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17 HORAS

2008

“¡Titititit!... ¡Titititit!”… puto celular / despertador. Cada mañana lo odio más. Pero en fin, debo comenzar el día. Una ducha rápida, un desayuno preparado en la cocina que ni siquiera toco porque prefiero dormir 10 minutos más antes de tomarme 10 minutos para ingerir comida matutina. Me subo al auto de mi viejo para que me deje cerca de Escuela Militar y poder tomar el metro a la Universidad.

 

            Mi papá es un hombre bastante peculiar. Trabajólico a más no poder, vive conectado a su celular Blackberry con el cual trabaja casi 24 horas al día. La oportunidad que tenemos de estar juntos y conversar un poco más es cada mañana en su auto, pero no hay caso: el maldito Blackberry no para. Por un lado mejor, a veces me muerdo la lengua para no gritarle que soy mariquita y que me gusta que me folle otro tipo. Quizás lo deba llamar al Blackberry para que me oiga decir esas palabras.

 

            Apenas me bajo del auto me acomodo los audífonos de mi Ipod Nano en las orejas y camino unas cuadras hasta Apoquindo, ritualmente cada día y aprovecho de cantar en silencio lo que vaya oyendo.

 

“…Contradictions get me everything I want
I'll let you know but I think it's gonna take a while
It's a clear view, noone's waiting at the door
A million letters, they couldn't make me change my mind
I think I'd better run, run, run
I think I'd better run, run, run
You didn't catch me fallin', fallin', fallin'
Fallin',fallin', fall…” ¡¡¡MIERDA!!!

 

Me atropelló un puto Bus del Transantiago y pierdo… pierdo… la… conscien…………………….

 

Sonó el celular de Irene. Una, dos, tres y muchas más veces. Ella estaba concentrada en sus clases de yoga, mientras sonaba el Iphone en su cartera encerrada en un locker. Fue recién 20 minutos después, secándose las dos gotitas de sudor en el cuello, que vio las 13 llamadas perdidas de un número desconocido, entonces devolvió el llamado.

 

- Hola buenos días, sabe que tengo varias llamadas perdidas de éste número, ¿Con quién hablo? –

- Con la señora Irene Padilla, ¿cierto?. Usted habla con Margarita Monti de la Clínica Alemana, lamento comunicarle que su hijo, Renato Klein, ¿no es así?,  acaba de tener un accidente, está internado y debe ser operado de inmediato. –

Así, tal cual, con la frialdad inmensa de una enfermera, Irene se enteró de la noticia que una madre nunca quiere escuchar.

 

No reaccionó ni siquiera a correr a su auto para llegar a la Clínica, se sentó en un banquillo y se largó a llorar, no preguntó nada por el teléfono, sólo lloró unos segundos amargamente. Su cuerpo fue invadido por un miedo jamás experimentado por ella, ni siquiera cuando supo que su madre había fallecido mientras ella estaba de viaje con su marido por Europa. Quizás este trayecto a la Clínica iba a ser aún más largo y angustiante que el que tuvo que realizar en avión de regreso a Chile para el funeral de su mamá.  Una compañera de la clase, Ester, tuvo que tomarla al verla tan mal, y a balbuceos supo lo que había pasado para llevarla en auto a la clínica.

 

Estaba entrando a clases, para variar atrasada. Paulina se había escapado con un compañero al fondo del campus para besuquearse clandestinamente antes de entrar a la clase de Teoría del Color. El ringtone indicaba que era su mamá, “¡Qué querrá esta vieja loca tan temprano!” pensó, pero se acercaba su cumpleaños, así que sería bueno acompañarla al Shopping de La Dehesa a vitrinear un rato. Pero escuchó una voz entrecortada de una madre atónita. Iba en el auto de Ester, y al no poder hablar con claridad, con manubrio en mano, Ester tuvo que darle la noticia a Paulina. Su hermano menor estaba hospitalizado y nadie sabía qué le había pasado con exactitud, sólo que estaba grave en la Clínica Alemana.  A Paulina se le cayeron los libros del impacto, se arrodilló frente a la sala de clases, derramó unas pocas lágrimas y reaccionó a correr hasta su auto para volar a la Clínica. Dejó los libros votados en la puerta del salón.

 

El Blackberry no paraba. Todo el día funcionaba en pos de la Gerencia de Desarrollo y Nuevos Negocios del Banco Nacional. Pero cuando llamaba Paulina, todo debía detenerse, mal que mal era la regalona y consentida, y aunque llamara para pedir que le depositen más dinero, el papá siempre iba a estar ahí para la “Tinita” como cariñosamente le decía a su hija. Sin embargo esta vez no era para pedir plata. Para Marcial escuchar las palabras “Renato” “grave” y “Clínica Alemana” en una misma oración, lo hicieron reaccionar de mala manera, creyendo que su hijo se había metido en quizás qué huevada. Enojado dejó sus negociosos de lado para dirigirse a la Clínica, siempre mentalizado en que Tinita había exagerado un poco y que definitivamente, este cabro huevón estaba en la “UTI” por alguna estupidez, tomando borracho en algún parque lo más probable, lo agarraron a palos unos patos malos por tener cara de cuico y para robarle su bendito Ipod. Mal que mal su hijo siempre pasaba metido en cosas raras que sucedían en el Forestal o en el Barrio Universitario. Nunca se enteró ni de la bus en Apoquindo, ni de lo mal que podía estar su señora.

 

Martín aún dormía cuando escuchó que entre medio de la ropa botada en el dormitorio se escuchaba el ringtone de Kylie Minouge que recién había bajado a su celular. Se levantó con mucho esfuerzo, rascándose el estómago y la cabeza al mismo tiempo. Era Paulina, y era raro que ella lo llamara. Tenía su número sólo porque a veces salían a carretear con su hermano, y bueno, era ella la que tenía el auto disponible para fiestas sabatinas. Cuando la escuchó, las lagañas se quebraron automáticamente de sus ojos, y con el ceño fruncido se enteraba que su mejor amigo estaba hospitalizado y gravemente herido. Martín, que no sabía cómo reaccionar, sólo pensó en Roberto, el mino que había estado saliendo con Renato los últimos 3 meses.

 

Roberto estaba sentado frente a su computador concentradísimo en un informe final para alguno de sus tantos clientes. Tomando pausados sorbos de café hirviendo, escuchó su Iphone de última generación.

 

- Hola Martín, ¿Cómo va?... ¿nos tienes algún panorama para la noche? - le dijo preparándose para alguna fiestecilla “de las buenas” que siempre estaba dateado Martín.

- No Roberto, te llamo porque me acabo de enterar que Martín está en la Alemana, y parece que no está bien -  le comunicó  seriamente -  Yo voy saliendo ahora para allá, si quieres te paso a buscar –

- ¿Pero qué le pasó? ¿Qué chucha le pasó? – comenzó a repetir alterado.

- No tengo idea, me llamó la hermana urgidísima, sólo quiero estar allá y saber que mierda le pasó – entristeciendo la voz.

- Voy contigo – le dijo aún sin entender que su amante estaba hospitalizado, él iría a la clínica y recién ahí entendería la gravedad de la situación.

Roberto llevaba un tiempo con Renato, nada formal, sin nombres, sólo estaban juntos, lo pasaban bien, tenían buen sexo y la misma frecuencia en carretes y parranda. No había noche que se les escapara. No estaba enamorado, sabía que Renato de él tampoco, por lo que era una situación que a ambos les acomodaba mucho y que la verdad, tampoco querían compartir ni gritar a viva voz. Era simple y entretenida. Pero Roberto se vio en la obligación de acompañar a Martín, mal que mal Renato era el mino con el que tiraba hace ya varias semanas.

 

En la clínica, madre e hija fueron las primeras en reunirse. Ambas se abrazaron y lloraron, sobre todo, por aquella angustia de que nadie pudiese darles una respuesta concreta de cómo estaba Renato.  Hasta que llegó Marcial, quien imponente y con esa mirada enrabiada porque podría estar en la oficina, exigió ver al doctor que atendía a su hijo. Pero nadie podía darle una explicación definida ya que su hijo estaba en el quirófano. Ignacia se acercó a ellos al entender que eran familiares de la víctima que ella había dirigido hasta la Clínica y les contó la trágica historia. Se presentó. Ella jamás había sabido siquiera de la existencia de Renato, hasta que fue testigo de su imprudencia cuando cruzó por Apoquindo sin detenerse ante una luz roja. Y ahí, sin que pasara medio segundo, un feroz bus arrasó con un desconcentrado Renato. El Ipod voló, la mochila que llevaba en su espalda se derramó en el suelo y se decoloró con la sangre que precipitadamente salía de su cabeza. El bus no alcanzó a frenar y lo dejó inmóvil a 4 metros frente a ella. El impacto fue brutal, mujeres gritaban y el conductor del bus quedó pálido frente al cuerpo inmuto. Ignacia llamó desde su celular a una ambulancia, mientras trataba de alejar a los curiosos que rodearon el cuerpo. La ambulancia llegó 15 minutos después y ella fue quien se subió junto a los enfermeros de rehabilitación en dirección a la clínica. Cuando llegaron, Ignacia entregó las pertenencias de Renato a Margarita quien fortuitamente encontró el celular de Irene anotado en la tapa de un cuaderno.  Irene y Paulina sólo lloraban. Marcial cambió su rostro, se puso pálido, abrazó a sus mujeres y le preguntó a Ignacia:

 

- Y en la ambulancia, ¿Renato hizo algo? – preguntó atrofiado

- No, lamentablemente no reaccionó con nada, aunque seguía con signos vitales. Pero estaba inconsciente. Yo creo que ni siquiera dolor sentía – resignó la mujer – Lo siento mucho, de verdad – Y se fue.

 

Desconsoladamente Irene gritaba por su hijo, estaba descontrolada, al punto que Marcial tuvo que solicitar un calmante para poder tranquilizarla. La angustia de no tener una remota idea del estado en que se encontraba su hijo la sacó de sus casillas.  Los medicamentos la relajaron y en cosa de minutos se echó en una cama del hospital y se quedó dormida. Marcial le dio la orden a su Tinita que no llamara a ningún familiar o amigo todavía hasta no tener la claridad de la situación en que estaba Renato y de la gravedad de su estado. Pero era tarde, en algún minuto de la mañana, Paulina había llamado a Fernando, el ex pololo de Renato. Paulina le había tomado mucho cariño al que fuese su cuñado y sabía que Fernando aún tenía válidos y serios sentimientos hacia su hermano. Sintió que él debía enterarse de lo que estaba pasando y lo llamó.

 

Fernando y Renato estuvieron juntos casi un año. Fernando al poco tiempo se enamoró profundamente de Renato. Creía que podría transformarse en el amor de su vida, aunque Renato era menor y con muchas energías, Fernando asimiló la edad de su nueva pareja, la comprendió y la aceptó. Mal que mal Renato tenía algo que le hacía latir con más fuerza su corazón. Pero hacía poco menos de un mes, Renato había decidido terminar la relación. Nunca supo explicarse con claridad, sobre todo porque la decisión de Renato fue muy abrupta para Fernando, quien jamás sospechó que su pareja hacía meses lo había dejado de querer y seguía con él casi por obligación. Renato un día explotó y decidió terminar con Fernando. De manera rápida y sin sentirse culpable. Su única razón respaldada fue que aún se sentía muy chico para estar en una relación tan formal. Tenían 15 años de diferencia, pero Fernando no pudo dejar de amarlo tan ligeramente y se refugió en su cuñada, con quien siempre tuvo una rica complicidad, para saber qué era de la vida de Renato en el día a día.

 

- Feña, tengo algo delicado que contarte – le dijo a través del celular una vez que Paulina estaba más calmada.

- ¿Qué le pasó a Renato? – fue la inmediata reacción de Fernando.

 

Después que Paulina le contara más menos lo que había pasado, Fernando tomó su auto en dirección a la Clínica Alemana. Él debía estar cerca de Renato, sin importar que sus padres no tuvieran idea quién fuera él, ni la relación que lo ataba a su hijo.

 

Eran las 12 del día. Recién apareció el Doctor Zeñartu quien había estado examinando a Renato por más de dos horas. En ese minuto llegó Martín con un desconocido para el resto de la familia. Paulina lo abrazó y se desahogaron ambos en lágrimas. Roberto se quedó en silencio al lado de un dispensador de bebidas en la sala de espera, sin presentarse y sin decir nada, sólo observando a un grupo de personas nerviosas. Él sólo conocía a Martín. 

 

Martín saludó al padre de Renato, quien lo había visto en contadas oportunidades dando vueltas por su casa. No era el amigo conocido, sino un “compañerito” de carretes de su hijo. Ni hablar de Roberto, que era un total desconocido. En una fracción de segundos, Marcial hizo un disimulado desprecio a los recién llegados y se focalizó en las palabras del doctor. Con la impactante psicología típica de los doctores cuando deben dar una mala noticia, explicó que el accidente de Renato lo había dejado en un estado casi de muerte. Las fracturas en todo el cuerpo eran lo de menos, el problema mayor había sido que el pulmón de Renato había sufrido un corte irreparable y que si reaccionaba bien al respirador artificial, podría tener una vida llena de complicaciones. Salvarlo era todo un desafío, en la operación preliminar no pudieron avanzar mucho y ahora se debía reunir un grupo de cirujanos a definir los siguientes pasos. Su hijo tendría la oportunidad de salvarse, pero lo que calló Zeñartu era que las probabilidades eran muy bajas.

 

Al escuchar estas palabras, Marcial, tajante y serio, no pudo contener una impotencia que le impedía poder salvar a su hijo, abrazó a Paulina y le exigió que no llorara más, porque era el minuto de contarle a Irene quien dormía en una pieza contigua. Martín por su parte, se acercó a abrazar a Roberto. No tenía con quien más consolar lo inconsolable. Pero Roberto, dentro de su timidez y poco tino para este tipo de situaciones, sólo reaccionó a salir unos minutos a fumarse un cigarro. A Martín no le quedó otra que acompañarlo y guardarse las ganas de llorar por su amigo.  

 

Mientras abrían la puerta del dormitorio, Marcial no aguantó mucho y apenas vio a su señora recostada tuvo que salir de la habitación, pidiéndole cobardemente a Tinita que hablara con su madre. Sabía que tenía una hija mucho más fuerte que él, aunque de aspecto demostraran lo contrario. Paulina tuvo que acceder y con templanza y calidez despertó a su madre. Desde afuera, Marcial escuchó el grito desesperado de Irene, quien reaccionó casi como si le hubieran comunicado un desenlace fatal para toda la familia. Escuchó desde fuera como Irene rompía un florero contra la pared de la rabia y sin ningún pudor salió fuera en busca de Marcial. Lo vio, lo odió, le echó la culpa injustamente pegándole pequeños golpes en el pecho, mientras él trataba de abrazarla. Que por qué mierda nunca había intentado acercarse a su hijo y que ahora iba a ser muy tarde para remediarlo. Irene toda la vida se culpó inconscientemente que la sobreprotección que ejercía hacia Renato, había terminado de distanciar la relación padre-hijo que Marcial con Renato muy rara vez se manifestaban. Paulina, con un solo grito, le exigió a su madre calmarse y fue en ese momento que ella abrazó a su marido y se consoló bajo sus brazos. Él la abrasó con fuerza, lloraron juntos, su hijo podía dejarlos y eso les atormentaba.

 

Fernando llegó a la Clínica y vio a lo lejos a Martín con otro tipo. Entendió que estaban ahí por Renato y se acercó urgido. La reacción de Martín fue de impresión al principio, ¿Cómo había llegado Fernando hasta la clínica?, pero luego fue de consuelo, ya que hasta que Fernando lo saludó preguntando dónde estaba Renato, Martín pudo soltar todas las lágrimas que llevaba acumuladas porque Roberto no le había dado el espacio para soltarlas. Martín balbuceó con ahogos sin poder hacerse entender con claridad. Fue Roberto quien logró explicarle a Fernando – que hasta ese minuto no tenía idea quién cresta era – lo que realmente pasaba con Renato y que la condición en la que se encontraba era irreparable. Fernando, como el acero, se quedó rígido y sin hacer más preguntas, corrió al lugar donde se encontraba Paulina. Era sólo en ella en quién confiaba y no en Martín o en un mero desconocido, que Fernando pensó era un amigo más de los muchos que tenía Renato. Paulina abrazó a su ex cuñado frente a los ojos de sus padres. Tampoco lo habían visto nunca, pensaron que era un nuevo pololo de su hija o algo, pero Fernando se acercó a ellos ofreciéndose para lo que necesitasen y se presentó como un amigo muy cercano a Renato. Irene sólo agradeció y le dio un sutil abrazo. Marcial no entendía por qué su hijo tenía un amigo notoriamente mayor. Le pegó una fugaz mirada a Tinita preguntándole qué mierda hacía este personaje ahí, cuando él le había pedido que no le avisara a nadie. Pero ella, sin importarle lo eventualmente incómodo que podría ser que Fernando conociese a sus padres, nuevamente se armó de valor para contarle sin quiebres a Fernando lo que había pasado. Fernando se tapó la cara con sus manos y comenzó a llorar. A ese punto la extrañeza de Irene también se hizo notar, atribuyéndole miradas de desconcierto a su hija, quien no pudo disimular que Fernando era un amigo muy bien guardado que tenía su hermano y que quizás por qué razón no había querido nunca compartir con sus padres.

 

Martín con Roberto subieron nuevamente al piso donde estaban todos esperando por nuevas – y ojalá mejores – noticias. Se sentaron en una esquina, frente a Fernando que abrazaba a Paulina. Los padres de Renato no pudieron concentrarse a cabalidad en su tristeza y preocupación. Frente a ellos un cuadro inexplicable: Su hija siendo consolada por un amigo de Renato que ellos no conocían, el “amiguito” de carretes de su hijo con otro desconocido que no decía una sola palabra y que era observado con gravedad por Fernando. Irene lo dejó pasar, sin embargo Marcial sentía cierto recelo por estos tres hombres que al parecer sentían mucho afecto por su hijo.  

 

Pasaron horas angustiantes y silenciosas. Por más que incompetentes enfermeras aparecían sin tener ningún tipo de respuestas a las constantes preguntas de Marcial y Fernando, el tenebroso ambiente que formaban estos 6 personajes en una sala de espera dentro de la Clínica Alemana fue insoportable para todos. Sobre todo para Marcial. Le pidió a su hija lo acompañara al casino a comprar algo para comer, para romper algo el hielo y poder entender quiénes eran cada uno de estos hombres: a Martín lo había visto y sabía que a veces también salía Paulina con ellos, sin embargo Fernando y Roberto eran dos perfectos desconocidos para él.

 

- Papá, al moreno no lo conozco, primera vez que lo veo, pero Fernando es un amigo muy querido por Renato, yo lo conozco bastante y es un gallo increíble -  le confesó con tranquilidad.

- ¿Y de dónde lo conoce? – le preguntó extrañado.

- No sé… de la vida, y dejémoslo hasta ahí no más, ¿ya? – le dijo para cambiar el tema.

Ella conocía a su padre y sabía lo testarudo que era. Cuando alguien se le metía en la cabeza, Marcial hacía todo lo posible para averiguar, sobre todo si se trataba de las amistades de sus hijos. Marcial no se quedó tranquilo y de manera casi agresiva le exigió a su hija que le contara quién mierda eran estos tipos. Paulina le pidió que se calmara – estaban en un hospital – pero eso a Marcial le importó un comino e insistió hasta que Paulina no tuvo más remedio que confesarle, sin antes excusarse de que Renato no hubiese querido que él se enterara por ella, ni por nadie, porque Renato le tenía pavor a su padre.

 

- Renato es gay y quizás sea éste el minuto que ustedes dos se enteren, para que entiendan por qué él es como es – dijo sobria y resignada.

Dejó a su padre estupefacto con dos tazas de café en la mano. Paulina con más pena aún se lamentó que él se enterase en esas circunstancias, pero quizás iba a ser la última oportunidad para que se disculpara con Renato por haber construido una muralla entre ambos. Ahora Marcial entendía la razón y aunque su reacción natural fue de rabia y asco, su Tinita tenía razón. Dejó por unos segundos el orgullo de lado, se fue al estacionamiento, tomó su auto y manejó sin dirección alguna por las calles de Santiago. Necesitaba digerir la noticia y tragarse su rabia. Paulina lo dejó ir, advirtiéndole que hoy era el día menos indicado para hacer una estupidez.

 

Cuando Paulina llegó a la sala de espera, la sorpresa de ver a su madre conversando algo más tranquila con Fernando fue impactante. Fernando, con predeterminación, en la ausencia de Marcial se acercó con mucha cautela donde Irene para presentarse con más calma y dejarse llevar en el momento que siempre quiso experimentar mientras estuvo con Renato: Conocer a las personas que lo habían traído al mundo. Renato nunca dejó que Fernando se acercara siquiera a su casa. Sus padres no sabían que él era gay y sería sospechoso que conocieran a Fernando. En todo el período que Fernando estuvo con Renato, le tomó cariño a Irene, sólo por el hecho de ser su madre. Y sin esas palabras textuales, Irene logró captar esos sentimientos por parte de Fernando en los pocos minutos que lograron conversar. Sin saber por qué, ni cómo este hombre conocía a su hijo y quizás por la situación límite que estaba enfrentando, Irene se dejó consolar por Fernando y fue recíproco. Al presenciar esta escena, Paulina entendió que debía hablar con su madre ya que no podía esperar a la final reacción de Marcial que era insospechada.

 

Irene escuchó la palabra “homosexual” de los labios de Paulina, refiriéndose a su Renato y se quedó muda. Las madres son sabias y conocen al derecho y al revés a sus  críos. Ella siempre lo supuso y por eso protegió tanto a Renato desde pequeño, porque si sus predicciones eran ciertas, él sufriría mucho, y por sobre todo, sufriría por un rechazo preconcebido de su padre. El temple y quietud con que Irene se tomó la noticia, a diferencia de su marido, sorprendió gratamente a Paulina quien sólo atinó a abrazar a su madre y a sentir un abrazo por parte de ella correspondido. Fue como un alivio para ambas, fue como refugiarse una con la otra, de sentirse apoyadas y por primera vez en todo el día, ambas sintieron por algunos minutos una armonía interna tan grande que sin duda las fortificó para enfrentar lo que se venía. Innatamente, Irene se acercó a Fernando y le preguntó si él era la pareja de su hijo. Él impactado por la pregunta y confesión sólo se dignó a decir que amaba a Renato, pero que ya no estaban juntos. A esa última parte Irene no le dio importancia, porque agradeció que un tipo que transmitía tanta ternura y bondad haya amado a su hijo y le importó aún menos que fuese un hombre. Y se abrazaron. Ahora esa armonía Irene se la transmitía a Fernando y él le hizo ver que lo que se viniese en las próximas horas, fuese lo que fuese, había que tomárselo así, con profunda e inmaculada conciliación. Nada más y nada menos.  

 

El doctor Zeñartu se acercó a la sala de espera y pidió hablar a solas con los padres de Renato, pero sólo estaba Irene. Paulina la acompañó. Esta vez, al parecer, la psicología no acompañaba al médico. Con crudeza explicó que la operación no había sido nada exitosa y que a Renato le quedaban muy pocas horas de vida. El corte en su pulmón derecho estaba totalmente impostado y dejaría de funcionar muy pronto. Necesitó la firma de la madre para declarar a su hijo como donante de órganos. Irene abrazó a su hija, y entre llantos pidieron ver a Renato unos minutos. Paulina fue a tomar aire, y tratar de comunicarse con su padre, pero el Blackberry no respondía. Los otros 3 chicos quedaron a la espera de la trágica noticia.

 

El aparataje en el cual estaba enredado Renato en la UCI hizo más pavoroso el panorama. Ver a su hijo dormido, sin reaccionar ante nada, sólo generó en Irene la ansiedad de abrazarlo y decirle lo mucho que lo amaba, pero no podía, y se conformó con acercar una silla, sentarse junto a su hijo, tomarle la mano y contemplarlo. Aquí las máquinas desparecieron y su hijo se transformó en el hombre más hermoso que ella jamás había visto, y sonrió, porque su hijo se iba en paz.

 

En la sala de espera, Martín se acercó a hablar con Fernando, la verdad había quedado boquiabierto cuando vio que se abrazaba con Irene.

 

- Paulina le contó que Renato y yo habíamos tenido una relación y lo mucho que yo lo quiero – le confesó a Martín, quien seguía al lado de Roberto.

- O sea ¿tú fuiste pololo de Renato? – preguntó indiscretamente Roberto.

- Si, por 11 meses… ¿Y quién eres tú? –

- Por favor, chicos, mejor averigüemos qué está pasando con Renato – interrumpió complicado Martín.

- Yo he estado con Renato hace tres meses… soy su pololo – dijo campante.

- ¡Imposible! – dijo Fernando – Hace tres meses, aún estábamos juntos – Martín no pudo esconder su rostro. Todo este tiempo, había tapado las andanzas de su amigo.

- Compadre, este huevón nos cagó a los dos – dijo con rabia Roberto – Es un maricón–

- Huevón, ¡PARA! – gritó Martín – ¿No cachay que Renato se está muriendo?, ¡Más respecto imbécil! – y su cara de vergüenza, paso a ser de rabia, nadie iba a insultar a su amigo y menos en esa situación tan sombría.

- Tiene razón Martín, no es el minuto de generar juicios de valores – dijo con resignación Fernando, quien prefirió levantarse y alejarse de ellos un rato.

Pero Roberto estaba enrabiado. Renato, cuando lo conoció, jamás le dijo que él había tenido un pololo y mucho menos que aún estaba con él. Se sintió desilusionado y sin respeto mandó a la mierda a Martín. Y que si Renato salía vivo de esto, no tenía ningún interés en volver a saber de él. “Me carga que me mientan” dijo, “Aunque esa persona ahora esté a punto de estirar la pata, cagó conmigo” terminó en un acto tal vez infantil y se fue de la clínica. Fernando estaba con cara de pena acurrucado en un sofá, pensativo y con lágrimas recorriendo su rostro. No entendía. ¿Cómo Renato le había podido hacer lo que le hizo? OK, terminar con él puede entenderse, no podía obligarse a estar con Fernando, ¿Pero haberlo engañado por casi dos meses con otro tipo? ¿Qué más encima se autoproclamaba su pololo? ¿Dónde quedó todo el cariño, honestidad y confianza que en algún minuto Renato le traspasó a Fernando? Pero al parecer más importante que todos esos cuestionamientos, era la vida de Renato, que estaba en un riesgo apremiante. Martín sólo se acercó a Fernando, se disculpó por su amigo y calló, ¿Qué más podía decir, si Renato se había portado como un tipo irresponsable, irremediable e incoherente? Pero la desilusión que Fernando sintió en segundos tuvo que esfumarse cuando Paulina llegó donde estaban Martín y Fernando para darles la terrible noticia. Ella alterada porque no podía ubicar a Marcial les contó, con la misma crudeza que Zeñartu, que a Renato le quedaban pocas horas de vida. Y ahí, Fernando se desmoronó y exigió verlo antes que sea tarde. Paulina le pidió que se calmara y que una vez Irene saliera de la pieza donde estaba Renato, entraría ella y luego podría entrar él. Pero en ese momento toda la caballerosidad de Fernando se fue a la mierda y sobrepasando cualquier tipo de seguridad y silencio característico de una clínica entró raudamente a la habitación donde estaba Renato con su madre. Cuando vio esta escena, Fernando no tuvo más remedio que llorar a los pies de la cama donde estaba postrado Renato.

 

Silencio. Era lo único que quedaba en esa habitación. Entraron Martín abrazando a  Paulina, los 2 con los ojos hinchados y ahí los cuatros lloraron los últimos momentos de Renato. Sin decir una sola palabra. Sobraba el aire. Todo lo que pudiera pasar afuera, era nada. Lo único que interrumpía era un ensordecedor ruido que simulaba los pausados latidos de Renato. El celular de Paulina sonó para romper el silencio y enmudecer la máquina cardiovascular. Era Marcial que preguntaba por su hijo. “Vente de inmediato a la clínica” le pidió con sollozos Paulina a su padre.

 

Cuando Marcial entró a la pieza el silencio también se lo carcomió y no fueron necesarias las palabras para entender que su hijo se iba. Abrazó a Irene y lloraron juntos. No había vuelta atrás y sólo les quedaba aceptar que su hijo ya no estaría más con ellos. Marcial, en voz alta, y sin importarle que hubiese dos extraños más en la habitación, le habló a su hijo. Le pidió disculpas y lloró con resignación, y de a poco, todos los presentes comenzaron en silencio a despedirse.

 

Fernando fue el único que se atrevió a exteriorizar con un simple “Te amo” y otro asumido “Te perdono”. Intentó dejar la habitación y huir de esa clínica. Sentía que debía dejar a su familia entregar a Renato y que él ya no era parte de los últimos minutos de vida que le quedaban. Sin embargo fue Marcial, quien le pidió que no se fuera tomándolo del brazo ya que necesitaba que todos quienes amaban a Renato se quedaran con él hasta que la máquina dejara de sonar. Todos los celulares se apagaron. Irene tomó la mano de Marcial y Marcial la de Tinita. Martín se puso frente a la cama y acariciaba los pies de su amigo. Fernando tomó la inmóvil mano de Renato y lloró. Su llanto los contagió a todos. Y ahí, póstumos, dejaron de escuchar el latir del corazón de Renato.

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Y así terminaron mis últimas 17 horas de vida. Por suerte no me di cuenta.

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