le dijo gracioso - ¡Ya! Cómprate alguna camisa bonita y te pasamos a buscar a las 9 – terminó y cortó el teléfono.
“Pasamos” dijo Vicente. Mateo asumió que pasaría con Emilio. No estaba preparado aún para verlo nuevamente a la cara, menos con Vicente al lado. Pero sabía que con el único que podría desahogar sus agobios, era con Emilio. Así que resolvió enviarle un mensaje de texto para avisar que él llegaba por su cuenta.
La casa de Julián estaba colmada de las mismas caras. Todo el “gayset” limeño estaba ahí. Entre medio de la multitud estaba Emilio, en un rincón, tomándose un vodka y fumándose un cigarro. Mateo se perseguía sólo, si se acercaba a Emilio algo podría malentenderse. Se sentía un cómplice barato. Un traidor. Había decidido ir a la fiesta, exclusivamente porque quería buscar la oportunidad de hablar con Emilio y hacerle ver que no aguantaba, que se sentía terrible guardando un secreto de ese calibre y que mientras más tiempo pasara, más culpable se sentía. Emilio comprendió lo que pasaba por la cabeza de Mateo con solo mirarlo y muy disimuladamente lo tomó del brazo y lo llevó a uno de los baños para poder conversar con más tranquilidad. Le rogó que por favor lo entendiera, que él necesitaba tiempo. Tiempo para entender si quería lo suficiente a Vicente como para dejar sus impulsos de lado, o si sus impulsos eran más fuertes y dejar entonces a Vicente. Mientras los labios de Emilio se movían al unísono de sus palabras, el ruido se escapó en esa habitación y Mateo se dejó llevar por esa capacidad de Emilio de ser bello, de su figura excitante, de su voz masculina y acogedora al mismo tiempo. Y de forma abrupta se calvó en esos labios para darle un beso. La primera reacción de Emilio fue de rechazo, pero al verlo a la cara y entender que esos ojos querían decirle algo más, lo besó de vuelta y sin culpas, sin remordimientos, continuaron lo que habían dejado el sábado anterior en la pequeña cabina de poca luz en la sauna de Avenida Aviación. Todo el agobio de Mateo fue obviado durante aquellos minutos. La puerta estaba cerrada con pestillo.
A medida que fueron pasando los días, las semanas y los meses, la amistad entre Mateo y Vicente se fue debilitando. Hablaban, pero no profundizaban. Se veían, pero por la costumbre de verse. Al principio Vicente no lo percibía, porque no se daba el tiempo de percibirlo. Había cosas más importantes que hablar, copuchas que contar, gente que pelar, modelos que descuerar, ropa que vitrinear, fiestas que comentar. Pero Mateo ya no seguía el ritmo inagotable de su amigo. Poco a poco se mostraba más apagado o inventaba excusas de trabajo que lo mantenían ocupado. Con el correr del tiempo, Vicente comenzó a sospechar que algo en Mateo había cambiado. Una tarde de Starbucks, y después de varios intentos por parte de Vicente para quedar, ambos amigos se juntaron como solían hacerlo. Vicente le hizo ver, con su gracia y encanto tan característicos, que sentía que algo le pasaba a su amigo, que lo notaba más serio y más distante. Mateo se resignó a culpar al trabajo y otras responsabilidades. Pero no, Vicente sabía que había algo más. Y bajo presión a Mateo no le quedó otra alternativa que confesarse: Hacía meses que estaba saliendo con un chico, nada importante, nada serio. Un chico normal y corriente. No quiso alardear. Pero este tipo de noticias a Vicente le parecían deliciosas, sobre todo porque su infinitamente soltero amigo, al fin se atrevía a abrirse a la posibilidad de conocer a alguien.
- ¿Cómo no me lo habías contado antes maricón?, ¡pero qué alegría, amigo!, y ¿Quién es ¿Dónde lo conociste? ¿En qué trabaja? – y el interminable clásico cuestionario.
- No te lo quise contar antes, porque no es nada serio. No estamos de novios ni nada. Nos vemos de vez en cuando y ya está – respondió bajándole el perfil a la situación.
- No seas latero, por favor, ¡cómo quieres que le baje el perfil a un notición así!, quiero conocerlo YA! – exigió entusiasmado.
- De verdad Vicente – respondió serio y al borde del enojo – dejemos este tema hasta aquí, es algo muy mío y no tengo ganas de compartirlo, no me preguntes más estupideces, ¿quieres? – y miró la cara de desilusión de su amigo – No es que no quiera presentarlo – continuó, esta vez algo más conciliador – Es simplemente que no quiero hacer gran cosa de algo que no tiene nombre y que no sé si tiene futuro, ¿me entiendes? – terminó con una minúscula sonrisa.
A Vicente no le quedó otra que respetar la decisión de su amigo. Si quería mantener su nueva relación en el anonimato, era cosa suya. Con resignación se limitó a desearle lo mejor a Mateo y si este nuevo amante se transformaba en algo más, le hizo prometer que se lo contaría. Esa misma noche, Emilio esperaba estacionado frente al departamento de Mateo. Como casi todas las semanas, pasarían unas horas de sexo, donde ambos hombres descargaban el animal pasional que llevaban dentro. Ese animal que uno no podía descargar con su pareja y que el otro sólo se permitía descargar con la pareja de su mejor amigo. A Mateo las condiciones dejaron de importarle, las circunstancias valían la pena omitirlas y la hipocresía de ser amigo de Vicente la escondía bajo movimientos pélvicos ilustres, porque no había nada más relevante que estar con Emilio. Cuando comenzaron sus encuentros dejaron claro que sería solo eso: Citas fortuitas, donde el sexo sería el único lazo de unión. Nada más, nada menos. Un ofuscado Mateo asintió, pero decidió que su amistad con Vicente debía mitigarse. “Eso es cosa tuya, pero también creo que es lo más correcto” concordó Emilio.
A veces, incluso las amistades más fuertes se quiebran sin motivo alguno. Mateo se alojó en esa hipótesis para que el distanciamiento con Vicente se fuera concretando y así tener que verle la cara cada vez menos. Si bien para Mateo había una razón de peso, Vicente fue resignando que con Mateo la amistad se estaba apagando, pero ¡qué más daba!, había cientos de nuevas amistades esperando una llamada de Vicente para ir al Starbucks o participar en cualquiera de sus tantas fiestas. La paciencia de Vicente era flexible y su visión de la amistad, al parecer, también lo era.
Una extraña costumbre había tomado Emilio las últimas semanas. Cada noche, antes de dormir, se duchaba largo y extendido. Al principio Vicente no le dio importancia, pero después de ducharse, tan limpiecito, y que ni siquiera fuera para hacer el amor, comenzó a extrañarle. De hecho, hacía tiempo que no hacían nada. La vida social y las clientas a Vicente lo mantenían ocupadísimo, sin tiempo para sentarse a observar y analizar su relación con Emilio. Pero era cierto que hacía semanas que no tenían sexo, ni siquiera un “quicky”. Emilio estaba más mañoso y menos tolerante con las cotidianidades. Cansado de tanta fiesta y evento social, agotado de tanta farándula sin sentido, Emilio quería más tranquilidad. Era su escudo para disimular la poca vergüenza que le daba tener a Mateo como su amante. Se estaba transformando en un hábito para Emilio destapar sus ímpetus sexuales sólo con Mateo, porque para él, era sólo eso. En el fondo, Emilio sabía que la pareja que le correspondía tener era Vicente. Fuera de la cama Vicente era un novio preocupado de las apariencias y por lo mismo lo mantenía con todas las comodidades hogareñas posibles. Vicente tenía la virtud para organizar su tiempo y dividirse entre su trabajo, sus amistades, su socialité que con tanto esfuerzo se había ganado, el departamento y su novio contento. Lo sexual, bueno, eso era un detalle. Pero un detalle que para Emilio ya tenía solución cada semana. A su manera, fría y egoísta, Emilio estaba enamorado de Vicente. A su manera, desalojada y materialista, Vicente estaba enamorado de Emilio. Y a su manera, devota y resignada, Mateo estaba enamorado de Emilio. Y ahí terminaba el triángulo, porque para Emilio, Mateo era un juguete potente y atrevido.
En sus más altaneras fantasías, Mateo no perdía la esperanza que algún día Emilio dejara a Vicente. Asumió que con paciencia podría conseguir que una inminente ruptura generara que él con Emilio pudiesen comenzar una relación más normal. Y que dentro de esta normalidad, podría estar ese libertinaje en el cual Mateo creía tanto. Sin embargo, en estos casos, el tiempo juega en contra. Los meses pasaban y la rutina no cambiaba. Después de mucho pensarlo Mateo se atrevió a insinuarle a Emilio, de manera sutil y sin grandes explicaciones, que le interesaba saber qué sentía por él y qué seguía sintiendo por Vicente. Emilio se dignó a terminar de abrocharse la camisa, subirse los pantalones, mirar sin pudores a Mateo y responderle que mejor que las cosas se mantuvieran, que él estaba bien con Vicente y que Mateo era sólo un amante. Ese era el acuerdo. Pero el juicio de Mateo lo sacudía. Comenzó a sentirse un prostituto sin paga. Al principio no le incomodaba, pero al entender que sus sentimientos hacia Emilio se estaban transformando en una obsesión, no le quedó más remedio que cortarlo. Dentro de todo, Mateo era un tipo sensato e inteligente y sabía que ser amante de su enamorado le traería más consecuencias que beneficios al largo plazo. Así fue como una noche a Mateo no le quedó otra que quebrar las encubiertas andanzas con Emilio. Su reacción fue de sorpresa, se había acostumbrado a ese sexo tan brutal con Mateo, pero también sabía que si le llevaba la contra e intentaba persuadirlo para mantener sus andanzas, Mateo podría caer en la locura. Era demasiado lo que estaba en riesgo, más que su relación con Vicente, era su propia reputación. No podía permitirse que por culpa de unos buenos polvos, todo lo que se había construido en la calle Santo Toribio junto a Vicente se fuera al precipicio. Emilio accedió y prometió no volver a llamarlo. Sin embargo, el sexo entre ambos se había convertido en una necesidad más que impulsiva. Eran dependientes de aquellas noches prohibidas de efusión y deseo innato.
No pasaron ni dos semanas cuando coincidieron a través de mensajes de texto que les urgía volver a verse. Emilio porque necesitaba desacumular su salvajismo corporal y Mateo porque no soportaba no ver la cara de Emilio y rosarla con sus manos. Emilio tecleaba a escondidas dentro del baño de visitas de su casa para organizar los detalles del nuevo imprevisto encuentro con Mateo. Una excusa familiar rápida y Emilio salió abruptamente del departamento. Vicente apenas logró entender por qué la fugaz salida de casa. No alcanzó a decirle que el teléfono lo había olvidado dentro del baño. Lo agarró, aún estaba encendido y le tomó 3 segundos asimilar lo que decía el mensaje “Te espero en calzoncillos. Dejaré la puerta entreabierta, como siempre”. Y 3 segundos más para asimilar quién era el remitente. “Mateo”.
La puerta del departamento de Mateo seguía entreabierta. Toda la ropa de Emilio estaba tirada en la entrada y al final del pasillo se escuchaba un jaleo terrorífico. Reconoció las voces de Mateo y Emilio en gritos aglomerados de bestial frenesí. Boquiabierto y asustado Vicente se atrevió a caminar lentamente por aquel pasillo tratando de computar de que si sus oídos lo estaban engañando o no. Los gemidos eran cada vez más intensos. Parecía que ese departamento temblara por la conmoción que se originaba en esta habitación, desde donde se hacían entrever las siluetas de dos hombres exaltados de arrogancia sexual. 3 segundos que parecieron 3 minutos fue el tiempo que le tomó a Vicente concebir la escena que silencioso se quedó presenciando. Plasmado quedó en su cerebro cómo su pareja penetraba su amigo. Una imagen atroz. Una imagen impúdica. Lo peor fue dejar que ambos se tomaran el tiempo para notar que había alguien observándolos inmuto. Sus energías estaban tan concentradas en entregarse sin freno, que les tomó 3 minutos visualizar que detrás de ellos la figura atónita de Vicente observaba con lágrimas frías como se manifestaban una entrega ferviente entre Emilio y Mateo, pero sanguinaria para Vicente. Nadie reaccionaba. Era un hastío absurdo y espeluznaste de miradas cargas de recelo, de humillación y furia. Pero nadie sabía qué hacer o decir. Vicente parecía un cadáver mojado. Sus ojos lo decían todo. Debía salir corriendo, pero su valentía y rencor involuntario fueron más poderosos. Se acercó a la cama. Miró a Mateo a la cara con desprecio. Lo tomó por el cuello, lo ahorcó con todas sus fuerzas mientras éste pataleaba sin gritar. Emilio se quedó inmune. Dejó que Vicente se disparara contra Mateo. La baba de rabia le colgaba por la boca. Lo maldijo, lo insultó y odió el día que fueron presentados. A Emilio no lo volvió a mirar. Abandonó ese departamento con el cuerpo tensionado mientras Mateo tosía a descargo.
La ruptura de Emilio con Vicente fue todo lo contrario a como cualquiera pudo haberlo imaginado. Sin palabras porque estaba todo dicho. Sin escándalos porque Vicente se dejó llevar por el garbo de un caballero. Sin ofensas porque las heridas no se curan con rabia, ni con pena. Simplemente sacó sus objetos más personales de Santo Toribio y se refugió en su Taller de Modas. Nunca más volvió a hablar con Emilio. No fue necesario siquiera disculparse porque Vicente nunca se lo permitió. Emilio entendió que no podría recuperar un alma quebrada como la de Vicente, incluso llegó a pensar que se la había sacado fácil, porque Vicente tuvo la decencia de no descifrar detalles sobre la ruptura con Emilio. Nunca mencionó aquella horrenda escena que presenció por más de 3 minutos. Nunca más volvería a mencionar a Mateo y Emilio sería solamente su “ex”. Para todo Lima, Emilio y Vicente habían terminado su relación por razones que nunca nadie pudo entender, porque nunca nadie tuvo una explicación concreta del por qué. Por primera vez en su vida, toda esa conjetura social en la cual Vicente estaba inserto, pasó a segundo e incluso tercer plano. Vicente entendió que eso no lo curaría del un dolor inepto y destructivo. Que lo único que lo salvaría serían sus diseños, su pasión y su talento. A los 3 meses se mudó a Paris para escapar de toda la mierda que le había tocado vivir injustamente y no tenía ni las energías ni el aguante para mirar a esas cínicas caras que siempre le sonrieron, porque Vicente era – y sería siempre – el amigo que todos aspiraban a tener, en un Lima absurdo y arribista.
Mateo pasó sin pena ni gloria. Su vida continuó. La culpa y los valores dejaron al poco tiempo de ser un tema para su integridad y optó por hacer caso omiso a sus actos desvergonzados que ya hacía tiempo los había dejado de sentir como tales. Intentó varias veces de convencer a Emilio de probar comenzar algo juntos, ahora que Vicente había desaparecido del mapa. Pero para Emilio, Mateo seguía siendo y sería siempre, un amante barato y sórdido. Se siguieron viendo y mantuvieron esa inescrupulosa relación basada en el sexo sin amor, en una tertulia de deseo y morbosidad, pero que nunca fue más que eso. El sexo con Emilio se fue transformando en repetitivo. Ya no era algo prohibido y por ende ya no era una tentación obsesiva. Era solamente buen sexo. Mateo de a poco comenzó a frecuentar nuevamente la sauna de Avenida Aviación, porque ahí era siempre todo novedad y eso era lo atractivo. Una noche se reencontró con aquella silueta alta y fornida que lo había encaprichado meses atrás. Sin embargo esta vez evitaron cruzarse. La semana siguiente se volverían a encontrar en el departamento de Mateo y eso era suficiente.